La gente se mueve por dinero pero al mundo lo mueve el amor. Es la conclusión a la que vuelvo a llegar de nuevo cuando escucho la noticia de que un multimillonario se ha deshecho de casi todo lo que tenía excepto de cuatro cosas imprescindibles y otras cuatro con peso emocional. Hoy, a eso se le llama noticia, pero no se trata de un caso aislado. El protagonista hablaba de un momento en el que se había visto desbordado por tanto que había decidido dejarlo todo por ese poco que le compensaba. Es a partir de entonces cuando asegura que empezó a destinar tiempo a cosas mucho más interesantes, empezando por él, lo que principalmente había perdido pese a todo lo material e irreal que había ganado hasta aquel momento.
Y ¿qué es lo que puede llevar a alguien aparentemente poderoso a desprenderse de todo lo que le hace serlo? Seguramente ese poder es más aparente que merecido o entregado que adquirido. Supongo que, para él, deshacerse de todo podía equipararse a cuando, los no tan adinerados, hacemos limpieza de habitación a fondo, pero en este caso a lo bestia. Creo que, cualquier tipo de orden o de limpieza de este tipo, simboliza una barrida de energías negativas: luego nos hacen sentir más tranquilos y mejor. Entonces, cuando decimos que "es que ya tocaba hacer limpieza", en realidad es probable que a ninguna otra persona ni al mundo en si le hiciese falta deshacerse de nada o poner en orden trastos, sino a nosotros mismos como forma de reformular nuestro caos. Se empieza por analizar y reubicar lo de fuera, par acabar accediendo a lo de dentro.
Por poderoso que sea el dinero o todo lo material y, por lo tentadora que pueda ser una vida acomodada, para la gente de economía humilde, y cómoda, para las personas con batsantes ceros en la cuenta, buscamos sentir. Queremos esa emoción impagable que nos haga sentir ricos de verdad, en bienestar, alegría y calma. Así que puede que la gente se mueva por dinero por motivos de supervivencia, de inseguridad o de pura ambición, pero en ese momento de inflexión (que a todos acaba llegándonos en un momento dado), uno busca lo natural, los impulsos y ese mundo interno que necesitamos y que nos involucra, no tanto lo artificial y ese mundo externo que tan solo nos habla y trata de conducirnos. Buscamos la naturaleza, el silencio, el yo conmigo y el todo entre algunos abrazos, por encima de cualquier cosa. Al final, en nuestros momentos más quebradizos (pero más sensatos quizás), buscamos tomar decisiones y poner orden como si nuestro corazón (o nuestra habitación como metáfora) fuese la suite privada de todas las habitaciones... vaciándola de lo decepcionante y llenándola de un auténtico contenido rico y reconfortante: el cariño y el quererse.