Páginas

Translator

miércoles, 20 de noviembre de 2013

La posesión no nos pertenece

La posesión no nos pertenece, sin embargo, a veces, nos confundimos llegando a creer que podemos alcanzar cualquier cosa y hacerla nuestra. Que, algo que hoy nos acompaña, lo hará por siempre o quizás por un buen tiempo. Que, por adueñarnos de algo y llamarlo “nuestro”, jamás nos abandonará si no somos nosotros los que lo dejamos escapar o reemplazamos. Mi casa, mi trabajo, mi dinero, mi ciudad… Todos hemos visto alguna vez como, en cuestión de segundos, todas esas posesiones pueden cambiar o incluso quedarse nulas. Mis vecinos, mis amigos, mi amante, mi hombre, mi mujer… mi gente. ¿Por qué iba a ser diferente en esos casos? De hecho, no lo es. Asumamos que mañana podemos tenerlo todo y a muchos o nada y a nadie. No somos propietarios absolutos de nada y hay cosas que, por mucho que nos empeñemos en hacerlas de nuestra propiedad, nunca nos pertenecen del todo... así que aun menos si se trata de personas.
Cuantas más cosas nos apropiamos, más miedo tenemos a perder cosas. Cuanto más tememos perder, menos seguridad en nosotros mismos mostramos. Cuantas más personas queremos dominar, menos confianza depositamos en esas personas. Cuanta menos confianza tenemos, en general, menos capaces somos de llegar a tener alguna otra cosa. Mi paciencia, mi razón, mi confianza, mi amor… detrás de todo eso sí que hay algo que nos pertenece y es nuestra esencia, que es justamente lo que más abandonamos, a veces, para intentar conquistar cosas que nos rodean. Cosas que, si dejamos que vayan y vengan por sí mismas, son más accesibles por voluntad y, quizás no infinitas, pero más bellas, por reales. Si hay algo más bello que una persona libre, son varias compartiendo sus libertades. Libres y en común, somos capaces de crear historias que sí que nos pertenecen una vez vividas. Y, aunque las recordemos cuando ya no nos quede nada de lo que nos rodeaba en ese momento, creo que es lo único, o de lo poco, que podemos sentir nuestro. Hechos no materiales que se pueden pensar y sentir pero difícilmente alcanzar con las manos.
Si  sentimos a alguien parte de nosotros, que sea porque así lo sintamos, pero no debemos confundirlo con una propiedad. Si deseamos caminar junto a esa persona, está bien que lo intentemos, pero no que pretendamos, para ello, cortarle las alas. Debemos dejar que esa persona viva todo lo que tenga y quiera vivir. No servirá de nada que suframos, hagamos lo imposible y desaprovechemos el tiempo esperando el desenlace idóneo porque, hasta que no venga por sí mismo, no existirá tal desenlace… y toda historia tiene un desenlace, seamos pacientes. Al final, si no tiene que ser para nosotros, no lo será y de nada habrá servido perder media vida obsesionándonos con ello. Pero, si tiene que serlo, vendrá, y lo hará en el momento más adecuado. Eso sí, todo lo que hoy pueda parecernos nuestro, no demos por hecho que mañana vaya a serlo, solo que vayamos a intentar conservarlo.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Ladies and gentleman... Ni contigo ni sin ti

Qué poco nos soportamos a veces y cuántas otras nos necesitamos y echamos de menos. Va a ser verdad que somos tan parecidos en unas cosas como distintos en otras y que, todo aquello que nos distancia en comportamiento, en el fondo nos aproxima en pensamiento y nos une en interés. Nos encanta quejarnos y despotricar de las diferencias y discrepancias del sexo contrario, probablemente para ocultar las nuestras e intentar defenderlas a capa y espada… Cómo si fuésemos mejores los unos que los otros… ¡Já! Somos igual de contradictorios entre cabeza y corazón y mejores cuando nos juntamos y nos entendemos, o cuando intentamos hacerlo. No podemos vivir los unos sin los otros porque somos nuestro complemento, como se suele decir. Nos sacamos tan de quicio como de vicio; lo mejor de nosotros mismos en un momento dado y los vete lejos pero no tanto como para no poder encontrarte de nuevo.

Hombres… De los hombres decimos que pasamos de ellos y tan solo hacemos ver que lo creemos. Despistados por excelencia y mujeriegos por vocación, os criticamos por vagos, desordenados, despiadados, pasotas, descuidados y mentirosos. Poco cariñosos y menos detallistas en cuanto a actuación, demostráis nula paciencia y ni pizca de intención en comprensión. Mujeres… De nosotras opináis que somos más raras que un perro verde, más verdes de lo que solemos hacer ver y que hacemos ver que somos simples pero nada que ver. Plastas con frecuencia y mandonas por inercia, nos regaláis joyitas como etiquetas por repetitivas, perfeccionistas, restrictivas, celosas y calientapó. Controladoras por definición y con dudosa autoestima, fuertes de carácter y débiles en decisión.

Con esta lista y tanto amor no sé si siempre nos deseamos, pero indiferencia no nos causamos. Aunque, como también se dice que lo malo también tiene su lado bueno, cuando se sabe ver lo bueno, sale lo mejor y contrarresta todo ese odio que, más que eso, es concreto y puntual rencor. Porque, ¡ai cuánto daño nos han hecho! pero no veas cuánto bien nos queda por tener. Hay cosas que, por masculinas que seamos nosotras, solo un hombre podría aportarnos y, otras que, por afeminados que lleguéis a ser vosotros, solo una mujer puede mostraros.  Y es así como, en ausencia del sexo opuesto, todos somos la mitad de lo que podríamos llegar a ser. Incluso el solitario pastor se junta con alguna oveja y la monja de clausura se reúne cada noche con Dios. Nos buscamos… a veces las cosquillas, pero nos buscamos… y, a modo de polos opuestos, creamos el fenómeno atracción.

A veces no nos entendemos, es cierto. Entre sexos a veces no nos entendemos pero porque tampoco nos esforzamos en ello. Vamos a lo fácil, a reiterar topicazos: “Es que somos tan distintos…”, “Es que sois tan raros/as…”, “¡No hay quién os entienda!” Acabamos creando, de una mentira, una verdad y, de casos concretos, generalizaciones estúpidas… Sin embargo, al final, tenemos que acabar reconociendo que nos amamos. Porque es verdad, nos llevamos como el perro y el gato y vivimos en el constante amor-odio del “contigo pero sin ti”… pero ya se sabe que, en esos casos, podemos traducir el “contigo” desde el lado plasta de la mujer y el “sin ti” desde el mentiroso del hombre, por ejemplo. Tenemos que aprender a interpretar nuestros códigos y, conseguido eso, conseguido todo el resto.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Posicionarnos como espectador

Aviso a todos los navegantes: El texto de hoy va a sonar a libro de autoayuda o a canción mantra. Unos cuantos pensaréis: “¡A mí no me hace falta!” Pero, aunque no expongo nada nuevo, creo que no es un mal consejo en cualquier caso.

¿Qué nos pasa para que “últimamente” nos agobiemos tanto y tan fácilmente? ¿Hasta qué punto disfrutamos de lo que hacemos si estamos pensando en mil cosas diferentes a la vez? El ritmo social avanza a una velocidad de vértigo y nos pasamos la vida corriendo en él, olvidando que, lo importante, no son tanto las tendencias ni el elitismo como la salud mental. Pararnos un rato a hacer cosas que favorezcan eso o, simplemente, preocuparnos por observar, quizás nos distancie del pelotón un rato pero haga que disfrutemos más del presente. ¿Es eso posible?

Si os fijáis, cuando nos salimos del presente, es cuando aparece el sufrimiento. Desconocemos nuestra esencia porque tan solo nos centramos en lo más perceptible, en el ego. En lo que nos afecta y en cómo lo hace, no tanto en el origen. Nos centramos en ese parloteo interior constante que tenemos con nosotros mismos lo que, es algo necesario para conocernos y saber cómo evolucionamos, pero también demasiado influyente, a causa de experiencias pasadas, sobre las que nos vienen nuevas. Solo dejaríamos de escuchar más de lo necesario a nuestro ego y estaríamos más sueltos si viviésemos exclusivamente en el presente… algo utópico pero moderadamente posible. Si focalizásemos toda nuestra atención en él, no crearíamos ese estado de impaciencia, estrés y preocupación que a veces tenemos. Pasado y futuro están incidiendo constantemente en el presente y, quizás con la misma constancia, deberíamos preguntarnos si no demasiado. La mayoría de veces dificulta las relaciones, tanto con el resto como con nosotros mismos y, fácilmente, hacer predicciones nos genera agobio y nos inhibe a la hora de tomar decisiones.

No es que haya una solución permanente para ello, pero sí algunas actitudes que podrían rescatarnos en más de una ocasión. Por ejemplo, “salir de nosotros mismos” y posicionarnos como observadores, por ilusorio y abstracto que parezca. Escuchar ese parloteo, del que hablaba antes, con cierta distancia… como si no fuese a afectarnos cualquier modificación ante la conducta que escojamos, que es lo que suele bloquearnos en momentos de esos contra la espada y la pared. Siempre fue más sencillo buscar soluciones y tomar decisiones en tercera persona que en primera. Si conseguimos vernos desde un punto de vista menos subjetivo, aunque no por ello irresponsable, nos juzgaremos menos, nos comprenderemos más, restaremos agobio y ganaremos seguridad.