La posesión no nos pertenece, sin embargo, a veces, nos
confundimos llegando a creer que podemos alcanzar cualquier cosa y hacerla
nuestra. Que, algo que hoy nos acompaña, lo hará por siempre o quizás por un
buen tiempo. Que, por adueñarnos de algo y llamarlo “nuestro”, jamás nos
abandonará si no somos nosotros los que lo dejamos escapar o reemplazamos. Mi
casa, mi trabajo, mi dinero, mi ciudad… Todos hemos visto alguna vez como, en cuestión
de segundos, todas esas posesiones pueden cambiar o incluso quedarse nulas. Mis
vecinos, mis amigos, mi amante, mi hombre, mi mujer… mi gente. ¿Por qué iba a
ser diferente en esos casos? De hecho, no lo es. Asumamos que mañana podemos
tenerlo todo y a muchos o nada y a nadie. No somos propietarios absolutos de
nada y hay cosas que, por mucho que nos empeñemos en hacerlas de nuestra
propiedad, nunca nos pertenecen del todo... así que aun menos si se trata de personas.
Cuantas más cosas nos apropiamos, más miedo tenemos a
perder cosas. Cuanto más tememos perder, menos seguridad en nosotros mismos
mostramos. Cuantas más personas queremos dominar, menos confianza depositamos
en esas personas. Cuanta menos confianza tenemos, en general, menos capaces
somos de llegar a tener alguna otra cosa. Mi paciencia, mi razón, mi confianza,
mi amor… detrás de todo eso sí que hay algo que nos pertenece y es nuestra
esencia, que es justamente lo que más abandonamos, a veces, para intentar conquistar
cosas que nos rodean. Cosas que, si dejamos que vayan y vengan por sí mismas,
son más accesibles por voluntad y, quizás no infinitas, pero más bellas, por
reales. Si hay algo más bello que una persona libre, son varias compartiendo
sus libertades. Libres y en común, somos capaces de crear historias que sí que
nos pertenecen una vez vividas. Y, aunque las recordemos cuando ya no nos quede
nada de lo que nos rodeaba en ese momento, creo que es lo único, o de lo poco,
que podemos sentir nuestro. Hechos no materiales que se pueden pensar y sentir
pero difícilmente alcanzar con las manos.
Si sentimos a
alguien parte de nosotros, que sea porque así lo sintamos, pero no debemos confundirlo con una propiedad. Si deseamos caminar junto a esa persona, está
bien que lo intentemos, pero no que pretendamos, para ello, cortarle las alas. Debemos dejar que esa persona viva todo lo que
tenga y quiera vivir. No servirá de nada que suframos, hagamos lo imposible y desaprovechemos el tiempo esperando
el desenlace idóneo porque, hasta que no venga por sí mismo, no existirá tal
desenlace… y toda historia tiene un desenlace, seamos pacientes. Al final, si
no tiene que ser para nosotros, no lo será y de nada habrá servido perder media vida obsesionándonos con ello. Pero,
si tiene que serlo, vendrá, y lo hará en el momento más adecuado. Eso sí, todo
lo que hoy pueda parecernos nuestro, no demos por hecho que mañana vaya a
serlo, solo que vayamos a intentar conservarlo.