Este texto
empieza en una reunión de maestros, en un centro cualquiera de una ciudad
cualquiera, a partir de una reflexión en grupo. Hablemos de conocimientos y de cómo llegar a
ellos. Hablemos de que un maestro no es el encargado de crear inteligencia, ya
que no es algo que se cree sino que se adquiere. Un maestro es encargado, en
todo caso, de guiar el proceso, ya que el verdadero maestro, aunque suene a
tópico, es uno mismo, ese que decide con qué quedarse y en qué aplicarlo. Si
por algo se caracteriza el conocimiento (igual que el arte) es por estar en
constante evolución. Por eso, cualquier afirmación que podamos tener sin cuestionamientos
o márgenes de duda, no es conocimiento, sino creencias o experiencias puntuales
en todo caso. Por eso mismo es imprescindible mostrar opciones y responder
cuestiones, pero dejando escoger, sin eliminar ni infravalorar ninguna idea.
Además, una idea, por absurda que parezca siempre tiene un origen y siempre
puede desencadenar otra idea más potente.
Cuando algo
nos causa interés intentamos investigar sobre ese objeto de estudio, sea ese cual
sea, y empezamos a hacer hipótesis sobre él. Una hipótesis no puede hacerse en
clave de afirmación. Una hipótesis es una suposición o una sospecha, una teoría
que empieza con un “Podría ser que…”, “Yo creo que…”, “Mi hipótesis es que…” y
que, si no empieza así, es más bien una creencia bastante asentada que una
hipótesis sobre la que nos permitamos descubrir algo. A veces nos asusta que
algo nos rompa los esquemas porque, como mínimo, nos hace reflexionar y salir
de nuestra zona de confort. Pero algo que en principio nos da pavor puede
acabar siéndonos motivo de orgullo. A veces es más conocedor y tiene una
aportación más útil y sensata quien asegura desconocer que quien afirma tener
la respuesta correcta. Por mucho que tengamos nuestras preferencias, mostrar
aceptación sobre la posibilidad de recibir una opinión o respuesta contraria,
nos hace más capaces.
Los puntos
de vista son relativos. Lo que para mí es largo para ti puede ser corto, lo que
para mí es bello para mí puede ser repugnante o, quien para mí puede ser guapo,
para ti feo. Está bien basarnos en algo en todo caso. Es decir, para entender
nuestra opinión está bien tener en cuenta por qué lo creemos, llegar a detectar
qué experiencia o comparación nos hace pensar eso para que podamos ampliar
nuestra percepción. Por ejemplo, si para mí tu casa es pequeña y para ti es
grande, puede ser que sea porque yo estoy acostumbrada a vivir en palacios que
tú considerarías enormes, pero que yo tenga esa perspectiva no debería de ser
un inconveniente para que pudiese llegar a verlo desde la tuya. De hecho, sería
interesante y conveniente. Para conseguirlo, a veces necesitaremos
experimentarlo nosotros también y, otras, nos convenceremos tan solo con
posicionarnos al imaginarlo.
El
pensamiento multiplicativo se basa en darse cuenta de que una misma cosa o
persona puede ser muchas cosas a la vez. Del mismo modo, que cada persona pueda
fijar su atención en aspectos distintos a en los que se fije otra no niega, por
eso, la existencia de otros igualmente válidos. La clave está en interesarnos
en el por qué cada uno tiene opiniones distintas. Eso también supone, como
inicio, una fuente de conocimiento. A veces, incluso tenemos que llegar a acuerdos
(por ejemplo en un trabajo en equipo, en algún asunto familiar, en un plan
conjunto…) y, dar posibilidad a diversas opciones, es signo de riqueza y de un
consenso más plural. Creo, pues, que está bien que no veamos el acuerdo como una
amenaza a nuestras ideologías, sino como otra opción que puede
hacer que descubramos cosas que antes desconocíamos, que no nos planteábamos o
que incluso prejuzgábamos. La tolerancia, el respeto y el cuestionamiento son los
primeros signos de inteligencia.