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domingo, 26 de mayo de 2013

El efecto microondas (versión 2)

Tras escribir, en la última entrada, sobre una de las versiones de “el efecto microondas” apuntando a las personas que se calientan con cierta facilidad, hoy voy a por la segunda versión que me aportaron a raíz de esa primera. Y es que se ve que la versión oficial lo aplica a las personas que excitan a otras sin querer, luego, nada más que eso. Es decir, aquellos que calientan lo que después no se van a comer. ¡Bastante cruel! Suelo defender a las mujeres siempre que tengo ocasión, pero esta vez voy a ejemplificar el término con nosotras. Porque, por mucho que no todas actuemos así (y lo remarco), por lo que he podido observar hay más pecadoras que pecadores en este sentido, aunque también los haya.

Él suele dar, más que el primer paso, la primera mirada. Ella, lo capta rápido, lo provoca anteriormente si lo cree necesario, y se siente deseada. De hecho, le encanta ir de aquí para allá para que le puedan contemplar. Intenta disimularlo (bastante mal por norma general) pero es su meta primordial desde que se levanta hasta cuando decide acostarse. Le encanta ser el centro de atención, sentirse la envidia y el deseo al mismo tiempo; resaltar sus habilidades sin tener muy en cuenta si deja o no en evidencia al resto. Ser bruja y embrujar y, que beban los mares por ella es su ambición principal. Y el chico, mientras tanto, no solo se los bebe sino que por ella babea. Seguramente, un perfil de chica microondas, así sea.

Personalmente, creo que ese tipo de comportamiento se desarrolla por una autoestima cuestionable que busca el aprobado y el elogio ajeno con insistencia, y por algún otro motivo por el que no solo la culpo a ella.  Por ejemplo, en primer lugar, por creerse bella, más bella que ninguna porque probablemente así se lo hayan hecho creer toda la vida. Regalar la oreja está bien pero, si se le regala a alguien que no tenga los pies bien en la tierra, pueden fomentarse seres prepotentes. En segundo lugar, y ligado con lo anterior, por la tendencia de algunas personas a sobrevalorar el físico ya que, si no fuese así, ni se fijarían en ellas ni mucho menos babearían por conseguirlas, partiendo de que, en el sentido emocional al menos, son bastante huecas y egocéntricas. Por último (y seguramente me deje algún apunte más), por el bucle solitario que van creando a su alrededor. Buscan sentirse deseadas y necesarias constantemente combatiendo la soledad personal que ellas mismas provocan con su propia conducta. No digo que el fondo de su fondo no pueda ser bondadoso, pero sí que no llegan a demostrarlo. Al final, se acaba calando a las personas simplemente observándolas y el sentido común se encarga de apartar a según quienes de nuestras vidas como plan de autoprotección. Así es como, personas que en un momento dado pueden verse en el centro de todas las miradas y alabadas, en cuestión de días pueden encontrarse en la más absoluta soledad afectiva. 

En definitiva, a todas las mujeres nos gusta sentirnos guapas y, por qué no, nos gusta gustar. Pero una cosa no lleva a la otra y, manipular a las personas no debería ser una opción aceptable sino rechazada, así como tampoco debería poner en duda las buenas intenciones de las demás. Las “efecto microondas” gastan cartuchos con pólvora peligrosa que, fácil y rápidamente, se les puede volver en contra. Depende de cómo las integremos. Aun así, no nos engañemos, siempre habrá quienes caigan ante sus armas confundiendo el juego sucio con ideas como que "son tías duras". Probablemente sean las más débiles (que para nada sensibles). Las ensalzarán mientras ellas calienten pero no coman ni dejen comer, simulando intenciones de que sí lo harán. O sea, alimentarán esperanzas de personas que aguanten sus modales por la quimera de llegar a conseguir lo que ellos consideran el premio final. Con un poco de suerte, las cosas acaban cayendo por su propio peso. Aunque también puede que para ellas simplemente sea un “vuelta a empezar” hasta que alguien que de verdad les guste les ponga los puntos sobre las íes. De todas formas, confío en que cada vez son menos los ilusos y más los escarmentados.

lunes, 20 de mayo de 2013

El efecto microondas (versión 1)


“De sangre caliente”, así se nos define. Pero el término “efecto microondas” no agrupa por razas, sexos, edades o lugares, sino por instintos. Resulta que no solo la primavera la sangre altera, lo afrodisíaco exalta o el fuego quema, sino que cualquier mínimo gesto o sensación puede ser decisiva para poner a tono a algunas personas… y tenemos cinco sentidos para llegar a conseguirlo, ¡ahí es nada! No todas las personas son igual de propensas a “sufrir” los efectos de esta frecuente ‘revolución hormonal’. Los hay quienes necesitan provocarlo, los que se escandalizan y se sienten sucios al pensarlo y otros, a quienes nos referimos, que están hechos de combustible y son rápidamente inflamables utilizando, a veces, tan solo su mente. Ese tipo de personas son a las que incluimos dentro de lo que llamamos “personas efecto microondas”.

¿Problema o poder? Personalmente, prefiero pensar que es una ventaja. En tiempos en los que las malas noticias, crisis y depresiones son actualidad permanente, retorcer conceptos y llevarlos a nuestro terreno puede, a veces, hacernos más bien que mal. A nadie hace daño aportar un punto picante a según qué situaciones, bien al contrario. Aquellos que llevan una sequía a sus espaldas pueden alimentar el deseo y encontrar humor en su propia situación y, aquellos que mojan de manera más o menos regular, tienen cómo vacilar sanamente y mantenerse cálidos. Todo es saber comunicarse y entenderse.

Aun así, “el efecto microondas” está rodeado de fantasmas que generan un lado negativo a esta forma, más que de comportarse, de ser. Y es que, por mucho que los tiempos cambien, el sexo siempre produce cierta hipocresía en personas que se creen con derecho de juzgar para herir más que porque haya razones. Reflejos de traumas, pero realidades con las que convivimos. Y, tras estos fantasmas, hay arpías aun peores que se suman a comentarios punzantes para cubrir sus propias espaldas cuando, ellos, pueden ser los primeros para quienes, pensar en sexo, sea algo habitual. Por tanto, el problema reside en la hipocresía social y, por formar parte de ella, es recomendable tener en cuenta el contexto en el que se juega. No por los demás, sino por nosotros mismos. Tener un punto perverso no va a hacernos menos inteligentes, así que creo que, en la medida de lo posible, también debemos saber medir nuestros impulsos y saber cómo dirigirnos y a quién. La inercia de exteriorizar todo lo que pase por nuestras cabezas, en algunas situaciones puede ser contraproducente. De todas formas, si respetamos, debemos hacernos respetar también. A aquellos que tachen de algo a alguien por algo así, cero permisión. Que les den (¡Ah no! Que igual les gusta más de lo que hacen ver y se nos pervierten…).

De todas formas, cara uno mismo y personas de nuestra misma calaña, “el efecto microondas” puede ser muy positivo tratándose, la mayoría de veces,  de algo más divertido que excitante en sí (aunque tampoco se descarte eso último). La naturalidad al hablar de sexo nos hace más libres, la picaresca nos hace más conquistadores y humanos y, un lívido más encendido que apagado, como poco, nos evade y predispone a normalizarlo. Por eso, quizás, “el efecto microondas” afecta como efecto cadena y, a menudo, se contagia; solo es cuestión de tiempo. Alguien que hable más de sexo no tiene por qué ser más promiscuo que alguien que no lo haga ni tiene por qué tener una actividad sexual más activa que el resto… Ya se sabe, algunos las matan callando o, lo que es peor, apuntando con el dedo a otros por disipar la atención.

En cualquier caso, debemos tener claro que ser una persona “efecto microondas” y encontrarle un punto divertido al ‘sexo teórico’ dentro de márgenes razonables, ni nos va a hacer indignos ni más perturbados de lo que pueda llegar a estar el resto. Y divertirse, con algo así, siempre es una opción verdadera y marranamente sana.


(Dedico el texto a Axel ya que fue quien me enseñó este término y prometí que un día escribiría sobre él).

martes, 14 de mayo de 2013

Soltero y entero



Cuando era más pequeña, recuerdo que imaginaba que, cuando fuese más mayor, tendría novio, viviría con él, me casaría y tendría hijos. Conforme fui creciendo, fui entendiendo que la historia del príncipe azul y su amada era un cuento que no muchas veces se hacía realidad en mi generación, al menos no desde tan jóvenes e inexpertos. De hecho, a medida que empezaba a madurar y a raíz de varias experiencias, comprendí que lo mejor era empezar a vivir creyendo en la historia inversa. Desde ese punto de vista es mucho más fácil ceñirse a que todo lo que venga, bienvenido sea y que, todo lo que no venga, que al menos no suponga un síntoma de trauma. Del mismo modo que otras veces he escrito sobre la repulsa al compromiso, esta vez lo hago sobre el polo opuesto, sobre el temor de algunas personas a la soltería.

Una cosa es que nos agrade dar y recibir amor o sentirnos  queridos y otra distinta es ir en su búsqueda. A menudo, cuando las cosas se buscan es cuando menos se encuentran y, obviamente, lo que no es forzado sabe mucho mejor. Toparse con el amor es estupendo, no tengo duda, sin embargo, buscar el amor, muchas veces significa perseguir una dependencia o bien buscar un parche a una etapa desinflada o falta de cariño. Muchas personas centran el amor en sus vidas de manera que en el momento en que no lo tienen se sienten profundamente frustradas. Unas lo reconocen, otras no y otras se pasan la vida lamentándolo pero, sea como sea, la mayoría de estas no han aprendido a vivir sin depender de alguien. El estado de ánimo con el que afrontan cualquier día deja caer el peso sobre la actuación de esa persona con la que les gustaría estar o depende en excesivo de no tener, hoy, alguien con quien dormir. 

Algunos prefieren besar el romanticismo a través de unos labios algo vacíos día tras día y, otros, prefieren besar con convencimiento aunque sea de manera menos asidua. Sinceramente, la primera opción me parece un sinvivir. Está claro que es algo que nos influye y que, que esa persona a quien deseamos pase de nosotros o bien nos muestre atención, va a repercutir de alguna manera u otra en nuestras emociones. Sin embargo, lo que no es ni sensato ni sano es entregar las riendas de nuestro estado de ánimo a una persona, al fin y al cabo, ajena. ¡Como si no tuviésemos otras cosas que hacer y se acabase el mundo por ello! Se puede sentir tristeza, pero también debe dejarse que otros ámbitos de la vida llamen nuestra atención del mismo modo y puedan llegar a satisfacernos de otras formas. Nuestro estado de ánimo, podamos ejercer más o menos control sobre él, nos pertenece y es lo que nos impulsa a vivir. Y, sin vitalidad, probablemente nadie vaya a querer estar con nosotros. Obviando eso es como empieza el bucle depresivo de las personas amorosodependientes a quienes, no tener pareja, resulta un vacío en el autoestima.

Observar ese tipo de actuaciones desde fuera en repetidas ocasiones y negarme a comprender los motivos de personas permanentemente tristes por no encontrar el amor, hizo que me volviese adversa a esa finalidad, como principal, en la vida. Por muy pasional que se pueda ser, creo que vivir condenado a depender de ello es elegir un modo de vida torturador. Dejarse llevar significa arriesgar, depender, sin embargo, conlleva restringir y anular. Al fin y al cabo, ni es algo que dependa únicamente de nosotros mismos ni la atracción o la química con otros es algo sobre lo que podamos ejercer el control. Por tanto, centrando el amor en nuestras vidas, creo que estaremos destinados a sufrir más por él que estar expuestos y dispuestos a disfrutarlo.

No creo que ser soltero tenga que llegar a suponer una frustración ni mucho menos un problema y me gustaría que aquellos que están en esa situación y se sienten desgraciados cambiasen el chip por su bien. Es cierto que muchas veces se echa de menos esa complicidad algo más estable con alguien pero, ya se sabe, a menudo se quiere lo que no se tiene. A fin de cuentas, algunos acaban añorando la soltería… ¡sus cosas buenas tendrá! Y es que, supongo, que cambiar de estado es algo que, si se hace, debe hacerse para sentirse igual de bien o mejor. Por eso, lo mejor que podemos hacer es intentar aprovechar al máximo ese estado en el que en este momento nos encontremos porque seguramente no será el peor. Hasta que cambie, si lo hace.

Al final, como suele decirse, encontraremos la fortaleza y el éxito suficiente cuando hayamos aprendido a estar bien antes con nosotros mismos que con otra persona. Si dejamos que todo surja de manera más fortuita que añorada quizás nos sorprenda antes de lo que pensamos y no tengamos que arriesgarnos a buscar sin, quizás, llegar a encontrar. Sentirse soltero y entero puede ser la solución a muchas depresiones y, aunque al principio pueda asustar, puede suponer un refuerzo a la hora de compartir con alguien un bienestar personal que aprendió antes a sentirse a gusto en soledad que acompañado.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Chicos calzonazos



Hombres… A veces aúllan como lobos, a veces muerden como tigres y a veces mueven el rabo como perritos falderos. El instinto animal lo tienen, pero el lado salvaje o bien doméstico ya depende más de cómo, cuánto y por quién se dejen llevar. Está claro que ni todo es tan 100% macho dominante ni vamos a decir que sea absolutamente dócil pero, a veces, el término medio acaba cayendo más hacia uno u otro lado de la balanza dependiendo de sus intenciones y de con quién traten. Del mismo modo, también a veces, tengo que decir que se equivocan. En cuestión de cuatro días, cuatro chicos me han reconocido haber sido unos calzonazos en alguna de sus relaciones y confesado que no se dieron cuenta de estar siéndolo hasta que algo, un día, les hizo abrir los ojos. Y es que, a menudo reaccionan a tiempo, pero otras veces ya es algo tarde y, eso, no reconforta, ni para ellos ni para los que lo vemos desde fuera.

Que las chicas somos fácilmente absorbibles por algún chico en alguna ocasión, es más que probable, sino vaya usted al listón y busque por “primer enamoramiento”, por ejemplo, ya verá. Pero, ¿están los chicos destinados a ser alguna o reiteradas veces unos calzonazos? ¿Depende más de la personalidad de cada uno de ellos o de la de la conquista con la que se topen? Pues bien, tras alguna charla, y al final pocas cosas que debatir, creo que el comportamiento de la chica con la que se enchochan tiene bastante que ver (y ya me libraré de culparla en cualquier caso). Tengo amigos que, en su momento, tuvieron un carácter fuerte, un ego considerable e ideas claras. Amigos que, también en su momento, se reían de los calzonazos en tercera persona y ahora no hay duda de que son ellos los que se comportan como tal, hasta el punto de ya no ser tan amigos como desaparecidos a los que casi casi ya damos por perdidos. Y que conste que, hablando de calzonazos no me refiero a chicos que tratan bien a sus parejas, que son algo caballerosos o que miman un poco a su chica. No, creo que eso es incluso necesario. Me refiero a chicos que se pasan de eso y son más que nada serviciales y conformistas con todo lo que se decide por dos desde el punto de vista único de la otra persona. Por suerte o por desgracia, algunos de ellos acaban volviendo, recaigan o no, a tiempo o ya no.

Chicos, algunas chicas no entendemos esa actitud de cierta sumisión porque hay historias que ya huelen a eso antes siquiera de ser empezadas, solo hay que fijarse en actitudes. De todas formas, ahora me queda comprobado que vosotros tampoco os entendéis y que os metéis en ello sin pretenderlo a veces, así que en cierto modo alivia un poco. Con algunas chicas tan tercos y con otras tan débiles, con unas un comportamiento tan mejorable y con otras uno tan permisivo hasta el punto de ser reprochable por las primeras. Y al final, muchas veces, la que se lleva el gato al agua y convierte al chico de hierro en el hombre gominola es la típica hija de su madre celosa, algo posesiva, que se enfada si no se sale con la suya, que incluso echa algún llanto para generar ternura y que requiere exclusiva atención la mayor parte del tiempo. Y la justificación de algunos es: “Es que al principio no era así. Todo bien. Ni celosa, ni absorbente ni nada de eso. Pero poco a poco su comportamiento fue cambiando y, yo ya veía que no acababa de estar a gusto y quería cortar con ella… Pero iba a cortar, se ponía así, y no podía. No podía ni exponer lo que sentía realmente porque había algo que me daba pena. Luego llegaba a casa y me daba cuenta de que ya lo había vuelto a hacer, me había vuelto a liar… Pero era un bucle constante y convincente. Hasta que dije "hasta aquí." No te creas, aun me costó.”

Espero que, experiencias de este tipo, de verdad nos sirvan tanto a chicos como a chicas para darnos cuenta de quiénes merecen realmente ser tratados de una manera u otra y quienes tienen de atractivos lo que de avispados... porque muchas veces, entre nosotros, la cagamos. En cualquier caso, no pretendo juzgar la elección/absorción de un calzonazos pero, bien es cierto que ellos (ahora incluyendo a ambos géneros), a menudo critican 'a posteriori' el tiempo en que lo fueron. Y es que se dan cuenta de que, mientras tanto, tuvieron cosas mejores que hacer, objetivos mejores donde fijar el ojo y cosas o personas valiosas que no perder y que quizás perdieron. Sea comos sea,  dicen que los peores errores son los que no cometemos y que, al fin y al cabo, de todo puede aprenderse algo.

lunes, 6 de mayo de 2013

Lo que no duele, jode



Tenemos algunas partes de nuestra personalidad más desarrolladas que otras. Como bien decían ‘Los Piratas’ en una de sus canciones, ‘el equilibrio es imposible’, tanto en lo racional como en lo que no lo es. Por mucho que nos esforcemos en controlarlo todo (en controlarnos), nuestro lado emocional es la más pura imperfección y, a la vez, el primer ejemplo de que en la imperfección reside la belleza. Es aquello que nos hace distintos pero igual de humanos a todos. Forzarse a sentir de una manera concreta es tan cobarde e inútil como aparentar que así lo sientes actuando como tal… y algunos se pasan la vida fingiendo o luchando a contracorriente. Preocuparnos por tomar consciencia de que el lado irracional supera a nuestras intenciones es primordial pero no suficiente ya que, como siempre, la maestra  que pone los límites basándose en vivencias es la experiencia. Por eso, rías, sufras o tantees, experimenta.

La alegría es algo que todos necesitamos, merecemos y buscamos. Constantemente lo hacemos, lo tenemos claro: “¿Qué quieres de la vida? Felicidad. ¿Cómo la encuentras? No sé, simplemente intento ir  topándome con ella. ¿Y el resto del tiempo? Voy haciendo.” Y, por ambigua que parezca la respuesta, ahí está lo más importante, en ir haciendo. Constantemente estamos sintiendo y, entre que nos topamos y no con la alegría, pasamos por momentos impasibles o tristes. Es algo necesario también, ya no solo para saber distinguir los momentos alegres, como suele decirse, sino para inmunizar nuestro corazón. Como si de una vacuna a través de la cual inyectan una pequeña cantidad de virus para adaptar nuestro cuerpo y protegernos de la gran enfermedad, recibimos chutes de tristeza que nos van preparando y haciendo más fuertes ante el dolor ajeno que pueda venirnos y que vendrá. Porque, otra cosa no, pero ninguno nos libramos de sentir dolor ya que hay cosas que no eliges y vienen dadas.

Sentirse triste, pues, no es malo aunque no nos haga sentir bien. Nos obliga a reflexionar y reencaminarnos. Son ‘resets’ más o menos largos que te permiten seguir por el camino por el que andabas o escoger otro un nivel por encima. Ahora bien, sentir tristeza no es sinónimo de sentir dolor. El dolor nos viene dado. Ni lo necesitamos, ni lo buscamos, ni lo merecemos, por eso nuestro cuerpo lo repudia. El dolor es un sentimiento no menos maduro que el resto pero que, cuando está inmaduro, cubrimos con tristeza. Es decir, cuando el dolor incide repetidamente en nuestras vidas, aprendemos  que la misma experiencia es la que inmuniza ese malestar. Entonces aparece otro sentimiento en combate y es que, un dolor reiterado, a veces ya no duele, sino jode.

Así es como un buen día descubres que, del mismo modo que sentimos alegría, por ejemplo, cuando el amor nos corresponde, o tristeza cuando no sienten por nosotros lo que desearíamos, cuando no llega ni a alegría ni a tristeza, sino por enésima vez a decepción, a veces ya no duele, sino simplemente jode. Es un sentimiento que huele a quemado. Por eso, que algo duela, mata, que joda, más bien pesa hasta que pasa a reconducirte a un nuevo principio. Digamos que, llegados a ese punto hay que plantearse si es más llevadero sentirse dolido o sentirse jodido. Y es que lo primero incide más y alarga la agonía pero, para lo segundo, han tenido que herirte varias veces con anterioridad. Así que, quizás, si te duele más que jode, date a la larga por jodido y, si te jode más que duele, jodido ya estás. Estar jodido, entonces, conlleva estar un nivel por encima en el rango de heridas pero puede llevarse mejor y con más calma. Por tanto, que orgulloso esté el jodido de pasar de nivel sin morir por el camino.