Páginas

Translator

martes, 31 de diciembre de 2013

No me llames iluso porque tenga una ilusión

Otro año más que nos echamos encima y, hay años ligeros y años que pesan. Este, pesa y pasa como el año de grandes oportunidades y mejores experiencias, pero también de algún amago de amor y alguna convivencia por mejorar. No me gusta hacer balances generales pero este año ha hecho que me lanzase a hacer algunos cambios, a quererme un poco mejor y a plantarle cara a lo dañino, por mucho que me costase a veces.  Más que acabar, va a continuar, queda trabajo pendiente. Ha habido momentos críticos que no recordaré y momentos destacados que ya os habré contado, de alguna manera, mediante textos, quedadas o fotografías. Eso sí, los más importantes siempre tienen que ver con personas. Gente que va, buena gente que siempre viene y mejor aun la que permanece. Siempre son personas las causas de lo mejor y lo peor de cada uno de mis años, y que así siga siendo.
Quiero escribiros una de las frases más jodidas que he tenido que escuchar durante este año y luego, en su honor, acabaré esta entrada en positivo. La frase es breve y dice así: “Eres demasiado positiva para mí.” Mirad, quiero deciros que, pese a lo que os puedan llegar a decir y quien os lo pueda llegar a decir, no dejéis de ser positivos porque ahí reside nuestra salvación existencial y la de algunos de los que nos rodean, incluso aun si os lo discuten. Este año he tenido que compartir muchos momentos con personas desilusionadas en muchos aspectos y eso sí que es realmente jodido. Creo, de hecho, que ese tipo de cosas son las que han ido haciéndome en ese sentido. Es atrevido ser positivo en los tiempos que corren e incluso un esfuerzo a veces, pero creo que es algo esencial para cuando compartimos ilusiones y aun más para cuando sentimos soledad. Y, ya se sabe... un año da para mucho y muchas emociones pese a que el 31 de diciembre no nos parezca tanto el resumen final… Y, el año que viene, no será menos.
Para 2014 tengo varios encargos y puede ser un año importante e incluso decisivo en algunos aspectos. Tened ilusiones vosotros también, no hay por qué no tenerlas y es de lo poco de lo que podemos apropiarnos. Acabo copiando el texto en positivo (que he leído por ahí) que antes he prometido. Feliz fin de año a todos ¡y mejor comienzo del nuevo!
Cuando alguien evoluciona, también evoluciona todo a su alrededor. Cuando tratamos de ser mejores de lo que somos, todo a nuestro alrededor también se vuelve mejor. Eres libre para elegir, para tomar decisiones. Aunque sólo tú las entiendas, toma tus decisiones con coraje, desprendimiento y, a veces, con una cierta dosis de locura. Aprender algo significa entrar en contacto con un mundo desconocido, en donde las cosas más simples son las más extraordinarias.  Atrévete a cambiar. Desafíate. No temas a los retos. Insiste una y otra y otra vez. No te des por vencido. Acuérdate de saber siempre lo que quieres. Y empieza de nuevo. El secreto está en no tener miedo de equivocarnos y saber que es necesario ser humilde para aprender.  Ten paciencia para encontrar el momento exacto y congratúlate por tus logros. Y si esto no fuera suficiente... analiza las causas e inténtalo con más fuerza. El mundo está en manos de aquellos que tienen el coraje de soñar y de correr el riesgo de vivir sus sueños.”

martes, 10 de diciembre de 2013

En distancias cortas, somos más útiles

Tanta pobreza económica hay en el mundo, como emocional. Mirad a vuestro alrededor e incluso a vuestra maldita cara larga de algunas mañanas sin aparente motivo. Es algo que debemos tener en cuenta a la hora de ayudar. Empezar cambiando eso, es algo imprescindible de cuyo progreso solo podemos notar efectos en las distancias cortas. Digamos que, la clave del éxito en la ayuda, no está tanto en el fin como en el proceso. El fin puede conseguirse a través de un parche puntual pero, el proceso, conlleva cierto contacto emocional que puede servir de guía para alcanzarlo, y ser menos caduco.
La conversación que compartí el otro día fue gratificante y hablaba de compartir. La impotencia por no poder poner remedio a muchas de las injusticias de las que, día tras día, somos conscientes por distintos medios, nos frustra y hace sentir prescindibles. A menudo, fijamos la vista demasiado lejos, en entornos que, aun siendo parte de nuestro planeta, no acaban de pertenecernos según dónde nos encontremos. Entornos en los que podemos ser menos útiles e imprescindibles que si decidimos priorizar algunos límites. No descartar pero sí priorizar.
Nos empeñamos en enviar dinero a África, por ejemplo, mientras a nuestro alrededor, constantemente, hay personas en situaciones mejorables que, la pidan o no, necesitan ayuda. Ese euro que donamos y que no sabemos ciertamente a quién llega ni qué parte de él lo hace, me parece más interesante que se traduzca en un abrazo, un bocadillo a medias, una educación o una conversación reconfortante. Ya sabéis eso que se dice de qué “hay cosas que el dinero no puede comprar”… sin embargo, esas cosas, son las más útiles y esperadas. No se trata de hacer demagogia ni seré yo la que me oponga a ningún tipo de ayuda, sea la que sea, pero me parece tan o más importante empezar haciéndolo por algo más alcanzable. Importante e inteligente, ya que la ayuda es más directa e inmediata. No está mal invertir, pero mejor es compartir y que la satisfacción pueda ser doble.
Por todo ello, es más útil que, individualmente, fijemos objetivos más cercanos. Y que, si algún día nos apetece y podemos permitírnoslo, vayamos a África y compartamos dinero, salero, educación, experiencias y amor. Del mismo modo, que cada cual que pueda aportar algo, empiece a hacerlo con su entorno y vaya de menos a más. No abarcar sin, primero, embarcarse. Al fin y al cabo, por mucho que nos hablen del mundo entero, solo conoceremos una parte de él y, nuestro mundo, acabará siendo el conjunto de entornos y de seres en y con los que hayamos convivido. Son esos los que, aparte de exponernos a situaciones reales y aportarnos una valoración objetiva, pueden necesitarnos más y hacernos realmente útiles en muchas ocasiones.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

La posesión no nos pertenece

La posesión no nos pertenece, sin embargo, a veces, nos confundimos llegando a creer que podemos alcanzar cualquier cosa y hacerla nuestra. Que, algo que hoy nos acompaña, lo hará por siempre o quizás por un buen tiempo. Que, por adueñarnos de algo y llamarlo “nuestro”, jamás nos abandonará si no somos nosotros los que lo dejamos escapar o reemplazamos. Mi casa, mi trabajo, mi dinero, mi ciudad… Todos hemos visto alguna vez como, en cuestión de segundos, todas esas posesiones pueden cambiar o incluso quedarse nulas. Mis vecinos, mis amigos, mi amante, mi hombre, mi mujer… mi gente. ¿Por qué iba a ser diferente en esos casos? De hecho, no lo es. Asumamos que mañana podemos tenerlo todo y a muchos o nada y a nadie. No somos propietarios absolutos de nada y hay cosas que, por mucho que nos empeñemos en hacerlas de nuestra propiedad, nunca nos pertenecen del todo... así que aun menos si se trata de personas.
Cuantas más cosas nos apropiamos, más miedo tenemos a perder cosas. Cuanto más tememos perder, menos seguridad en nosotros mismos mostramos. Cuantas más personas queremos dominar, menos confianza depositamos en esas personas. Cuanta menos confianza tenemos, en general, menos capaces somos de llegar a tener alguna otra cosa. Mi paciencia, mi razón, mi confianza, mi amor… detrás de todo eso sí que hay algo que nos pertenece y es nuestra esencia, que es justamente lo que más abandonamos, a veces, para intentar conquistar cosas que nos rodean. Cosas que, si dejamos que vayan y vengan por sí mismas, son más accesibles por voluntad y, quizás no infinitas, pero más bellas, por reales. Si hay algo más bello que una persona libre, son varias compartiendo sus libertades. Libres y en común, somos capaces de crear historias que sí que nos pertenecen una vez vividas. Y, aunque las recordemos cuando ya no nos quede nada de lo que nos rodeaba en ese momento, creo que es lo único, o de lo poco, que podemos sentir nuestro. Hechos no materiales que se pueden pensar y sentir pero difícilmente alcanzar con las manos.
Si  sentimos a alguien parte de nosotros, que sea porque así lo sintamos, pero no debemos confundirlo con una propiedad. Si deseamos caminar junto a esa persona, está bien que lo intentemos, pero no que pretendamos, para ello, cortarle las alas. Debemos dejar que esa persona viva todo lo que tenga y quiera vivir. No servirá de nada que suframos, hagamos lo imposible y desaprovechemos el tiempo esperando el desenlace idóneo porque, hasta que no venga por sí mismo, no existirá tal desenlace… y toda historia tiene un desenlace, seamos pacientes. Al final, si no tiene que ser para nosotros, no lo será y de nada habrá servido perder media vida obsesionándonos con ello. Pero, si tiene que serlo, vendrá, y lo hará en el momento más adecuado. Eso sí, todo lo que hoy pueda parecernos nuestro, no demos por hecho que mañana vaya a serlo, solo que vayamos a intentar conservarlo.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Ladies and gentleman... Ni contigo ni sin ti

Qué poco nos soportamos a veces y cuántas otras nos necesitamos y echamos de menos. Va a ser verdad que somos tan parecidos en unas cosas como distintos en otras y que, todo aquello que nos distancia en comportamiento, en el fondo nos aproxima en pensamiento y nos une en interés. Nos encanta quejarnos y despotricar de las diferencias y discrepancias del sexo contrario, probablemente para ocultar las nuestras e intentar defenderlas a capa y espada… Cómo si fuésemos mejores los unos que los otros… ¡Já! Somos igual de contradictorios entre cabeza y corazón y mejores cuando nos juntamos y nos entendemos, o cuando intentamos hacerlo. No podemos vivir los unos sin los otros porque somos nuestro complemento, como se suele decir. Nos sacamos tan de quicio como de vicio; lo mejor de nosotros mismos en un momento dado y los vete lejos pero no tanto como para no poder encontrarte de nuevo.

Hombres… De los hombres decimos que pasamos de ellos y tan solo hacemos ver que lo creemos. Despistados por excelencia y mujeriegos por vocación, os criticamos por vagos, desordenados, despiadados, pasotas, descuidados y mentirosos. Poco cariñosos y menos detallistas en cuanto a actuación, demostráis nula paciencia y ni pizca de intención en comprensión. Mujeres… De nosotras opináis que somos más raras que un perro verde, más verdes de lo que solemos hacer ver y que hacemos ver que somos simples pero nada que ver. Plastas con frecuencia y mandonas por inercia, nos regaláis joyitas como etiquetas por repetitivas, perfeccionistas, restrictivas, celosas y calientapó. Controladoras por definición y con dudosa autoestima, fuertes de carácter y débiles en decisión.

Con esta lista y tanto amor no sé si siempre nos deseamos, pero indiferencia no nos causamos. Aunque, como también se dice que lo malo también tiene su lado bueno, cuando se sabe ver lo bueno, sale lo mejor y contrarresta todo ese odio que, más que eso, es concreto y puntual rencor. Porque, ¡ai cuánto daño nos han hecho! pero no veas cuánto bien nos queda por tener. Hay cosas que, por masculinas que seamos nosotras, solo un hombre podría aportarnos y, otras que, por afeminados que lleguéis a ser vosotros, solo una mujer puede mostraros.  Y es así como, en ausencia del sexo opuesto, todos somos la mitad de lo que podríamos llegar a ser. Incluso el solitario pastor se junta con alguna oveja y la monja de clausura se reúne cada noche con Dios. Nos buscamos… a veces las cosquillas, pero nos buscamos… y, a modo de polos opuestos, creamos el fenómeno atracción.

A veces no nos entendemos, es cierto. Entre sexos a veces no nos entendemos pero porque tampoco nos esforzamos en ello. Vamos a lo fácil, a reiterar topicazos: “Es que somos tan distintos…”, “Es que sois tan raros/as…”, “¡No hay quién os entienda!” Acabamos creando, de una mentira, una verdad y, de casos concretos, generalizaciones estúpidas… Sin embargo, al final, tenemos que acabar reconociendo que nos amamos. Porque es verdad, nos llevamos como el perro y el gato y vivimos en el constante amor-odio del “contigo pero sin ti”… pero ya se sabe que, en esos casos, podemos traducir el “contigo” desde el lado plasta de la mujer y el “sin ti” desde el mentiroso del hombre, por ejemplo. Tenemos que aprender a interpretar nuestros códigos y, conseguido eso, conseguido todo el resto.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Posicionarnos como espectador

Aviso a todos los navegantes: El texto de hoy va a sonar a libro de autoayuda o a canción mantra. Unos cuantos pensaréis: “¡A mí no me hace falta!” Pero, aunque no expongo nada nuevo, creo que no es un mal consejo en cualquier caso.

¿Qué nos pasa para que “últimamente” nos agobiemos tanto y tan fácilmente? ¿Hasta qué punto disfrutamos de lo que hacemos si estamos pensando en mil cosas diferentes a la vez? El ritmo social avanza a una velocidad de vértigo y nos pasamos la vida corriendo en él, olvidando que, lo importante, no son tanto las tendencias ni el elitismo como la salud mental. Pararnos un rato a hacer cosas que favorezcan eso o, simplemente, preocuparnos por observar, quizás nos distancie del pelotón un rato pero haga que disfrutemos más del presente. ¿Es eso posible?

Si os fijáis, cuando nos salimos del presente, es cuando aparece el sufrimiento. Desconocemos nuestra esencia porque tan solo nos centramos en lo más perceptible, en el ego. En lo que nos afecta y en cómo lo hace, no tanto en el origen. Nos centramos en ese parloteo interior constante que tenemos con nosotros mismos lo que, es algo necesario para conocernos y saber cómo evolucionamos, pero también demasiado influyente, a causa de experiencias pasadas, sobre las que nos vienen nuevas. Solo dejaríamos de escuchar más de lo necesario a nuestro ego y estaríamos más sueltos si viviésemos exclusivamente en el presente… algo utópico pero moderadamente posible. Si focalizásemos toda nuestra atención en él, no crearíamos ese estado de impaciencia, estrés y preocupación que a veces tenemos. Pasado y futuro están incidiendo constantemente en el presente y, quizás con la misma constancia, deberíamos preguntarnos si no demasiado. La mayoría de veces dificulta las relaciones, tanto con el resto como con nosotros mismos y, fácilmente, hacer predicciones nos genera agobio y nos inhibe a la hora de tomar decisiones.

No es que haya una solución permanente para ello, pero sí algunas actitudes que podrían rescatarnos en más de una ocasión. Por ejemplo, “salir de nosotros mismos” y posicionarnos como observadores, por ilusorio y abstracto que parezca. Escuchar ese parloteo, del que hablaba antes, con cierta distancia… como si no fuese a afectarnos cualquier modificación ante la conducta que escojamos, que es lo que suele bloquearnos en momentos de esos contra la espada y la pared. Siempre fue más sencillo buscar soluciones y tomar decisiones en tercera persona que en primera. Si conseguimos vernos desde un punto de vista menos subjetivo, aunque no por ello irresponsable, nos juzgaremos menos, nos comprenderemos más, restaremos agobio y ganaremos seguridad.

miércoles, 30 de octubre de 2013

Lo que necesitas es amor, no amor necesitado

Somos muy caprichosos. Creamos necesidades de ausencias, como si fuese un reto conseguirlas. Y, si no conseguimos obtener aquello que deseamos, sentimos frustración antes de pensar en si, quizás, sí que podemos pasar sin ello. “Esto me gustaría…”, “Esto haría que estuviese más alegre…” Cuando la necesidad es más bien una idea o una razón de mera satisfacción, probablemente se acerque a ambición y no sea tan imprescindible. Cuando, sin embargo, se convierte en un sentimiento que incide diariamente en nuestro día a día y se siente más que piensa, es algo que necesitamos para que, a partir de nuestros rasgos personales, caminemos hacia adelante en vez de retroceder pasos en cordura.

Luego existe el limbo, esa fina línea que a veces separa dos términos. En este caso, el limbo de la necesidad a menudo reside en el amor. ¿El amor como necesidad o como algo complementario? Dicen que hay gente que muere de amor… Yo sé de Romeo y Julieta, y porque se mataron. La realidad es que mucha más gente ha sobrevivido a sus batacazos así que, seguramente, lo más sensato sea verlo desde el terreno del deseo más que de la necesidad o acabaremos, también, matándonos de amor, que es más común.  El amor como expresión es de lo mejor que existe pero, como necesidad, inhibe nuestra libertad. Nos esclaviza ante una atracción hacia alguien que deseamos con todas nuestras fuerzas, aquí y ahora. Puede parecer dramático, pero pensad en todo el tiempo que habéis ocupado pensando en ello hasta hoy, por ejemplo. No hay más, el amor parece creado por un hechicero que nos condenó a todos y, por ello, debemos saber absorber todo el placer que nos aporta pero, a la vez, a dosificar su dolor, porque irá con nosotros de por vida. Pese a eso, el amor es un ámbito que nos influye, y mucho, pero que no nos impide tener otros momentos de bienestar. Por ello, para librarnos de caer en el bucle paradójico de odio al amor, tenemos que saber distraer la atracción en esos otros terrenos.

Dicen que tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor. Puede que alguna más. Ahora bien, ¿por qué dejamos que lo único que nos falta influya tanto en lo que sentimos por las cosas que sí tenemos? Digamos que tenemos dos de esas tres cosas y que, es más, no están nada mal. “¿Por qué, a veces, dos menos uno parece dar de resultado cero?” Buscamos la plenitud pero, a esta, no la llenamos añadiendo necesidades a nuestra vida, sino intentando liberarnos de algunas de ellas. Nadie va a quitarnos el ansia del deseo ni va a hacer que dejemos de intentar hacernos con lo deseado… pero que tampoco, nada, haga que nos vaya la vida en ello como, en ocasiones, parece hacerlo. La necesidad no puede amarse tanto como lo fortuito. Necesitamos amor pero, también, desatarnos de él como mera necesidad.

jueves, 24 de octubre de 2013

Cuestión de fe

¿En qué creemos y en qué creemos o queremos no creer pero lo hacemos? Raro es aquel que alguna vez no se ha aferrado a conectar con una fuerza externa, incierta y todopoderosa para sacarse las castañas del fuego. Desde cristianos hasta rastafaris, pasando incluso por las Believers, todos tienen su particular Dios del que echar mano cuando las cosas no están claras y deseamos con todas nuestras fuerzas que algo ocurra o no. Otra cosa es que sea más o menos efectivo. Aunque no creamos en los milagros, concedemos ese poder a una fuerza superior que, en caso de que no resuelva el caso, tiene una respuesta comodín de fácil salida: “porque Dios ha/no ha querido”. Tener fe, lejos de lo que pueda pensar la moda atea, no es malo, es un refugio. No creo que haya alguien totalmente ateo y convencido de que nunca utilizará la fe para sentirse respaldado sin tener por qué sentirse avergonzado por ello. De igual manera tampoco considero, ni de fiar, ni realmente sano, a alguien que se limite a vivir estrictamente de fe y que se ciegue en ella.

Acogernos a la fe es una opción personal, atemporal, gratuita y aliviadora. Haciendo hincapié en lo de “gratuito”. Para mí, la fe, con dinero de por medio, es un negocio sucio en el que me cuesta distinguir la borrosa línea que a veces la separa de las sectas. No se es más fiel por invertir en ello, del mismo modo que no se es más creyente por lucrarse de las necesidades emocionales de la gente. No hay peor seguidor que ese, ni ninguno que merezca más que el karma haga justicia con él. Aun tengo en mente la sensación de culpabilidad y de vergüenza que sitió una mujer que tenía al lado, una vez que fui a misa, por no haber llevado alguna moneda para echar en el cepillo. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Y no es que esté en contra de los templos como lugar de reunión que puede hacer que algunos se sientan más amparados y acompañados, sino que detesto su uso como lugar de mandamientos e hipnotismo. Por eso, me gusta diferenciar religión de fe, la cual veo más amplia y libre y, por el mismo motivo, veo mucho más interesante la fe individual que la puesta en común.

Porque, al fin y al cabo, igual que la religión puede ser una guía espiritual para algunas personas (si no se lleva al extremo), ¿qué es la fe sino una fórmula personal para reflexionar? No seré yo quien le diga a los devotos que Dios no existe, pero sí que creo que cada uno crea su propio Dios a imagen y semejanza de sus necesidades siendo básicamente energía que retroalimentamos. Por eso considero que, cuando nos sentimos más vulnerables, la fe puede ser un respaldo útil siempre y cuando, si nos involucra, ni influya demasiado ni lucre en absoluto, sino que sirva para ampliar la libertad de pensamiento y cultivar la mente en paz. Así, y esta vez de verdad, como se suele decir: Que la paz sea con vosotros.

martes, 15 de octubre de 2013

A mis chicos no los toca nadie

No soy posesiva, aunque por el título lo pueda parecer… pero no van por ahí los tiros. Cuando tienes una relación, sea del tipo que sea y con quien sea, es necesaria una ilusión mutua como quien empieza un proyecto sin fecha de entrega, pero con una expectativa emprendedora. Cuando algo no va bien, nos exponemos a cualquier desenlace, obvio. Detesto a aquellos que tiran la toalla a la primera de cambio sin intentar esquivar el final fatídico, pero a veces ocurre, acaba o alguno huye. ¿Cómo reaccionar entonces cuando una relación se acaba o no llega a buen puerto por una mala coordinación entre sentimientos?

Sé lo que he sentido por cada una de las personas que han pasado por mi vida hasta ahora y quizás no tanto lo que han sentido por mí. Pese a eso, sé que, a su manera, me han querido o han llegado a hacerlo un poco tarde (eso sí que es para darse cabezazos contra la pared). Algunos me han querido más de lo que me han valorado, de hecho. He podido tener más o menos relaciones, más o menos duraderas o profundas pero, en general, si de algo estoy convencida es de que he tenido la suerte de cruzarme con calidad humana. Tendré mal ojo al apuntar, en muchos aspectos, pero no en ese. Generalizando mucho… buenos, testarudos, algo injustos o caprichosos y, a veces, egocéntricos… pero buenos aunque os cueste creerlo. Con sus varias cualidades y muchos defectos, me dieron alguna razón para no guardar un mal recuerdo de aquello. Quizás, de alguno, tampoco bueno, pero no tan terrible como para que en estos momentos llegue a herirme lo suficiente y a querer condenarlo… solo mataría a alguno de ellos, pero solo eso, haha... De momento los dejaré vivos por si pueden servirme (el té de la sobremesa cuando sea una abuelita soltera y me case con un gato llamado Rodolfo, que rima con golfo).

Cuando todo va bien, probablemente sea una de las sensaciones y situaciones más satisfactorias con las que podamos encontrarnos. Cuando algo va mal, es frustrante y aparece por algún lado el dolor. Cuando hay dolor, hay sentimientos de por medio. Sentimientos contradictorios. Si duele es porque algo hemos querido, pero también porque algo que, ni esperábamos, ni queríamos, nos hiere. Al final, juntando todo ello, llegas a la conclusión de que, más allá de comportamientos y culpas, lo que duele es “el amor frustrado”, el vacío después de todo lo sentido. Es ahí cuando debemos controlar el recuerdo, lo pasado vs a lo que quiero. El recuerdo es ese demonio y ese ángel que nos hablan uno por cada oído y que, no siempre, pero a veces se aprovecha de nuestros momentos decadentes. Por un lado, revive sentimientos podridos, por otro, muchas veces los distorsiona pintándole, por encima, lo bueno. Definitivamente, en un momento sensato acabas por concluir que el recuerdo es el diablo aunque en otros momentos, un alivio del que disponemos.

En cierto modo, supongo que una de las razones de que el cariño perdure por encima de lo bueno y de lo malo en algunas ocasiones, tiene que ver con el afecto que recibimos y cómo lo recibamos y administremos. Lo que una persona puede transmitirnos y aportarnos, y más en terreno sentimental, es mucho y va más allá de lo claramente perceptible. Me arriesgaría a decir que puede que, incluso, ese punto se enfatice más en las mujeres (aunque no por ello únicamente). La seguridad que puede reafirmar el amor, en uno mismo, y el respaldo desinteresado, pueden ser ejemplos de aspectos que multiplican ese bienestar y esa melancolía, posterior, en momentos de vacas flacas. A veces, flojeamos demasiado en ese sentido… pero es parte de nuestro encanto y no por ello somos más débiles, sino más deseables. Es algo que se ve más cuando se va que cuando se tiene, de ahí lo de que “no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos”.

Con todo esto, lo que quiero acabar comentando es que, aunque nunca todos lo merecen, en general creo que es justo guardarle, ya no entro en si cariño (aunque no estaría mal) pero sí respeto y cierta protección a aquellas personas que han ocupado nuestro corazón alguna vez y, sobre todo, que nos han hecho un hueco en el suyo. Suelo pensar que ojalá ellos, más o menos cerca ya, en persona o en recuerdo, me estén cuidando igual a mí allá donde van.

PD: Por cierto, pretendo que me toméis enserio cuando hablo de relaciones aunque ni yo sepa a veces de dónde saco ese convencimiento cuando escribo sobre ellas, pero lo tengo. Hablando enserio, a veces me pregunto cómo puedo creer en el amor, en ese que los enamorados vivís y que el resto observamos en silencio (o escritura). Para mí, el amor en su totalidad, ahora mismo viene a ser como Dios. Igual de inalcanzable la mayoría de veces y todopoderoso pero incierto a la vez… Tampoco es algo que me desespere pero sí que me causa intriga y ternura. Y lo digo con un poco de pena pero tampoco estoy triste. “Qué cosas más extrañas nos atraen a veces…”. Eso mismo me decían a mí con alguno de mis chicos.

martes, 8 de octubre de 2013

Frialdad que quema

Somos fríos demasiadas veces y, si no lo somos, eso aparentamos ser. Aunque eso signifique generalizar, ¿alguien me lo va a negar? Mirad alrededor y pensad en cuántas veces nos gustaría recibir un mísero gesto amable o de cariño por parte de alguien y cuántas de ellas no lo tenemos. Ya bien sea culpa nuestra por no buscarlo o culpa de otros por no permitirlo, nos comunicamos mucho menos de lo que deberíamos hacerlo y no nos hacemos ningún favor. Yo creo que “la felicidad” basa sus cimientos en el cariño y el amor y, si realmente es así, no me extraña que haya tanto infeliz. 

¿Por qué nos da vergüenza o transmitimos empalagososidad e incluso tristeza cuando necesitamos pedir cariño? ¿Por qué lo vemos como algo provocado por algún agente negativo? Pues porque nos supone una necesidad y solemos pedirlo solo cuando así nos afecta, en vez de hacerlo algo más corriente y espontáneo. Somos individuos “independientes” pero a la vez en convivencia, con sentimientos y sentidos que necesitamos recargar día a día. Entre nosotros, disponemos de esa energía sensorial. Es tanta la distancia que ponemos, tanto mental como corporal que, compartiendo como compartimos, tiempo y espacio, y emociones y ambiciones en ellos, en vez de sumar, a veces restamos y no nos permitimos ni tocar. Pretendemos volvernos más desconocidos de lo que somos aun sabiendo que, si algo tenemos en común, es que, de maneras distintas, pero todos sentimos… a todos algo nos ha roto alguna vez en corazón y algo nos ha entusiasmado. Vamos en el autobús o en el metro, por ejemplo, y cualquier mínimo roce con otro brazo nos incordia, nos molesta. Caras largas y distancia. ¿De qué vamos? ¡Es solo otro cuerpo, otro brazo! ¡No veo la intromisión! 

Nos sentimos invadidos y consolados con demasiada facilidad y, además, somos bastante egocéntricos. Mirarse uno mismo el ombligo no impide levantar la mirada y preocuparse un mínimo por lo exterior, lo que convive con nuestro entorno, eso que nosotros mismos somos para el resto a su vez. ¿En qué va acabar todo esto si seguimos comportándonos y educando así? Me molesta que no nos cuidemos más o al menos que no nos rechacemos tanto, que no compartamos más la energía de la que disponemos y que, en sintonía, puede ser mayor. ¿Sabéis qué pasa? Que sin roce no hay cariño y sin cariño hay mucho ser solitario que, en convivencia con otros solitarios, a lo tonto, pasan frío. ¿Alguien va a intentar dar el primer paso para taparlo? El hermetismo se derrite ante el calor, comprobado.

martes, 1 de octubre de 2013

Teoría de la bisexualidad

Aunque no nos guste clasificar a la gente por su condición sexual, muchas veces lo hacemos. ¿A quién no se le ha escapado alguna vez “Este tío es gay.” o “Esta tía es lesbiana.”? Sí, lo hacemos, nos ayudamos a definir el perfil de una persona, también por su condición sexual. Sin embargo, ¿Es la condición sexual algo que perdure en el tiempo de manera lineal e irrevocable? ¿Estamos todos seguros de que, lo que somos y nos atrae hoy, será lo mismo que lo que lo haga mañana? Ya contesto yo: No. Una cosa es lo que sintamos y otra distinta lo que nos queramos imponer. La cultura con la que hemos sido educados, tiende a remarcar la importancia de crear una identidad personal con la que nos sintamos identificados, huyendo así de crisis existenciales y sintiéndonos parte de un todo que, en el fondo, amenaza a nuestra libertad. Estamos acostumbrados a dividirlo todo en dos, a elegir entre blanco y negro, entre si eres de esta acera o de la otra…  pero yo sigo defendiendo la teoría de la bisexualidad humana, del espacio intermedio como posición única pero variable dentro de ella.

El pasado vivido, lo sabemos con certeza dentro de una versión personal que tenemos pero, del no vivido y del futuro, no sabemos nada. Vivimos condicionados y estamos tan acostumbrados a ello que, a  veces, ni siquiera nos damos cuenta y repetimos con la cabeza alta: “Yo soy así.” ¿Así, cómo? ¿Así, cuándo? “Así soy yo hoy porque, lo cierto es que, para mañana, no podemos descartar cualquier variedad.” Partiendo de esto, pues, el que hoy se siente completamente homosexual o heterosexual, quizás dentro de un tiempo se lo replantea y, el que hoy lo critica, mañana puede encontrárselo o sentirlo aunque no vaya a decirlo. Por eso, tiendo a pensar que todos estamos dentro de un marco bisexual, porque podemos negar lo que no hemos sido o somos, pero no lo que podamos llegar a ser. Es más, me parece más sensato que, puestos a definirnos, podamos hacerlo en el marco más amplio posible, como cuando decimos ser “ciudadanos de un lugar llamado mundo”… Qué poco nos importa abrir el margen en sociedad para según qué cosas y cuánto nos cuesta, aun, para otras…

Desde que nacemos, nos vamos haciendo, siendo, de base, un folio en blanco. Después, hay varios factores que influyen directamente sobre nosotros a lo largo de nuestra vida y que van desarrollando nuestros gustos, nuestro comportamiento… nuestra personalidad. La cultura que adoptamos, la educación que recibimos, el entorno en el que nos movemos y las experiencias que vivimos, hacen que nos posicionemos y que pensemos de una manera concreta. Si hubiésemos crecido en otro contexto distinto al que hemos ido perteneciendo, seguramente seríamos distintos de cómo somos ahora. En esa misma línea, también pienso que ocurre lo mismo en cuanto a nuestra sexualidad: nos sentimos atraídos por lo que nos sentimos atraídos a raíz de esos factores. Más allá de la genética, esta interactúa dentro de unas vivencias que son, al final, nuestra gran influencia e inspiración. La teoría de la bisexualidad, entonces, viene a reflejar la idea de que la tendencia sexual puede ser permanente o temporal, pero permisiblemente cambiante.

Para que se entienda de manera más gráfica, se basa en dos extremos: la heterosexualidad y la homosexualidad, y un espacio intermedio muy amplio. Dependiendo de los factores que he comentado antes, cada uno de nosotros, en un momento concreto, se sitúa en un lugar más cercano a alguno de los dos extremos o bien en un punto totalmente neutro. No discuto que, actualmente, podamos sentirnos más atraídos por un sexo que por el otro, incluso estar convencidos de que solo nos atrae uno de ellos, lo que no acepto es descartar que eso pueda cambiar en un futuro más o menos inmediato. O sea, no me convence la idea de eternidad. De ahí que, dentro de que en un momento dado podamos sentirnos más cercanos a uno de los dos extremos, incluyo todo ello dentro de una naturaleza bisexual. Por eso, hoy por hoy, podemos identificarnos como heterosexuales, homosexuales o bisexuales, pero considero que la base puede variar en el tiempo. Sea como sea y en el terreno que sea, cerrarnos en banda y descartar alguna opción es de ilusos y va siempre en contra de nosotros mismos.

En definitiva, es inevitable que nos sintamos más afines a algunas corrientes, tendencias o creencias que a otras pero, dentro de ello, creo que el mayor favor que podemos hacernos es el de ampliar, lo máximo posible, nuestro marco de permisión. Creo que eso se ajusta más a la realidad de un futuro incierto como el nuestro y  a la aceptación, ya no solo de lo nuestro, también de lo que nos rodea. No ciñéndonos a asegurar cosas de las que no podemos estar seguros, nos permitimos ser más libres. Vetarnos a algo como, por ejemplo, a ser de cualquier otra forma que hoy no somos o no creemos ser, es lo que hace que veamos ese “algo” negativo. Así es como, a veces, nos convertimos en seres impermisibles e incluso fóbicos, por nuestra propia culpa. Somos más de lo que nosotros mismos solemos pensar y mucho más de lo que decimos ser. Quizás nuestra orientación sexual no varía nunca del punto en el que ahora se encuentra, pero quizás llegue a hacerlo y, decir hoy un “no” rotundo, pone más difícil llegar a admitir un “sí” o un “puede”, en otro momento. Vamos… no creo que nuestra sexualidad dependa tanto de una programación instintiva exacta como de nuestras vivencias. Y vosotros, ¿qué opináis?

jueves, 26 de septiembre de 2013

Inteligencia emocional

Como diría Punset, el ser humano es extraordinario. En nuestro énfasis por descubrirlo y saberlo todo, muchas cosas se nos escapan a la vez que cada vez menos. En la actualidad, somos capaces, incluso, de descubrir avances que nos ayuden en nuestra propia búsqueda de conocimiento, acentuando esa manera rápida de vivir que tenemos y almacenando, cuanto más mejor, con menor esfuerzo y en menos tiempo. Es el método que nos hemos acostumbrado a seguir como corriente. Queremos y pretendemos saber, averiguar, resolver y alcanzar tanto contenido como nos sea posible, a pesar de que algunos modelos educativos nos lo pongan complicado y de que, día tras día, lo de ayer deba revisarse por quedarse, en cuestión de minutos, anticuado. Parece que, si no sabes cosas, eres un idiota, y quiero romper una lanza a favor de todos esos idiotas de documentación y bases de datos, reivindicando la inteligencia emocional por encima de cualquier otro conocimiento. 

No voy a ser yo quien diga que preocuparse por ampliar nuestro aprendizaje, a cualquier nivel, esté mal. Nada más lejos de la realidad. Sin embargo, sí que considero primordial preocuparse por otro tipo de conocimiento que hay que alimentar, constante y obligatoriamente, para sobrevivir y mantenernos mentalmente sanos; algo básico para mantenernos vivos en vida. La inteligencia emocional, pues, es ese tipo de conocimiento que se centra en asimilar lo de dentro para poder llegar a entender, con ello, lo de fuera. Exactamente, se trata de la capacidad que tiene, una persona, de manejar, entender, seleccionar y trabajar sus emociones y las de los demás con eficiencia y generando resultados positivos. Es decir, la habilidad para gestionar bien las emociones; tanto las nuestras como las de los demás. Creo, entonces, que preocuparse por saber cosas es algo alternativo y, según cómo se mire, discriminatorio dependiendo del acceso que se tenga a ello. Sin embargo, preocuparse por comprender comportamientos, diseccionar experiencias, sacar conclusiones de estas y actuar de la mejor manera que consideremos en base a ello, es algo que está al alcance de todos y que deberíamos imponernos. Es por eso que, ante todo, defiendo un saber en el que 'el fondo' sea importante porque, anteriormente, nos hayamos preocupado un mínimo por 'la forma'. Me parece más interesante porque creo que, a la larga, aprendemos más.

A lo largo de la vida, y más aun si cabe en la sociedad actual, cualquier tipo de conocimiento es positivo siempre y cuando el uso que se le dé también lo sea. Nuestra ambición por saber cosas no es negativa si, la intención con la que vaya a usarse esa información, no tiene consecuencias dañinas sobre terceros. Eso es algo que escogemos. En cualquier caso, saber cosas puede hacer que vivamos más fácilmente y resultarnos sumamente útil en algunos contextos. Pero el saber emocional, puede facilitarnos increíblemente la vida, personal y socialmente hablando, en cualquiera de ellos. Así que, más vale que andemos con cuidado a la hora de juzgar a alguien más por su contenido intelectual que por su sensibilidad al filtrar emociones porque, mientras el listillo llama tonto al resto, ya está perdiendo la oportunidad de compartir lo que sabe y de sacar algún provecho de ese momento. Mientras tanto, los demás, analizan la situación y  preparan su mente para, por ejemplo en este caso, combatir situaciones adversas y a gente, quizás no tonta, pero sí inútil. Es decir, unos aprenden lecciones y otros dan lecciones de vida. Elijamos, entonces, conocer a partir de habernos conocido porque, no es más feliz el que sabe mucho sino el que se siente mejor.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Locución y redacción, desde el corazón

Estoy muy contenta y no puedo disimularlo, ni siquiera atenuarlo… y tampoco tengo por qué. Esta vez, la novedad, se ha colado en mi vida prácticamente de imprevisto. Voy, día tras día, descubriendo más y más y está siendo una experiencia increíble. Hacer radio, para mí, es uno de esos sueños que la gente tiene, que ven hipotéticos y que, un día, porque seguramente así tuviese que ser, se hacen realidad. Ilusiones que estás acostumbrada a ver en tercera persona y que, un día, te toca a ti cumplir. Quien me conoce bastante, sabe que hace mucho tiempo que soñaba con los medios de comunicación. Ni afán de protagonismo, ni nada de eso que se presupone malintencionadamente cuando alguien quiere trabajar en alguno de estos sectores… simplemente ganas de entretener, compartir y aportar. Y es que, probablemente, sea esa mi verdadera vocación, vaya o no a tener un hueco en ello en un futuro. Llevaba la espina clavada de hacer algo así y, para consolarme, solía pensar: “Todo en su debido momento…”. Ahora sé que no eran palabras dichas del todo en vano, ya que parece que ese momento ha llegado. Cuando algo que deseamos mucho, sale bien, se genera una energía dentro de nosotros mismos que, inevitablemente, se desprende alrededor. Algunos de los que nos rodean, intentan sacar el lado positivo a ello y, otros, despotrican por las espaldas. Pero es que eso, ocurra o no ocurra algo extraordinario en nuestras vidas, va a seguir pasando, así que mejor que sea haciendo lo que nos llena. Por eso, también sé que, aquellos que me quieran, aprecien o sepan cómo soy, al final van a estar a mi lado en esta experiencia que me hace feliz, por eso mismo. Y por supuesto, yo quiero compartirla con ellos.

¿Qué tiene la radio que la haga especial? Yo creo que es realidad y magia a la vez. Por una parte, lo expliqué en el primer programa que hice en mi vida (el junio pasado), la radio nos permite crear a través de la imaginación. Oír, pero no ver, da pie a un doble juego: el de quien la crea y el de quien la escucha. Todo puede estar desarrollándose de manera distinta a aquello que el oyente imagina y eso depende de dos parámetros: la actitud del programa y la actitud con la que se reciba. El mensaje que se desea transmitir, al final es claro y bastante directo, pero la radio permite esa libertad para crear una atmósfera personal en base al estado anímico, a las necesidades y a la creatividad del receptor. Entonces, en esa misma línea, puede decirse también que es un medio que crea un espacio íntimo. Es cierto, ¿cuántas veces, por ejemplo, nos hemos sentido más acompañados en el coche con la radio puesta? O mientras nos duchamos o antes de irnos a dormir o, en definitiva, en cualquier momento en el que nos apetece cierta compañía. La radio es un medio cercano aun en la distancia. Esto, a veces, también va un poco ligado al juego de voces que se da. ¿Cuántas cosas es capaz de idear una voz? La radio te da la oportunidad de percibir, construir, reflexionar e, incluso, sentir, a través de unas palabras dichas de una manera determinada. Y todo ello, dejándonos llevar por pensamientos, opiniones o, al fin y al cabo, esencias personales. Porque una voz, no solo habla hacia afuera, sino que, la mayoría de veces, también transmite un interior y, eso, cautiva.

El llegar a  “Sants-Montjuïc Ràdio”, en cuestión de poco tiempo ha aportado a mi vida ilusiones y oportunidades que, en este momento, necesitaba. El iniciarme en esta emisora permitió, a la vez, que contactase de manera directa con el periódico “La Marina”, llevando de alguna manera, mi afición por la escritura, al mundo profesional. Es una manera distinta de tratar las palabras y de expresar y, eso, también lo hace un reto interesante. Es una sensación de jugar a ser periodista sin considerarlo meramente un juego ya que, para mí, significa algo más. Así es como, de repente, me he convertido en locutora de radio y redactora en un periódico llegando, incluso, a descubrir aspectos más técnicos. ¿Quién me lo iba a decir? Pues así es cómo, también, más allá de eso y de lo “guay” que pueda sonar, mis ganas por superarme y por aprender, cada día van en aumento. Se trata de algo que, sin duda alguna, hace que, gente que ama esta profesión, a partir del contacto directo y del ánimo, e incluso desde cierta libertad, llegue a amarla aun más… y creo que hay pocas cosas tan satisfactorias.

¿Sabéis qué pasa? Que poder trabajar de algo que disfrutas es un placer pero, si lo haces con un equipo de gente que te acoge e integra en esa, por qué no, “familia radiofónica” y, en general, de los medios de comunicación, y todo en cuestión de segundos, a cambio de nada, se convierte en una gozada. La implicación, la pasión, la motivación y el deseo, son parte del día a día y es algo que se respira en la emisora. Es más, el día que no tienes programa o ninguna tarea que desempeñar, llegas a echarlo de menos. No hay precio que pueda pagar el momento en el que tu trabajo se ve recompensado y valorado con palabras o muestras y, eso, en el poco tiempo que llevo de momento, me lo he encontrado y es lo que me ha empujado a no abandonar y a exprimir lo máximo posible de mí dentro de ese contexto. Las ganas de empaparte de todo, de conocer, de participar y de compartir con el resto de personas que tienen en común contigo esa misma pasión, son una constante. Que tengas alguna duda, la consultes y, seguidamente alguien te la resuelva cercana y humildemente… Que cuenten contigo para colaboraciones, propuestas y opiniones… En definitiva, que cuenten contigo de forma más o menos directa, pero que llegue a hacerte sentir calidez, es muestra de que te rodeas de un gran equipo humano. Y eso se contagia, facilita la conexión desde un primer momento y hace que, juntos, sigamos tirando adelante con este pequeño pero tan gran proyecto a la vez.

Por todo ello, quiero aprovechar este escrito para agradecer a todo el equipo de “Sants-Montjuïc Ràdio” y del periódico “La Marina” que, actualmente, estén llenando mi saco de felicidad. Podría ir nombrando uno por uno a aquellas personas que han tenido algún gesto amable, de valoración o de agradecimiento hacia mí, pero creo que este mensaje les llegará igual y que, lo que nos queda por aportarnos, aun puede ser más interesante si cabe. Sí que quiero dar las gracias, con nombres, a las personas que hicieron posible mi primer contacto con el equipo y que, de alguna forma permitieron que descubriese todo lo demás: A Kekio, porque un día hablando y, casi por casualidad, fue quién me facilitó la entrada y me animó a que formase parte de esto. Y, a Juan Marín, por ser el primero que confió en mí, por intuición, para estrenarme co-presentando su programa. A parte de ellos, como he dicho, es un agradecimiento genérico para todos a los que os he ido conociendo y que desempeñáis alguna función dentro de esta casa (porque así es como me hacéis sentir) y que me habéis abierto las puertas sin inconvenientes, con total respeto y haciéndome sentir una más. Si en el tiempo que llevo, ya he vivido tantas cosas y siento todo esto, estoy deseosa por ver lo que podemos llegar a ser, a hacer y a compartir a partir de ahora y en el tiempo que nos queda.


Lo que, aparentemente, es "guay", no siempre decepciona cuando lo conoces. Si le das la oportunidad necesaria, a veces cautiva.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

El striptease

El juego en pareja quizás sea tan importante como tener pareja en sí. Si una pareja no se divierte y entretiene aun en el aburrimiento, a la larga o a la corta, adiós pareja. Todo es cuestión de actitud, también hay que decirlo. Hay muchas formas de jugar, tantas como parejas haya, y hay juegos más o menos conocidos, igual que otros tontos o más bien atractivos. Unos los clasificarán como ‘pasados de moda’ y otros como ‘juegos de esos a los que alguna vez deberíamos probar a jugar’. Si sois de la primera opinión, quizás os parezca una cutre, igual que a mí vosotros unos sosos. Si sois de la segunda, probablemente alguna vez acabaréis haciendo o acabarán haciéndoos un striptease. Personalmente, creo que un striptease masculino es más gracioso y burlón que uno femenino, que me parece más atractivo y seductor. No es cuestión de machismo, sino de formas, de curvas y de maneras de moverse. Así que, sin descartar radicalmente los primeros, hablemos de los segundos.

Mujer, ¿cuántas veces has soñado con sentirte tan sexy como Violet Sanford en Bar Coyote, por ejemplo? Seguramente, antes de la noche del striptease, ella se pasó más de un rato repensándolo y echándose atrás, pero eso no sale en la peli, claro. Nena, deja la vergüenza de lado y decide quién lleva la batuta hoy. Elige canción, o más bien lista de reproducción, porque estoy segura de que la anécdota va a provocar que se alargue la velada. Tienes infinitas variedades, más atrevidas o más suaves. Abre tu armario con actitud picaresca y olvida eso de que “son cosas de fresca”. Dale alegría a la vida, jugando hoy con tu seducción. Mírate al espejo y quiérete, mírate, muévete y ensaya si hace falta porque hoy no piensas, hoy te lanzas. Ambienta bien la ocasión y usa complementos para aumentar la temperatura, para realizar fantasías, para desatar la tensión. Ve decidida y date vida. Y no olvides reírte de ti misma si se da la ocasión. No hay qué temer cuando hay confianza, como no hay qué esquivar cuando atado al cabecero, el valiente caballero se convierta en tu reo y lo puedas provocar, seducir y tocar. Saca a relucir tus armas, revoluciona esos minutos, nena. Muévete, roza, tapa, destapa, baila y deja entrever. Más divertido o más flipado pero, el carácter, eres tú quien lo va a poner. Y puede pasar… en tu casa no hay barras de esas para salas preparadas y contra el armario empotrado te la puedes pegar. Pero tú, con la cabeza bien alta y con gesto de “mi amor, todo está bajo control”, te levantas, te desenrollas el marabú y te das cuenta de que, aun con resbalón, caída o descontrol, no es lo único que has conseguido levantar. Que sí, ¡que hoy te has propuesto triunfar!

No importa la forma sino el fondo y el por qué. Destápate mientras te sientas bien, con quién te sientas cómoda y frente a quien lo pueda merecer. En todos los aspectos de tu vida pero, hoy, explícitamente también. Porque recuerda que el mayor fin no es satisfacer, sino pasarlo bien. Por eso, quizás no ha ganado la partida la profesionalidad a la velada, sino más bien la intención y tu mirada. Las armas de seducción de una mujer son amplias y siempre más de las que solemos aprovechar y de las que nos proponemos conocer. Si tenemos al lado a esa persona que nos motive para sorprender, para soltarnos la melena y en nosotras confiar y creer, tenemos todos, en pareja o sucedáneos, más que ganar que perder. Y así es como hoy te acuestas con más seguridad y desatada, con ganas de más soltura y naturalidad, con puntos extra en lección-seducción y, probablemente, bien acompañada.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Puertas abiertas como inicio

Cuando queremos conocer a alguien, formar parte de otra vida, de una comunidad o de un proyecto, es tan necesaria la motivación para hacerlo como la acogida con la que nos encontremos. De persona a persona, todo es más sencillo, el tiempo destinado a conocerse y de conexión es menor y el proceso va rodado. Si el paso se da para introducirse en un grupo o proyecto conjunto, hay que prever que, el tiempo necesario para crear vínculos con todos los que forman parte de ello, será mayor. Requerirá un esfuerzo más grande que no podemos tomar a la ligera ni mucho menos permitir que nos agobie. Conocer a una persona no es tan fácil como creemos, así que llamar “conocido” a alguien es un tanto arriesgado si lo pensamos de manera objetiva. Alguien conocido es alguien de quien tienes más allá de sospechas, rumores o mitos, alguien con quien has tenido cierto contacto, una idea creada a través de hechos, conversaciones y cierto interés mutuo, también objetivamente hablando. Un amigo, es más, significa coger todo eso que un conocido sabe y aceptarlo, estar dispuesto a formar parte de ello con mayor o menor implicación, pero sin poner en duda la esencia, la intención y la base humana de esa otra persona.

Justamente este verano pasado, por distintos motivos, varios años de por medio y algún que otro empujón decisivo, me lancé a formar parte de un grupo ya formado y bastante consolidado del cual ya tenía bastantes referencias, pero desde fuera, claro. Grupo al que quería juntarme pero, el cual, a la vez y por distintos sucesos, me merecía cierto respeto. “Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra”, dicen, y yo no tiré ninguna piedra pero sí mis rayadas, prejuicios y temores por la borda, y vino bien. Me di cuenta, entonces, de lo importante que es que, inicialmente, te reciban de puertas abiertas, pase lo que pueda llegar a pasar y pese a lo desconocido, mal conocido o solo a medias con lo que, hasta ese momento, se llegue a constar. Cuando entramos a un grupo más o menos consolidado, lo primero a lo que debemos adaptarnos es a acatar unas reglas internas e inconscientes que el tiempo y los perfiles han ido estableciendo y, a la vez, sentirnos cómodos con ellas. Lo segundo es entender que es necesario un poco de esfuerzo por ambas partes y, sobre todo, por la nuestra. Debemos comprender que, la necesidad por integrarnos, la tenemos nosotros y no tanto los demás. Si nos ofrecen ayuda o ganas de conocernos, de algún modo es algo voluntario que se hace por ilusión o cariño, así que debemos tener ganas de aprovechar todo eso que nos venga dado. Lo tercero, y relacionado con lo anterior, es la conexión, eso por lo que se necesita que haya un interés mutuo por conocerse. El encaje, la forma de desenvolverse en las situaciones y la ilusión que le pongamos a aquello que hacemos o comentamos con el resto del grupo, es decisivo.

Personalmente, nunca he tenido problemas para relacionarme con la gente pero, es cierto que, darte a conocer en un grupo, no es cosa de cuatro días, sino un proceso y cuestión de tiempo. Hay gente más cerrada y gente más abierta, gente que cae en gracia y gente que se lo tiene que currar más, gente que lucha por hacerlo y gente que se deja vencer. Con este texto, quería animar a todos aquellos que sientan algún tipo de temor o barrera interna que les impida lanzarse a conocer a alguien a quien deseen conocer o “tocar a la puerta” de algún grupo del que les gustaría formar parte. Cada uno debemos tomar las riendas de nuestra vida tomando iniciativas, más o menos complicadas, pero iniciativas con paso firme creyendo en lo que hacemos. Y, con este texto, también quería aprovechar para agradecer, una vez más, a mi nueva peña del pueblo, “Los Gaxupos”, que me recibieran de puertas abiertas, desde un principio. Es de agradecer que me lo pongan fácil para divertirme, difícil para arrepentirme y que sea tan sencillo querer abrirme como, con cada uno de ellos, compartir y llegar a descubrirlos. (Y sí, me he puesto un poco sentimental, pero es lo que hay.)

jueves, 12 de septiembre de 2013

"La ley limón" de las citas

Hace unos días, mientras tomábamos algo, un amigo me habló de la teoría de “La ley limón”. No estábamos en una cita y nos conocíamos desde hacía bastante tiempo pero, de haberlo estado y ser aquel nuestro primer encuentro, podríamos haber pasado a sentir los efectos de esta. A veces, forzamos situaciones, luchamos por cambiar personas, por amoldarnos al comportamiento de otros o por intentar conocer a alguien por quien, directamente, no merece la pena que nos esforcemos demasiado. No se trata de pensar que sea una persona indeseable y tampoco de no brindarle una oportunidad, sino de, una vez brindada, ser lo suficientemente realistas, en el menor tiempo posible, y reconocer si existe esa conexión necesaria que haga que merezca la pena seguir hablando y alargar el rato.

Quizás me perdí el capítulo de “How I met your mother” en el que se hablaba sobre “La ley limón”, pero no hay duda de que todos nos habíamos visto entre la espada y la pared de esta ley antes de que el guionista de Barney Stinson la catalogara como tal. “La ley limón” pues, consiste en darse cuenta de si una cita va a ir bien o mal en, aproximadamente, 5 minutos. De si, pasado ese primer minuto de nervios, esos dos segundos de adaptación y esos dos siguientes de asentamiento, merece más la pena quedarse o levantarse e irse. Otra cosa es que lo hagamos o no, ya que la conciencia nos incita a recortar minutos pero el respeto nos hace quedarnos, aunque el feeling ya esté pronosticado. Por un lado y como precedente, si la intención es llegar a algo más que amistad con alguien, tiene que haber una mínima atracción sexual por ambas partes que despierte el interés que requiere algo así. Después, el tiempo ya hace que esa atracción se mantenga, aumente o disminuya, en la medida de la que fuese inicialmente. Por otro lado, para qué engañarnos… en el supuesto caso de que lo que busquemos o encontremos tras esa cita sea únicamente amistad, también debe existir una atracción, ya no tan física como química, pero atracción que nos provoque de cara a tener otro encuentro. Del mismo modo del que no se puede tener un affair con cualquiera, no se puede ser amigo de todo el mundo.

Personalmente, creo que la teoría que refleja esta ley es totalmente cierta llevada a la práctica, aunque quiero apuntar que 5 minutos me parecen insuficientes en algunos casos. De todas formas, lo cierto es que tampoco creo que se necesiten muchos más ni creo que necesitemos una primera cita entera, ni tan solo media de ella, para darnos cuenta del destino, más o menos victorioso, que esta aguarda. Por nuestro recorrido personal hasta ese momento, siempre congeniaremos mejor con unos que con otros y no hace falta irse demasiado hacia el futuro para verlo, por ácido que nos resulte admitirlo. 

sábado, 7 de septiembre de 2013

Mujeres que no deberías ni ser, ni querer

Mujeres... "Más raras que un perro verde", dirían unos, "más complicadas que Eminem en karaoke", dirían otros, "más contradictorias que un fruto seco mojado", otros tantos. Y aun con todo ello, y sabiendo que a los hombres también podría atribuírsele lo mismo, sabemos que a aquellos que lo dicen no les falta razón... pero algunas preferimos defendernos. Justamente aquellas mujeres que no lo hacen, siendo capaces de no cuidarse entre ellas mismas, son aquellas que no deberíamos ser ni querer. ¿Por qué? Porque las sonrisas al frente no salvan de puñaladas por la espalda. Como ya sabéis, suelo defender a las mujeres, pero hay dos tipos de ellas que, especialmente, no deberíamos ser, ni a las cuales deberíamos querer y voy a mencionarlas.

Por un lado, encontramos esas mujeres que critican a otras cuando estas hacen lo que a ellas les encantaría hacer. Los celos matan pero, en este caso, a la que ellas consideran que tienen el éxito que desearían. Y lo de matar no lo digo tan a la ligera, ya que se han conocido casos realmente llevados al límite. Los celos son el enemigo clave por excelencia entre algunas féminas y considero que son mucho más peligrosos de lo que aparentemente pueden parecer. Pueden llegar a romper vínculos, hacer daño gratuitamente o llegar a boicotear a alguien en sociedad. Se basan en rumores, muchas veces generados por ellas mismas y, generalmente, la toman contra perfiles de chicas medianamente exitosas en algún ámbito, positivas por excelencia o, simplemente, con la personalidad que ellas querrían tener (y que, así, obviamente, nunca tendrán). Pueden llegar a machacar hasta límites insospechados y, por ello, hay que aprender a identificar a esas mujeres desde el primer segundo ya que son altamente manipuladoras.

Por otro lado, tenemos otro grupo de mujeres muy gracioso y, de tan “gracioso”, asqueroso. Se trata de mujeres que critican y juzgan a otra para distraer la atención mientras ellas hacen lo mismo, o peor, que esa a la que critican. Son capaces de poner a bajar de un burro a una de nosotras, elegida incluso al azar, con tal de que no las apunten a ellas con el dedo. Tan culpable es la sociedad por juzgar actuaciones totalmente personales sin tener ni idea, como esas bichas envidiosas que deciden hundir a una sola en vez de salir en su defensa y luchar contra ello. Creo que hay que tener un poco más de criterio y de dignidad como para hacer algo así y para creer que, de esa manera, conseguirán reflejar una imagen más limpia. Prefiero como amiga, amante, familiar o conocida a una mujer sexualmente abierta, por ejemplo (que es lo que se suele utilizar para juzgar en estos casos), que a una sin vergüenza con más malicia que ingenio. Verdaderamente, la sociedad debe tomar conciencia suficiente como para que acabemos apuntando con el dedo a ese tipo de personas y no a mujeres destacadas por envidias y chismorreos.

En conclusión y muy relacionado con lo explicado: Si una mujer se relaciona más con hombres que con mujeres, puede ser normal. Si a una mujer le gustan más los hombres que las mujeres, es normal. Si a una mujer le gusta sentirse deseada o exitosa, es más que normal… Ahora bien, cuando por todo ello una mujer es capaz de contar mentiras, pisar cabezas y hundir ilusiones, es una anormal (en el sentido insulto). Por ello, para seguir en la vía que creo que se debería seguir de la defensa entre mujeres, paradójicamente animo a rechazar algunas de ellas, a aquellas que muestren ese tipo de comportamientos. Ni deseéis ser como ellas, ni las queráis, ni mucho menos alabéis sus juegos sucios. En ocasiones, a base de palos se aprende y quizás el mayor palo y escarmiento que puede dársele a alguien así, aparte de fracasar en el intento, es no bailarle el agua.

lunes, 2 de septiembre de 2013

26 días desconectada en la era de la conexión

No era extraño hacer eso 3 meses al año cuando era pequeña, tampoco un mes y medio cuando era adolescente así que, ahora, hacerlo un mes (o lo que cada uno pueda), es incluso placentero. He asumido que, en la actualidad, el hecho de que alguien como yo aun no tenga whatsapp, tablet o móvil con Internet desde el cual poder coger wifi en cualquier momento desde cualquier parte del mundo, es inusual. (Todo llegará.) Hasta ahí puedo asumir que la rara sea yo, pero solo hasta ahí. ¿Acaso no es más escandaloso que alguien de mi edad se desespere ante la idea de pasar un par de días sin esa conexión? Somos las últimas generaciones que no nacieron con la tecnología bajo el brazo y, en vez de sacarle provecho, nos aferramos a vivir actualizados, al minuto, 365 días al año. Nos estamos volviendo, más que raros, en nuestra propia pesadilla. Existen ya suficientes causas de estrés como para ir sumándoles otras, en el fondo, sin sentido. Porque sí, estar siempre al tanto de todo puede ser agotador, huir de ello y, de repente, no enterarse de tan apenas nada, puede ser agobiante... pero también puede aliviar, hay que llegar a ese punto. Hay muchas más cosas que hacer con los dedos que teclear (y que cosas guarras que estéis pensando ahora) y, las vacaciones, pueden ser una buena oportunidad para comprobarlo.

Desde el fatídico verano adolescente en el que Alex volvió con su ex e hizo que me diese cuenta de que un mes puede ser un mes o bien UN MES, vivo intensa la previa a irme, motivada y con ganas la huida y, con intriga y algo de fatiga, la vuelta. No confío en agosto porque suele ser un mes peligroso pero, cuando de todas formas decidimos evadirnos y marcharnos fuera del ambiente que suele rodearnos, está bien que decidamos hacerlo sabiendo distanciar lo que dejas, con todo lo que conlleva, y aprovechar lo que viene, como paréntesis temporal. No hablo de no comunicarse, hablo de no obsesionarse. En ese sentido, creo que alejarse de la tecnología por un periodo, al fin y al cabo corto, ya no solo sirve como terapia de desconexión y de desintoxicación tecnológica, sino que también nos obliga a ejercer el control de nuestras riendas con recursos más básicos. Nos recuerda a cómo vivir de una forma más austera, más de antaño, más callejera por gusto o por necesidad. Un mundo sin tecnología, ahora mismo, sería un maldito caos, pero nuestro entorno, sin tecnología, sigue siendo posible. Lo recuerdo para que, si algún día pasa, no entréis en pánico, venid a picarme al timbre de casa y bajaré con una cerveza en la mano aunque antes no nos hayamos pasado media hora quedando por Internet.

Un día, estaré tan o más conectada que la mayoría de vosotros ahora. Escribo por ello, para cuando disponga de conexión 24h., poder leer esto y recordar que nos generamos agobio con demasiada facilidad cuando, realmente, debería significar avance. Internet y las redes sociales no son una obligación que nos encadene, son una ventaja para cuando los necesitamos pero, algún break de vez en cuando, también es necesario. No estoy en contra de vivir conectado, sino de no saber vivir, o de malvivir, cuando no lo estamos. Si, de vez en cuando, decimos necesitar desconexión, ¿por qué tratamos de seguir constantemente conectados a todo? La actualidad, los eventos, las ofertas, los amigos, el amor… si todo ello es tan importante sabrá proponernos cosas, de nuevo, tras un mes. Porque, agosto será peligroso, pero ya os digo yo que aun no he encontrado un mes, tras el cual el mundo haya cambiado tanto, que nos sea imposible reengancharnos. Así que aquí estoy, relajando el agobio, re-asentándome en Barcelona y retomando “rutinas” como la de escribir entradas que puedan hablar sobre estas y más reflexiones. Feliz nuevo curso.

martes, 30 de julio de 2013

Tener a mano el placer

Permitirse caprichos es algo a lo que nos acostumbramos como vía de escape de alguna sensación mejorable en el momento en el que decidimos dárnoslo. Más que una necesidad es, al final, algo que hemos hecho necesario. Un capricho significa concedernos algo novedoso, algo a lo que no estábamos acostumbrados y que nos gusta. El problema, a veces, es que hay demasiados caprichos que van grapados a un precio. Cuando la economía no está para florituras, más que nunca hay que saber sacarle partido a los placeres que tenemos más a mano que “a bolsillo”. Esto vale para cualquier ámbito de la vida y, este del que voy a hablar, tan solo es un ejemplo más.

Hablemos de la industria del sexo, ya que ha ido perdiendo tabúes con el tiempo y ha ido innovando a pasos de gigante ofreciendo un catálogo más y más amplio de artículos. Todos hemos visto alguno, unos cuantos los han probado y, otros, ya no pueden pasar sin ellos, los quieren todos. Cuando algo nos provoca placer, es difícil renunciar a ello por voluntad propia pero, cuando la necesidad aprieta y la guita escasea, es imprescindible pensar en qué podemos obtener aprovechando aquello que nos rodea. Y la verdad es que constamos de una gran variedad de alternativas, según gustos y preferencias. En este caso concreto, hay recursos ya míticos como lo del plátano y el pepino, el chocholata, el chocolate o la nata. Otros más típicos pero efectivos como la saliva y la mano y algunos, más callados, como el pico de la mesa o la lavadora en centrifugado. Que seamos más o menos guarros no dependerá de cómo nos las ingeniemos sino, una vez más, de la higiene y el cuidado que le pongamos. Así que, que nadie se sienta sucio por ello.

La idea es que hay rutinas que no deseamos cambiar porque, tal y como son, ya nos satisfacen. Pero, si queremos hacerlo, si nos apetece probar algo de lo que hasta ahora no disponíamos, hay caprichos que, más que eso, son creatividad y parten de la curiosidad. Con pareja o sin ella, creo que introducir cambios y prácticas depende más de imaginación que de dinero o de soledad. Porque, en este caso, el sexo tiene tanto y más de psicológico que de físico y porque, lo tradicional, es una alternativa segura que nunca estará mal. Sea como sea, con dinero o sin dinero, que nada nos prive del placer casero.

domingo, 28 de julio de 2013

Chico o chica, ¿diferente conquista?

Si hay que hablar de sexos, hablemos claro. Si hay que hablar de sentimientos, también. Si hay que debatir diferencias, ¿por qué no? Empecemos por admitir que, en una relación entre dos personas del sexo opuesto, ya no se trata tan solo de quién siente más o quién menos, de qué manera se diga, se demuestre o se calle, sino de cómo es interpretado. Un sentimiento de amor, transmitido, en principio es existente y positivo de raíz. El mismo sentimiento, mal interpretado, es dañino e impide crear vínculos. Pero, en cuestión de sexos, ¿hay algún tipo de diferencia a la hora de quién sea el que se interese por el otro? Pues en base a la observación, quizás podríamos extraer alguna regla general. Me refiero, principalmente, a casos en los que el amor no está definido desde un inicio y en que el interés que se va mostrando es, quizás mutuo, pero progresivo, con sus fases y su tiempo para acabar asentándose o distanciándose.

No me gusta generalizar y quizás no estáis de acuerdo, pero me apetece hacer esta reflexión. ¿Juega, el sexo de una persona, algún papel importante a la hora de establecer una relación? ¿Hay alguna diferencia en la declaración de intenciones de unos y otros? A menudo se apunta a que las mujeres solemos ser más psíquicas que los hombres, los cuales parece que se dejan llevar más por instintos físicos (no únicamente, sino más, aparentemente). Quizás eso tenga algo que ver y juegue un papel importante en esta teoría. Y es que creo que, si una mujer se muestra interesada por un hombre y lo demuestra, desde un punto de vista externo y del propio hombre, se interpreta como una reacción un tanto precipitada o incluso ansiosa. Sin embargo, si es un varón quien se muestra interesado por una mujer, se le atribuye un rol más guerrero, atento o centrado.

En los casos en los que esto se da (he especificado cuándo al final del primer párrafo), puede que se deba a cierto miedo a que la mujer pueda llegar a establecer sentimientos de amor, y ya no de atracción, de una manera más rápida que el hombre, y que eso parezca precipitado.  Puede que también influya, en cierto modo, la idea que aún se conserva de alguna manera de que el hombre es conquistador por naturaleza y la mujer la que se deja conquistar y coquetea, él el cazador y ella la enamoradiza. Una mujer conquistadora (fuera ya del romanticismo que muestre) quizás asusta por su valentía y confianza. Eso debería ser una característica positiva pero, en ocasiones, es un rol que el hombre prefiere desempeñar, sintiendo más dominio y entereza, alejándose de mostrarse excesivamente sentimental, evitando mostrar ciertas debilidades. Quizás se espera de nosotras, ya no que no conquistemos (a un chico también le resulta cómodo y placentero sentirse deseado), sino que seamos más sutiles a la hora de hacerlo en comparación a las formas que ellos tienen, puede que porque les cueste más procesar los sentimientos y aceptarlos como tal. Supongo que, a fin de cuentas, si nos andamos con tonterías, mientras descubrimos la mejor manera para conquistar al otro, nos distanciamos de la naturalidad y, lo que acaba alejándose, por consecuencia, es la oportunidad de que surja algo sincero y con sentido de todo eso. Como con todo. 

Así es como, en las ocasiones de las que hablo, llega un momento de colapso en la conquista en el que no se deja que esta fluya. No se da pie a aceptar, de forma natural, que puedan expresarse intenciones y emociones, positivas o negativas, tal cual surgen, lleguen estas a ser mayores o menores. Los descompases emocionales nos horrorizan y desmotivan. Ante esto, a veces la conquista se convierte en un juego de estrategias que se centra más de lo que debería en la atención del adversario y no tanto en nuestras propias voluntades. Y cuando, en una relación o periodo de conquista, los actos dejan de ser espontáneos para convertirse en una constante estrategia, todo se va al traste. Ni es cierto que las mujeres seamos absolutamente emocionales, ni que los hombres carezcan de sentimientos, ni el hecho de sentirse atraído por alguien significa no saber vivir fuera de los márgenes de esa persona. Es más, a veces, eso mismo juega algún papel en la atracción que hemos sentido inicialmente por la otra persona y, por miedo y con mal ojo, tratamos de cambiar cosas durante en proceso que no nos favorecen. ¿A quién tratamos de engañar entonces?

miércoles, 24 de julio de 2013

Promesas que no valen nada (no somos infinitos)

Subí en el tren y decidí pillar asiento. Los dos amigos que estaban sentados delante de mí conversaban; yo saqué papel y boli. Intentaba escribir sobre algo, pero no me pareció menos interesante aquello que le decía el uno al otro: “Es que yo siento que quiero casarme con él, estar bien e incluso tener hijos… Pero no ahora, ¿sabes? No querría haberlo conocido ahora, sino más adelante. Ahora quiero hacer mi vida, estar a mi bola durante esta etapa y, de aquí a un tiempo, hacerla ya junto a él. Sería genial.” No era la primera vez que escuchaba algo así ni la primera que tenía la sensación de que la persona que lo decía iba a perder, al menos en ese momento, una buena historia. Pero está claro que, en cuestión de sentimientos, ya podemos estar dándonos de bruces contra el suelo que, el que tiene la última palabra es el caprichoso corazón o la tentación desmoderada. ¿Y a quién no le han jugado una mala pasada alguna vez esos osados? ¿Quién no había pensado alguna vez eso de “Vuelve dentro de unos años y nos amamos porque ahora mi cabeza está en otro lugar”? A veces los amores no son imposibles, sino a destiempo.

Era inevitable seguir escuchando la conversación y me pareció que la chica se daba cuenta de que, ese error temporal entre dos personas en terreno sentimental, probablemente iba a pasarle factura, sin poder ir en contra de su voluntad en cualquier caso. Fue entonces cuando le recordó a su amigo otra de esas típicas frases que se sueltan cuando se ve la vida muy larga y más tiempo por delante del que disponemos en realidad: “Bueno, tú y yo llegamos a un acuerdo, ¿recuerdas? Si a los 30 no hemos encontrado pareja, nos casamos. De aquí a los 30, entonces, aprovecha el tiempo y a ver cómo nos va”. Pensé que, seguramente, si fuesen a cumplir esa promesa, estaba sentada delante de un futuro matrimonio. Porque ellos no estaban tan lejos de los 30 como parecía que creían y,  lo que hacía unos años era “vitalicio”, en este momento era “imprevisto”. El tener o no tener pareja, ya bien fuese en la actualidad, de aquí a los 30, a los 40 o a los 60, no aseguraba que, en algún momento de esos largos años que ella preveía, fuesen a tener que echar mano de la promesa ya bien por ruptura, por amores des-sincronizados a los que no acababa reuniendo el destino o por exceso de soledad.

A veces, bromeamos con promesas que no pensamos cumplir y quizás algún día las cumplimos porque no todo salió como quisimos. Confiamos más en nuestra suerte y destino que en el poder de tomar decisiones que están en nuestra mano durante el camino. En ocasiones queremos todo cuándo y cómo nosotros deseamos, estando demasiado seguros de que así será, como si fuésemos exclusivos e infinitos. Así es como, sentada y escribiendo aquellas frases que estaba escuchando, preví que dentro de unos años aquella chica no habría llegado a mucho con ese amor y, sin pareja, ni críos, ni rastro ya de aquellos tentadores pepinos en los que pensaba mientras tomaba decisiones de más joven, de nuevo iba a recordar la propuesta hecha a su amigo años atrás y a pretenderla alargar por echársele el tiempo encima.  Satisfecha por una parte por haber cumplido su mayor afán, "vivir su vida", y perseguida en cierto modo por el fantasma del “qué hubiera pasado si”, algo que debemos intentar aparcar constantemente, en cualquier caso.

A veces, nos encaprichamos con placeres que nos complacen más a la corta que a la larga porque nos nutrimos de muchos objetivos, repartidos en breves instantes, en forma de pequeños placeres. Somos instantáneos y, en general, vivimos más al día que pensando en el resto de los días; y tampoco digo que hagamos mal. ¿Lo malo? Somos conscientes de que tomar o no tomar decisiones conlleva ganar una oportunidad perdiendo otras opciones a su vez. No podemos vivirlo todo. ¿Lo bueno? Aprendemos a recibir consecuencias por ello pero aceptando que somos más humanos que consecuentes; escogiendo y errando pero, de lo ganado y lo perdido, experimentando y, en algún sentido, aprendiendo. ¿Un consejo? Ganad o perded, conseguid tras ello o quedaos por el camino, seguid con vuestras formas o cambiad de estrategia, pero que todo ello se base en objetivos personales. Jamás os comparéis o, tanto ahora como a los 30, hayáis hecho lo que hayáis hecho, seréis unos frustrados. Y eso es de lo que hay que huir, no de que las cosas nos vayan mejor o peor en base a lo que esperábamos.

martes, 23 de julio de 2013

Se te ve el pelo

El verano ya está aquí y con él, a menudo, una mayor exigencia a nuestro físico. Unos llegan tarde a la operación bikini, otros lucen tipo por cualquier garito, algunos se empeñan en ser los primeros en ponerse morenos y, el moreno de otros, con suerte llega a ser a lo pan integral. Lo que está claro es que enseñamos más carne, pero también lo que no es carne y es, por ejemplo, pelo.

Ni es algo nuevo, ni algo que no se haya advertido antes: nos autotorturamos en excesivo de cara al escaparate. Nos gusta cuidarnos, ser coquetos y, a la vez, repudiamos a aquellos que no se cuidan un mínimo. Pero ¿acaso tener pelo significa descuidarse? Podría decirse que sí según algunos cánones de belleza que hemos ido estableciendo pero, objetivamente hablando, no lo es. No se trata de no depilarse, sino de cambiar el rango de exigencia, especialmente en las mujeres. En los hombres, dejarse pelo, algunas veces es hipster, otras de macho man, otras es simplemente natural… Pero ¿en las mujeres qué? ¿Acaso nosotras somos de naturaleza rasurada? Pues no, y menos las de los países cálidos.

Una cosa es ser una alfombra y otra tener algún pelo o estar a medio depilar. ¿Alguno de vosotros no tiene pelos en ninguna parte? Vamos, hombre, hasta en la lengua como suele decirse… Somos así, descendientes del mono, ¿recuerdas? Entonces, no llego a comprender cómo seguimos criticando unas piernas mal depiladas o una docena de pelos cortos en las axilas, por poner algún ejemplo. Somos idiotas. ¿Alguien no tiene claro que, para poder depilar algo, antes hay que dejar que crezca un mínimo?

Pues eso, que “ni tanto ni tan calvo” como diría mi abuela. Que donde hay pelo no sé si hay alegría pero lo que sí que tengo claro es que no tiene por qué haber guarrería o dejadez. Eso no lo denota el pelo, sino la roña. Así que, algunos, menos depilarse y más lavarse.  Creo que es algo sobre lo que los chicos deben mentalizarse pero, especialmente esas chicas que son, a veces, las primeras que critican y las primeras que tendrían que callar. Dicho esto, ¡todos a la playa haya hoy pelo o no haya!