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martes, 23 de agosto de 2016

Gran pueblano 2.16

El mío se llama Burbáguena pero, aunque en realidad no sea mío, todo el mundo dice que es suyo porque así lo siente. Se siente como algo propio, que o es que sea propiedad, sino algo que forma parte de ti y que te viene formando desde hace años: tu pueblo. Quizás no sea el más bonito pero sí al que más encanto encuentras. El mío es pequeño, el típico pueblo que recorres en diez minutos y en el que dices "Hola", "Hasta luego" o "Adiós" al cruzarte con alguien; un pueblo en el que si preguntas "Majo, ¿y tú de quién eres?", puedes acabar descubriendo que sea primo tuyo lejano: tataranieto del hermano de tu tatarabuela pero primo, ahí es nada.

Ir al pueblo es emocionante: la gente de siempre pero a la que raramente ves si no te acercas allí, los resúmenes de sus últimas andadas en dos segundos y la predisposición para vivir una especie de vida paralela en cuestión de un puente, de un fin de año, de una Semana Santa, de un verano o de unas fiestas. Y hablo de gente y de vida, porque es lo que, sobre todos los paisajes, quintos y bailes, el pueblo te da.

Ir al pueblo es intenso: Una semana se vive con la intensidad de quien comparte un mes entero y, varios veranos, con la de toda una vida. El pueblo es una especie de Gran Hermano donde cada relación, discusión, actuación, romance o emoción puede llevarse hasta límites insospechables (y hay que darse por afortunado si no deja secuela en forma de mote, de cotilleo o de huella de identidad). Hay que ir al pueblo con el cuidado con el que normalmente no se va porque, al final, su nostalgia y su forma de hacerte desconectar provocan que te dejes llevar.

Ir al pueblo es incondicional: A veces te balanceas entre lo bueno y lo malo que te ofrece, entre el amor y el dolor que te ha supuesto o entre pensamientos de veranos alternativos frente a la costumbre irresistible del factor sorpresa, el que te ofrece seguir llenando de anécdotas el baúl de los recuerdos. Hay épocas en las que te alejas de él y otras en que lo necesitas, veces en las que es por su soledad y otras en las que, irremediablemente, son sus recuerdos y su compañía los que te mueven.

Y así ha sucedido un verano más... que pese a alguna controversia, la llamada del pueblo ha surgido y la de su gente ha calado. Y es que... "Ai mamá, qué será lo que tiene el pueblo".


PD: ¡Gracias por estos días Gaxupos! (¡Y a los que ya sabéis! -así evito escribir nombres y dejarme a alguien- :) ). Mención especial a la noche mojitera en la mejor compañía posible, donde se dio el punto de inflexión definitivo. Ahora, ¡a por el reto Comisión 2017!