Somos
responsables de cualquier tipo de guerra, pero la gran guerra deriva de otras
muchas más pequeñas.
La grande
y sentenciosa es la más popular y vistosa; las pequeñas, las culpables y, en cualquier
caso, el único hipotético punto de inicio y de vuelta a la calma. Si cada individuo es
incapaz de controlar su propio caos, muchos caos difícilmente conseguirán el
consenso y el respeto que marquen el camino de la paz a gran escala. Si
intentamos controlar un gran mundo sin aceptar que tan solo lo haremos en uno
minúsculo y a la vez sin darnos cuenta de la responsabilidad que ello supone,
estamos perdidos, como de costumbre.
La
avaricia rompe el saco, el orgullo es el diablo y es verdaderamente repugnante que, al final, solo las
tragedias sean capaces de destapar conciencia y humanidad en demasiadas
ocasiones. Tenemos un mundo para nosotros y somos creadores de nuestros propios
logros pero también de nuestra propia mierda. Paremos de atentar porque
acabaremos inmolándonos.