Entonces, un día, tu mejor amiga del cole te propone chuparle la punta de su lengua con la punta de la tuya, como si fuese un juego gracioso de “gente cool” (como lo era masticar papel de libreta en clase cuando se puso de moda). Y es así como pasas de no haber probado lengua a chupar la puntita de todas tus amigas. Después pasas un tiempo en que lo más parecido a una lengua que tocas es la de Leonardo DiCaprio en el poster de Titanic que tienes en tu habitación. Empieza a descubrirse el deseo. Tu infancia está cambiando.
Más adelante empiezas a sentirte atraída por algún chico y lo mantienes en secreto negando la evidencia porque te mueres de vergüenza solo al pensar en las ganas que te dan de contactar con su boca. Llega tu primer novio. No sabes bien cómo pero llega y tu boca empieza a tocar otras bocas aunque la lengua sigue escondiéndose y se resiste. Pero acontece ese momento, ¿sabes? Ese en el que otra persona “te engaña” y acaba colando la lengua entre pico y pico, como marcando gol. Intentas recordar cómo hacía Nala para besar a Simba en el Rey León, pero… ¡Ah, no! Ese beso ya no te sirve, ¡mierda! Entonces, pues te esfuerzas por imitar a Jack y a Rouse en esa peli más de adultos y dejas fluir… Porque si otra cosa hay tanto como nervios, eso es fluido Es novedad eso de que te invadan la boca de babas y más babas a las que no tardas mucho en preferir llamar saliva… Porque tu concepto sobre eso de chupar lenguas cambia de repente. De asqueroso a divertido, a veces hay un paso.
Es un momento mágico, ¿no? ¡Mágico y curioso!: Una chupada al cuadrado; lametón a otro lametón, algo así. Pero lejos de resultarnos repugnante y una amenaza para la inmunidad, nos es placentero (y para nada hablo de ser promiscuos sino del hecho en si). Los labios rozan otros labios pidiendo permiso para abrir paso a la lengua… la lengua, mojada, quiere saborearlo todo y, menos mojada, quiere empaparse. Juega, expresa o pide y es realmente poderosa. Más poderosa incluso que un buen culo o un par de tetas. Hay lenguas discretas, otras que se hacen notar más, las hay más limitadas y otras más creativas… unas encajan menos y otras más. Lo que está claro es que, al final, sin necesidad de comentar otras de sus varias funciones que podéis imaginar, queda demostrado que las lenguas son mucho más sabrosas de lo que alguna vez pudimos llegar a pensar.