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martes, 26 de febrero de 2013

Chupar una lengua

¿Alguien, de pequeño, no pensaba que era una cochinada asquerosa? ¿Nadie pensaba que era una forma bastante extraña de expresar amor o deseo? ¿Y los microbios? ¿Nadie temía que alguien le besase en la boca y fuese a contagiarle el mismísimo Megazero a través de ella? Ya no hablemos del momento en el que descubres que existe “la enfermedad del beso” y que una compañera tuya de instituto la tiene supuestamente porque fue besada por su novio. Te planteas sellarte la boca. Sin embargo, creces y descubres que la lengua tiene funciones más allá de chupar dientes, paladar y comida o de saborear la sal de las pipas. A la lengua también le gusta jugar.

Entonces, un día, tu mejor amiga del cole te propone chuparle la punta de su lengua con la punta de la tuya, como si fuese un juego gracioso de “gente cool” (como lo era masticar papel de libreta en clase cuando se puso de moda). Y es así como pasas de no haber probado lengua a chupar la puntita de todas tus amigas. Después pasas un tiempo en que lo más parecido a una lengua que tocas es la de Leonardo DiCaprio en el poster de Titanic que tienes en tu habitación. Empieza a descubrirse el deseo. Tu infancia está cambiando.


Más adelante empiezas a sentirte atraída por algún chico y lo mantienes en secreto negando la evidencia porque te mueres de vergüenza solo al pensar en las ganas que te dan de contactar con su boca. Llega tu primer novio. No sabes bien cómo pero llega y tu boca empieza a tocar otras bocas aunque la lengua sigue escondiéndose y se resiste. Pero acontece ese momento, ¿sabes? Ese en el que otra persona “te engaña” y acaba colando la lengua entre pico y pico, como marcando gol. Intentas recordar cómo hacía Nala para besar a Simba en el Rey León, pero… ¡Ah, no! Ese beso ya no te sirve, ¡mierda! Entonces, pues te esfuerzas por imitar a Jack y a Rouse en esa peli más de adultos y dejas fluir… Porque si otra cosa hay tanto como nervios, eso es fluido  Es novedad eso de que te invadan la boca de babas y más babas a las que no tardas mucho en preferir llamar saliva… Porque tu concepto sobre eso de chupar lenguas cambia de repente. De asqueroso a divertido, a veces hay un paso.


Es un momento mágico, ¿no? ¡Mágico y curioso!: Una chupada al cuadrado; lametón a otro lametón, algo así. Pero lejos de resultarnos repugnante y una amenaza para la inmunidad, nos es placentero (y para nada hablo de ser promiscuos sino del hecho en si). Los labios rozan otros labios pidiendo permiso para abrir paso a la lengua… la lengua, mojada, quiere saborearlo todo y, menos mojada, quiere empaparse. Juega, expresa o pide y es realmente poderosa. Más poderosa incluso que un buen culo o un par de tetas. Hay lenguas discretas, otras que se hacen notar más, las hay más limitadas y otras más creativas… unas encajan menos y otras más. Lo que está claro es que, al final, sin necesidad de comentar otras de sus varias funciones que podéis imaginar, queda demostrado que las lenguas son mucho más sabrosas de lo que alguna vez pudimos llegar a pensar.

viernes, 22 de febrero de 2013

Ai campanera…


Las personas mueren. Es jodido encajarlo a veces, pero moriremos. Llega un día en el que te levantas alegre y te acuestas triste porque te han comunicado que alguien a quien tú aprecias ha muerto y ya no podrás  vivir más momentos a su lado. O peor si cabe, que alguien a quien aprecias va a morir. Es jodida la muerte inesperada pero, aunque podemos aceptar que un día vayamos a morir, imagino que es más jodida aun cuando ponen fecha aproximada a ese momento y cada día se convierte en una horrible cuenta atrás. Hoy ha ocurrido y no sé cómo encajarlo, así que escribo para intentar hacerlo. Como la naturaleza verde y fresca que acaba en naturaleza muerta, hoy es como un principio de otoño.

¿Disfrutar al máximo ese tiempo? ¿Aprovechar y despedirte “sin dejar nada pendiente”? ¿Qué coño hacer en una situación así? ¿Y qué limitaciones te pone el propio cuerpo dejando de lado lo más o menos serena que puedas mantener la mente? Si te apasiona vivir, no se me ocurre nada peor que te declaren la muerte. A ella le gustaba vivir. Hacía los mejore pasteles de zanahoria del mundo y, como sabía que me gustaban, cuando sabía que iba a verme se pasaba la mañana en la cocina haciendo uno. Tenía algún motivo para estar triste pero, aun así, yo siempre la veía más risueña. Su risa se nos contagiaba entre guiños y guiñotes. Era mayor, pero no tanto. Era pura, actuaba de sentimiento pensando, más que por ella misma, por el resto.

Hoy quiero escribir sobre ella, pensando en ella y como despedida previa a una muy buena mujer. Aunque no pueda verla, seguro que puede sentir que siempre he estado de alguna manera pegada a ella en cariño y ternura. Es jodido tener que despedirme cuando aun no te has ido pero cuando tampoco estoy a tiempo de hacerlo Luci, ayer mataron mi ilusión de hacer otra barbacoa junto a ti el próximo verano, de subir al Arguilay, de cantar “la campanera” o de ir a pedirte la cabra a casa para celebrar otro año. Pero te prometo que habrá más pasteles de zanahoria y que, en cada uno de ellos, me acordaré de ti.

jueves, 14 de febrero de 2013

Comerse un plátano en la oficina


Copié la idea de Lara cuando un día cambió las tostadas integrales por la fruta. Yo ya iba cada día con mis mandarinas, esas que coges de la nevera deprisa cuando hace cinco minutos que deberías haber salido de casa pero, a partir de ese día, cambié de idea. Y es que no hay nada como un buen chute de potasio a media mañana, claro que sí, cómo mínimo te deja saciada.

La ventaja de poder comer sin moverte de la silla es que, si te comes un plátano con la mano izquierda, puedes estar escribiendo esto o buscando en Internet las propiedades del plátano, con la derecha, y todo eso estando calentita. Parezca mentira o no, el inconveniente, por así decirlo, es el poder de expectación que provoca esta fruta. Y es que parece que no hay forma poco provocadora de comerse un plátano y, aunque lo he intentado, incluso yo misma me siento sensual.

Entonces descubres que puedes clasificar a tus compañeros en dos grupos según la expresión de sus caras al ver a alguien comiendo, inocentemente, un plátano: los perversos y los prejuzgadores. Los primeros lanzan risitas o abren mucho los ojos durante un segundo cuando te descubren, en tu rincón, plátano en mano cuando se dirigen al lavabo. Los segundos son aburridos e intentan esquivar la escena manteniendo su mirada hacia el suelo como si este fuese igual de interesante (por mucho que sea de color verde, como verde es lo que pasa por sus cabezas probablemente). Miran levemente de reojo, como quien no quiere la cosa, y aceleran el paso como si tuviesen más ganas que nunca de regresar a su silla y cambiar formas alargadas por formatos Excel. Luego hay casos a parte como el de M., quien parece que esté esperando toda la mañana ese momento en el que decides desenfundar la peladura y desayunar, para observar la comilona desde el punto estratégico entre la fotocopiadora y la columna.

Desde que se pela hasta que el último bocado se acaba, siempre habrá alguna mente malpensada. Pero supongo que estaréis de acuerdo conmigo en que, más vale el malpensar compartido como guiño que el sentirse observado por la rendija de la puerta del lavabo. De extremo a extremo, el plátano está bueno, pero lo que es mejor aun es la reacción que parece que causa el único fruto del amor, que es la banana y en su defecto el plátano. Bien de malpensar, sí señor.

Un beso ¿o dos?

La repetida pregunta que se hacen algunos folla-amigos, rolletes o aspirantes mientras se dirigen al lugar del encuentro, especialmente las dos primeras veces. Parece una tontería, pero una vez pasado ese primer contacto, sea cual sea la elección al final, muchos coinciden en que algo se relaja.

Si la elección ha sido un beso, todo parece ir sobre ruedas y el final del primero solo es el inicio del segundo, ese que encadena atracción como forma de expresión. Si han sido dos, automáticamente se despliega un abanico de estrategias para originar el que cada uno por su parte pero en consenso desea, el que, con un lazo de lenguas, desate confusión y ate cabos sueltos que deben reanudarse con alguna iniciativa. Si al final ha sido un beso extraño, confundido y desorientado, de esos que se cruzan con otro cuya intención era dar dos, un sentimiento medio inútil coge carrerilla para caer al vacío. Pero no llega a darle tiempo, la cuenta atrás gana el juego y hace que se repita y se defina en solo uno.

Nada de impaciencia pero sin abusar de inocencia. El beso también se busca y, se encuentre o no se encuentre, alguien tiene que originar, como mínimo, la intención. Y, en estos casos, al final se encuentra. Rolletes, amantes, aspirantes o asuntos pendientes son conscientes de que, veinte minutos más tarde, la tensión será pasión y que las bocas se prolongaran sobre el contrario. De ahí el dilema de si tirar por lo  pasional o por lo protocolario, y muchas veces ese mismo juego favorece las ganas de jugar, no desesperéis. Al final, el primer beso está sobrevalorado y sirve como saludo perverso a los que vienen detrás, los que saben igual o mejor, cuando ya no hay tensión.

miércoles, 6 de febrero de 2013

No temas al fuego y quema cenizas

Decidí ir a quemarme y es que ya había despertado calentita. Traía cola. Una canita al aire, calma tensa pasada y una tensión actual desenfrenada; unas ganas. Todo era mucho mejor ahora porque, aun sin habernos tenido nunca, nos habíamos acogido siempre. Los seis años, como el buen vino, solo habían mejorado todo, y ahora el tiempo.... ¿quién quería acordarse del tiempo? Era lo de menos porque el presente siempre transcurre y trasciende mucho más. Nada se pierde, todo se transforma. Hablando claro, mirando tierno y pisando fuerte, se entiende la gente, y eso es lo que arrolló con orgullos y daños una vez más. Es una sensación satisfactoria la de seguir queriendo a aquellos a los que nunca quisiste dejar de querer y notar cómo eso vence al resentimiento o a cualquier intento de esconder, de nuevo, asuntos que siempre debieron compartirse. Decidí ir a quemarme y ardí, quemé cenizas y enterré miedo. Echó flor el veneno que ahora sabía a algo así como canela.

Mountain

El cristal del coche no se empaña pero bien podría hacerlo; se empeña el calor interior en hacerle competencia al frío de ahí afuera. El ruido de una cadena descubriendo un lugar en la cumbre, desencadenando palabras, enhebrando susurros y despertando caricias. La ciudad a nuestros pies, sin noticias de extrarradio; todo escuro, no da miedo; suena música sensual y si no es así, así parece serlo. Chocolate suizo en porción desata la pasión que de antes se palpaba.  ¿Buscamos cama y despertamos mañana? Espera un rato y alarga el momento sin importar cuánto mientras ya me acuesto. Submarino amarillo la mente sumergió porque pensar no quiero cuando en tomar sorbos de aire fresco me empeño. No hay tensión cuando todo calma. Aprieta fuerte la ilusión, que el calor no se escapa.