Somos
muy caprichosos. Creamos necesidades de ausencias, como si fuese un reto
conseguirlas. Y, si no conseguimos obtener aquello que deseamos, sentimos
frustración antes de pensar en si, quizás, sí que podemos pasar sin ello. “Esto
me gustaría…”, “Esto haría que estuviese más alegre…” Cuando la necesidad es
más bien una idea o una razón de mera satisfacción, probablemente se acerque a ambición y no sea tan imprescindible. Cuando, sin embargo, se convierte en un
sentimiento que incide diariamente en nuestro día a día y se siente más que
piensa, es algo que necesitamos para que, a partir de nuestros rasgos personales,
caminemos hacia adelante en vez de retroceder pasos en cordura.
Luego
existe el limbo, esa fina línea que a veces separa dos términos. En este caso,
el limbo de la necesidad a menudo reside en el amor. ¿El amor como necesidad o
como algo complementario? Dicen que hay gente que muere de amor… Yo sé de Romeo
y Julieta, y porque se mataron. La realidad es que mucha más gente ha
sobrevivido a sus batacazos así que, seguramente, lo más sensato sea verlo
desde el terreno del deseo más que de la necesidad o acabaremos, también,
matándonos de amor, que es más común. El
amor como expresión es de lo mejor que existe pero, como necesidad,
inhibe nuestra libertad. Nos esclaviza ante una atracción hacia alguien que
deseamos con todas nuestras fuerzas, aquí y ahora. Puede parecer dramático,
pero pensad en todo el tiempo que habéis ocupado pensando en ello hasta hoy,
por ejemplo. No hay más, el amor parece creado por un hechicero que nos condenó a todos y,
por ello, debemos saber absorber todo el placer que nos aporta pero, a la vez, a
dosificar su dolor, porque irá con nosotros de por vida. Pese a eso, el amor es
un ámbito que nos influye, y mucho, pero que no nos impide tener otros momentos
de bienestar. Por ello, para librarnos de caer en el bucle paradójico de odio
al amor, tenemos que saber distraer la atracción en esos otros terrenos.
Dicen
que tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor. Puede que alguna más.
Ahora bien, ¿por qué dejamos que lo único que nos falta influya tanto en lo que
sentimos por las cosas que sí tenemos? Digamos que tenemos dos de esas tres
cosas y que, es más, no están nada mal. “¿Por qué, a veces, dos menos uno
parece dar de resultado cero?” Buscamos la plenitud pero, a esta, no la llenamos
añadiendo necesidades a nuestra vida, sino intentando liberarnos de algunas de
ellas. Nadie va a quitarnos el ansia del deseo ni va a hacer que dejemos de intentar
hacernos con lo deseado… pero que tampoco, nada, haga que nos vaya la vida en
ello como, en ocasiones, parece hacerlo. La necesidad no puede amarse tanto como lo fortuito. Necesitamos amor pero, también, desatarnos de él como mera necesidad.