Páginas

Translator

miércoles, 30 de octubre de 2013

Lo que necesitas es amor, no amor necesitado

Somos muy caprichosos. Creamos necesidades de ausencias, como si fuese un reto conseguirlas. Y, si no conseguimos obtener aquello que deseamos, sentimos frustración antes de pensar en si, quizás, sí que podemos pasar sin ello. “Esto me gustaría…”, “Esto haría que estuviese más alegre…” Cuando la necesidad es más bien una idea o una razón de mera satisfacción, probablemente se acerque a ambición y no sea tan imprescindible. Cuando, sin embargo, se convierte en un sentimiento que incide diariamente en nuestro día a día y se siente más que piensa, es algo que necesitamos para que, a partir de nuestros rasgos personales, caminemos hacia adelante en vez de retroceder pasos en cordura.

Luego existe el limbo, esa fina línea que a veces separa dos términos. En este caso, el limbo de la necesidad a menudo reside en el amor. ¿El amor como necesidad o como algo complementario? Dicen que hay gente que muere de amor… Yo sé de Romeo y Julieta, y porque se mataron. La realidad es que mucha más gente ha sobrevivido a sus batacazos así que, seguramente, lo más sensato sea verlo desde el terreno del deseo más que de la necesidad o acabaremos, también, matándonos de amor, que es más común.  El amor como expresión es de lo mejor que existe pero, como necesidad, inhibe nuestra libertad. Nos esclaviza ante una atracción hacia alguien que deseamos con todas nuestras fuerzas, aquí y ahora. Puede parecer dramático, pero pensad en todo el tiempo que habéis ocupado pensando en ello hasta hoy, por ejemplo. No hay más, el amor parece creado por un hechicero que nos condenó a todos y, por ello, debemos saber absorber todo el placer que nos aporta pero, a la vez, a dosificar su dolor, porque irá con nosotros de por vida. Pese a eso, el amor es un ámbito que nos influye, y mucho, pero que no nos impide tener otros momentos de bienestar. Por ello, para librarnos de caer en el bucle paradójico de odio al amor, tenemos que saber distraer la atracción en esos otros terrenos.

Dicen que tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor. Puede que alguna más. Ahora bien, ¿por qué dejamos que lo único que nos falta influya tanto en lo que sentimos por las cosas que sí tenemos? Digamos que tenemos dos de esas tres cosas y que, es más, no están nada mal. “¿Por qué, a veces, dos menos uno parece dar de resultado cero?” Buscamos la plenitud pero, a esta, no la llenamos añadiendo necesidades a nuestra vida, sino intentando liberarnos de algunas de ellas. Nadie va a quitarnos el ansia del deseo ni va a hacer que dejemos de intentar hacernos con lo deseado… pero que tampoco, nada, haga que nos vaya la vida en ello como, en ocasiones, parece hacerlo. La necesidad no puede amarse tanto como lo fortuito. Necesitamos amor pero, también, desatarnos de él como mera necesidad.

jueves, 24 de octubre de 2013

Cuestión de fe

¿En qué creemos y en qué creemos o queremos no creer pero lo hacemos? Raro es aquel que alguna vez no se ha aferrado a conectar con una fuerza externa, incierta y todopoderosa para sacarse las castañas del fuego. Desde cristianos hasta rastafaris, pasando incluso por las Believers, todos tienen su particular Dios del que echar mano cuando las cosas no están claras y deseamos con todas nuestras fuerzas que algo ocurra o no. Otra cosa es que sea más o menos efectivo. Aunque no creamos en los milagros, concedemos ese poder a una fuerza superior que, en caso de que no resuelva el caso, tiene una respuesta comodín de fácil salida: “porque Dios ha/no ha querido”. Tener fe, lejos de lo que pueda pensar la moda atea, no es malo, es un refugio. No creo que haya alguien totalmente ateo y convencido de que nunca utilizará la fe para sentirse respaldado sin tener por qué sentirse avergonzado por ello. De igual manera tampoco considero, ni de fiar, ni realmente sano, a alguien que se limite a vivir estrictamente de fe y que se ciegue en ella.

Acogernos a la fe es una opción personal, atemporal, gratuita y aliviadora. Haciendo hincapié en lo de “gratuito”. Para mí, la fe, con dinero de por medio, es un negocio sucio en el que me cuesta distinguir la borrosa línea que a veces la separa de las sectas. No se es más fiel por invertir en ello, del mismo modo que no se es más creyente por lucrarse de las necesidades emocionales de la gente. No hay peor seguidor que ese, ni ninguno que merezca más que el karma haga justicia con él. Aun tengo en mente la sensación de culpabilidad y de vergüenza que sitió una mujer que tenía al lado, una vez que fui a misa, por no haber llevado alguna moneda para echar en el cepillo. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Y no es que esté en contra de los templos como lugar de reunión que puede hacer que algunos se sientan más amparados y acompañados, sino que detesto su uso como lugar de mandamientos e hipnotismo. Por eso, me gusta diferenciar religión de fe, la cual veo más amplia y libre y, por el mismo motivo, veo mucho más interesante la fe individual que la puesta en común.

Porque, al fin y al cabo, igual que la religión puede ser una guía espiritual para algunas personas (si no se lleva al extremo), ¿qué es la fe sino una fórmula personal para reflexionar? No seré yo quien le diga a los devotos que Dios no existe, pero sí que creo que cada uno crea su propio Dios a imagen y semejanza de sus necesidades siendo básicamente energía que retroalimentamos. Por eso considero que, cuando nos sentimos más vulnerables, la fe puede ser un respaldo útil siempre y cuando, si nos involucra, ni influya demasiado ni lucre en absoluto, sino que sirva para ampliar la libertad de pensamiento y cultivar la mente en paz. Así, y esta vez de verdad, como se suele decir: Que la paz sea con vosotros.

martes, 15 de octubre de 2013

A mis chicos no los toca nadie

No soy posesiva, aunque por el título lo pueda parecer… pero no van por ahí los tiros. Cuando tienes una relación, sea del tipo que sea y con quien sea, es necesaria una ilusión mutua como quien empieza un proyecto sin fecha de entrega, pero con una expectativa emprendedora. Cuando algo no va bien, nos exponemos a cualquier desenlace, obvio. Detesto a aquellos que tiran la toalla a la primera de cambio sin intentar esquivar el final fatídico, pero a veces ocurre, acaba o alguno huye. ¿Cómo reaccionar entonces cuando una relación se acaba o no llega a buen puerto por una mala coordinación entre sentimientos?

Sé lo que he sentido por cada una de las personas que han pasado por mi vida hasta ahora y quizás no tanto lo que han sentido por mí. Pese a eso, sé que, a su manera, me han querido o han llegado a hacerlo un poco tarde (eso sí que es para darse cabezazos contra la pared). Algunos me han querido más de lo que me han valorado, de hecho. He podido tener más o menos relaciones, más o menos duraderas o profundas pero, en general, si de algo estoy convencida es de que he tenido la suerte de cruzarme con calidad humana. Tendré mal ojo al apuntar, en muchos aspectos, pero no en ese. Generalizando mucho… buenos, testarudos, algo injustos o caprichosos y, a veces, egocéntricos… pero buenos aunque os cueste creerlo. Con sus varias cualidades y muchos defectos, me dieron alguna razón para no guardar un mal recuerdo de aquello. Quizás, de alguno, tampoco bueno, pero no tan terrible como para que en estos momentos llegue a herirme lo suficiente y a querer condenarlo… solo mataría a alguno de ellos, pero solo eso, haha... De momento los dejaré vivos por si pueden servirme (el té de la sobremesa cuando sea una abuelita soltera y me case con un gato llamado Rodolfo, que rima con golfo).

Cuando todo va bien, probablemente sea una de las sensaciones y situaciones más satisfactorias con las que podamos encontrarnos. Cuando algo va mal, es frustrante y aparece por algún lado el dolor. Cuando hay dolor, hay sentimientos de por medio. Sentimientos contradictorios. Si duele es porque algo hemos querido, pero también porque algo que, ni esperábamos, ni queríamos, nos hiere. Al final, juntando todo ello, llegas a la conclusión de que, más allá de comportamientos y culpas, lo que duele es “el amor frustrado”, el vacío después de todo lo sentido. Es ahí cuando debemos controlar el recuerdo, lo pasado vs a lo que quiero. El recuerdo es ese demonio y ese ángel que nos hablan uno por cada oído y que, no siempre, pero a veces se aprovecha de nuestros momentos decadentes. Por un lado, revive sentimientos podridos, por otro, muchas veces los distorsiona pintándole, por encima, lo bueno. Definitivamente, en un momento sensato acabas por concluir que el recuerdo es el diablo aunque en otros momentos, un alivio del que disponemos.

En cierto modo, supongo que una de las razones de que el cariño perdure por encima de lo bueno y de lo malo en algunas ocasiones, tiene que ver con el afecto que recibimos y cómo lo recibamos y administremos. Lo que una persona puede transmitirnos y aportarnos, y más en terreno sentimental, es mucho y va más allá de lo claramente perceptible. Me arriesgaría a decir que puede que, incluso, ese punto se enfatice más en las mujeres (aunque no por ello únicamente). La seguridad que puede reafirmar el amor, en uno mismo, y el respaldo desinteresado, pueden ser ejemplos de aspectos que multiplican ese bienestar y esa melancolía, posterior, en momentos de vacas flacas. A veces, flojeamos demasiado en ese sentido… pero es parte de nuestro encanto y no por ello somos más débiles, sino más deseables. Es algo que se ve más cuando se va que cuando se tiene, de ahí lo de que “no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos”.

Con todo esto, lo que quiero acabar comentando es que, aunque nunca todos lo merecen, en general creo que es justo guardarle, ya no entro en si cariño (aunque no estaría mal) pero sí respeto y cierta protección a aquellas personas que han ocupado nuestro corazón alguna vez y, sobre todo, que nos han hecho un hueco en el suyo. Suelo pensar que ojalá ellos, más o menos cerca ya, en persona o en recuerdo, me estén cuidando igual a mí allá donde van.

PD: Por cierto, pretendo que me toméis enserio cuando hablo de relaciones aunque ni yo sepa a veces de dónde saco ese convencimiento cuando escribo sobre ellas, pero lo tengo. Hablando enserio, a veces me pregunto cómo puedo creer en el amor, en ese que los enamorados vivís y que el resto observamos en silencio (o escritura). Para mí, el amor en su totalidad, ahora mismo viene a ser como Dios. Igual de inalcanzable la mayoría de veces y todopoderoso pero incierto a la vez… Tampoco es algo que me desespere pero sí que me causa intriga y ternura. Y lo digo con un poco de pena pero tampoco estoy triste. “Qué cosas más extrañas nos atraen a veces…”. Eso mismo me decían a mí con alguno de mis chicos.

martes, 8 de octubre de 2013

Frialdad que quema

Somos fríos demasiadas veces y, si no lo somos, eso aparentamos ser. Aunque eso signifique generalizar, ¿alguien me lo va a negar? Mirad alrededor y pensad en cuántas veces nos gustaría recibir un mísero gesto amable o de cariño por parte de alguien y cuántas de ellas no lo tenemos. Ya bien sea culpa nuestra por no buscarlo o culpa de otros por no permitirlo, nos comunicamos mucho menos de lo que deberíamos hacerlo y no nos hacemos ningún favor. Yo creo que “la felicidad” basa sus cimientos en el cariño y el amor y, si realmente es así, no me extraña que haya tanto infeliz. 

¿Por qué nos da vergüenza o transmitimos empalagososidad e incluso tristeza cuando necesitamos pedir cariño? ¿Por qué lo vemos como algo provocado por algún agente negativo? Pues porque nos supone una necesidad y solemos pedirlo solo cuando así nos afecta, en vez de hacerlo algo más corriente y espontáneo. Somos individuos “independientes” pero a la vez en convivencia, con sentimientos y sentidos que necesitamos recargar día a día. Entre nosotros, disponemos de esa energía sensorial. Es tanta la distancia que ponemos, tanto mental como corporal que, compartiendo como compartimos, tiempo y espacio, y emociones y ambiciones en ellos, en vez de sumar, a veces restamos y no nos permitimos ni tocar. Pretendemos volvernos más desconocidos de lo que somos aun sabiendo que, si algo tenemos en común, es que, de maneras distintas, pero todos sentimos… a todos algo nos ha roto alguna vez en corazón y algo nos ha entusiasmado. Vamos en el autobús o en el metro, por ejemplo, y cualquier mínimo roce con otro brazo nos incordia, nos molesta. Caras largas y distancia. ¿De qué vamos? ¡Es solo otro cuerpo, otro brazo! ¡No veo la intromisión! 

Nos sentimos invadidos y consolados con demasiada facilidad y, además, somos bastante egocéntricos. Mirarse uno mismo el ombligo no impide levantar la mirada y preocuparse un mínimo por lo exterior, lo que convive con nuestro entorno, eso que nosotros mismos somos para el resto a su vez. ¿En qué va acabar todo esto si seguimos comportándonos y educando así? Me molesta que no nos cuidemos más o al menos que no nos rechacemos tanto, que no compartamos más la energía de la que disponemos y que, en sintonía, puede ser mayor. ¿Sabéis qué pasa? Que sin roce no hay cariño y sin cariño hay mucho ser solitario que, en convivencia con otros solitarios, a lo tonto, pasan frío. ¿Alguien va a intentar dar el primer paso para taparlo? El hermetismo se derrite ante el calor, comprobado.

martes, 1 de octubre de 2013

Teoría de la bisexualidad

Aunque no nos guste clasificar a la gente por su condición sexual, muchas veces lo hacemos. ¿A quién no se le ha escapado alguna vez “Este tío es gay.” o “Esta tía es lesbiana.”? Sí, lo hacemos, nos ayudamos a definir el perfil de una persona, también por su condición sexual. Sin embargo, ¿Es la condición sexual algo que perdure en el tiempo de manera lineal e irrevocable? ¿Estamos todos seguros de que, lo que somos y nos atrae hoy, será lo mismo que lo que lo haga mañana? Ya contesto yo: No. Una cosa es lo que sintamos y otra distinta lo que nos queramos imponer. La cultura con la que hemos sido educados, tiende a remarcar la importancia de crear una identidad personal con la que nos sintamos identificados, huyendo así de crisis existenciales y sintiéndonos parte de un todo que, en el fondo, amenaza a nuestra libertad. Estamos acostumbrados a dividirlo todo en dos, a elegir entre blanco y negro, entre si eres de esta acera o de la otra…  pero yo sigo defendiendo la teoría de la bisexualidad humana, del espacio intermedio como posición única pero variable dentro de ella.

El pasado vivido, lo sabemos con certeza dentro de una versión personal que tenemos pero, del no vivido y del futuro, no sabemos nada. Vivimos condicionados y estamos tan acostumbrados a ello que, a  veces, ni siquiera nos damos cuenta y repetimos con la cabeza alta: “Yo soy así.” ¿Así, cómo? ¿Así, cuándo? “Así soy yo hoy porque, lo cierto es que, para mañana, no podemos descartar cualquier variedad.” Partiendo de esto, pues, el que hoy se siente completamente homosexual o heterosexual, quizás dentro de un tiempo se lo replantea y, el que hoy lo critica, mañana puede encontrárselo o sentirlo aunque no vaya a decirlo. Por eso, tiendo a pensar que todos estamos dentro de un marco bisexual, porque podemos negar lo que no hemos sido o somos, pero no lo que podamos llegar a ser. Es más, me parece más sensato que, puestos a definirnos, podamos hacerlo en el marco más amplio posible, como cuando decimos ser “ciudadanos de un lugar llamado mundo”… Qué poco nos importa abrir el margen en sociedad para según qué cosas y cuánto nos cuesta, aun, para otras…

Desde que nacemos, nos vamos haciendo, siendo, de base, un folio en blanco. Después, hay varios factores que influyen directamente sobre nosotros a lo largo de nuestra vida y que van desarrollando nuestros gustos, nuestro comportamiento… nuestra personalidad. La cultura que adoptamos, la educación que recibimos, el entorno en el que nos movemos y las experiencias que vivimos, hacen que nos posicionemos y que pensemos de una manera concreta. Si hubiésemos crecido en otro contexto distinto al que hemos ido perteneciendo, seguramente seríamos distintos de cómo somos ahora. En esa misma línea, también pienso que ocurre lo mismo en cuanto a nuestra sexualidad: nos sentimos atraídos por lo que nos sentimos atraídos a raíz de esos factores. Más allá de la genética, esta interactúa dentro de unas vivencias que son, al final, nuestra gran influencia e inspiración. La teoría de la bisexualidad, entonces, viene a reflejar la idea de que la tendencia sexual puede ser permanente o temporal, pero permisiblemente cambiante.

Para que se entienda de manera más gráfica, se basa en dos extremos: la heterosexualidad y la homosexualidad, y un espacio intermedio muy amplio. Dependiendo de los factores que he comentado antes, cada uno de nosotros, en un momento concreto, se sitúa en un lugar más cercano a alguno de los dos extremos o bien en un punto totalmente neutro. No discuto que, actualmente, podamos sentirnos más atraídos por un sexo que por el otro, incluso estar convencidos de que solo nos atrae uno de ellos, lo que no acepto es descartar que eso pueda cambiar en un futuro más o menos inmediato. O sea, no me convence la idea de eternidad. De ahí que, dentro de que en un momento dado podamos sentirnos más cercanos a uno de los dos extremos, incluyo todo ello dentro de una naturaleza bisexual. Por eso, hoy por hoy, podemos identificarnos como heterosexuales, homosexuales o bisexuales, pero considero que la base puede variar en el tiempo. Sea como sea y en el terreno que sea, cerrarnos en banda y descartar alguna opción es de ilusos y va siempre en contra de nosotros mismos.

En definitiva, es inevitable que nos sintamos más afines a algunas corrientes, tendencias o creencias que a otras pero, dentro de ello, creo que el mayor favor que podemos hacernos es el de ampliar, lo máximo posible, nuestro marco de permisión. Creo que eso se ajusta más a la realidad de un futuro incierto como el nuestro y  a la aceptación, ya no solo de lo nuestro, también de lo que nos rodea. No ciñéndonos a asegurar cosas de las que no podemos estar seguros, nos permitimos ser más libres. Vetarnos a algo como, por ejemplo, a ser de cualquier otra forma que hoy no somos o no creemos ser, es lo que hace que veamos ese “algo” negativo. Así es como, a veces, nos convertimos en seres impermisibles e incluso fóbicos, por nuestra propia culpa. Somos más de lo que nosotros mismos solemos pensar y mucho más de lo que decimos ser. Quizás nuestra orientación sexual no varía nunca del punto en el que ahora se encuentra, pero quizás llegue a hacerlo y, decir hoy un “no” rotundo, pone más difícil llegar a admitir un “sí” o un “puede”, en otro momento. Vamos… no creo que nuestra sexualidad dependa tanto de una programación instintiva exacta como de nuestras vivencias. Y vosotros, ¿qué opináis?