Páginas

Translator

lunes, 24 de noviembre de 2014

Coqueta hasta la croqueta

Hombres, hay cosas que las mujeres no os pedimos que comprendáis, solo que entendáis. Hay cosas de las mujeres que los hombres no compartís o de las que a veces no pedís haceros partícipes. No es necesario pero, hay cosas en los hombres que se preocupan por ello, que las mujeres amamos: el interés por nosotras en lo que nos forma y nos envuelve, y no solo por un bollito dulce o un rato picantón. Hay cosas nuestras que algunos hombres insisten en criticar y que, sin embargo, deberían adorar. A veces se dan cuenta, otras un poco tarde. Existen costumbres femeninas que, miradas con otros ojos, a todos nos hacen algún bien. Una de esas cosas es la coquetería.

"¿Por qué te maquillas? ¿Por qué el pintauñas? ¿Por qué luces escote? ¿Por qué llevas tacones? ¿Por qué esa manía con el pelo? ¿Por qué esas cremas? ¿Por qué te miras tantas veces al espejo? ¿Por qué, por qué y por qué?" ¡Qué pesados! (Y qué pesadas algunas también.) Porque necesitamos sentirnos guapas. ¡Porque nos gusta sentirnos guapas y femeninas! Cada una dentro de su estilo, pero femeninas, porque también eso marca una huella personal en cada una de nosotras. El motivo de la coquetería empieza en nosotras y acaba por vosotros. El momento, empieza en el despertar y acaba al apagar la lámpara de noche para irse a dormir. No vamos a negar que conlleve cierto sacrificio pero, mientras no llegue a obsesionarnos, no vamos mal o, incluso, vamos bien. Y es que, que una mujer se preocupe por arreglarse no tiene por qué ser síntoma de baja autoestima como algunos apuntan, sino de un mínimo de preocupación por cuidar el aspecto físico.

No veo el problema, más bien al revés. En la misma línea del típico “Mens sana in corpore sano.”, podríamos añadir el “Mens bella in corpore bello.”, y supongo que aún lo mejoraría. De hecho, que los hombres seáis mínimamente presumidos, es algo que puede agradecerse a la vez. Una mujer mayor hace poco me dio un recital de consejos, atemporales y que no entienden de edad, acerca de la belleza interna y externa femenina. De cómo sentirse bien y guapa con una misma e incluso de cómo todo eso repercutía directamente en conservar la pasión con nuestro hombre. De cómo todo eso que a veces detestan, detestáis, luego puede y suele volveros locos. De cómo la conquista debe de ser diaria a partir de detalles aparentemente tontos como este. De cómo, en definitiva, aparte de cuidarnos a nosotras mismas, si existe “ese hombre”, tanto nos debería de cuidar y complacer él a nosotras como nosotras a él, y este tema entra en el juego.

Por último, si existe "ese hombre", ya que las tenemos, podemos explotar las llamadas “armas de mujer" de las que cada una consta. Por mucho que él reniegue, combinadas con un toque coqueta pueden hacer que se le caiga la baba y que se eleve su orgullo de que seamos nosotras, ella, "su chica, su mujer". Así que creo que todos salimos beneficiados o, como poco, sanos y salvos, de las muestras de coquetería de una mujer (siempre que no sean excesivas y rocen la obsesión como decía antes). Dejando de lado la prepotencia con la que algunas sí llegan a mostrarse, creo que la coquetería va más allá. Más que el ansia por estar realmente guapa consiste en intentar sentirse bonita. ¿Hay algo tan dulce como una mujer que se siente bonita? ¿Quizás que quiera mostrarnos que lo es aún más por dentro? No hace falta ser un bellezón para gustarnos o para gustar a alguien, pero mi reflexión de hoy es que quizás sea más probable que ocurra si cuidamos a la vez la manera de sentirnos y de mostrarnos.

martes, 18 de noviembre de 2014

¡Suerte la tuya!

Algunos no se creen la suerte que tienen. Durante estos días he coincidido con diversas de esas muestras de “desgracias por el mundo”: Una exposición sobre fotoperiodismo tan real como duro, otra sobre la desconsideración de la mujer (y el ser humano -pobre- en general) en otros países, los conflictos a los que están sometidos algunos territorios y que ocupan más de medio informativo cada día, un vídeo que te pasa una amiga sobre el pan de cada día en el tercer mundo… ¿Y es que ese tercer mundo no está en otro más que en este? Puede parecer “más de lo mismo” que escriba sobre este tema (total, se habla mucho y cambia poco) y algunos querrán llamarlo “demagogia” (ya que suele usarse como recurso fácil para girar la vista). Pero cuando te llegan muestras así de seguidas de golpe, te saturas y de verdad que, como mínimo, te paras a reflexionar unos minutos. Te quedas embobada durante un rato, viene alguien y te pregunta que si estás enamorada y, aun con los dolores de cabeza que eso te haya podido generar a veces, de repente, no puedes dejar de pensar en otra cosa que en lo afortunada que eres. Te sientas en el metro y empiezas a escribir esto porque tienes que escupirlo sobre algo ya que sobre alguien no puedes.

No quiero alargarme mucho, pero la reflexión no es otra que la misma de siempre… esa misma de siempre que está visto que la gente con suerte necesitamos recordar. Por un lado, quizás estamos demasiado acostumbrados a ver y a hacernos eco de desgracias gordas a través de medios de comunicación, hasta el punto de poder cenar impasibles mientras las vemos, comentamos otras jugadas o esperamos el espacio de los deportes con ansia. Nos hemos vuelto de acero a base de tragar metralla por diferentes pantallas. La verdadera peli de terror no está en los mejores cines, sino a no tantos kilómetros de nuestra casa como a veces puede darnos la sensación. Por otra parte y lamentablemente, parece que somos más conscientes de nuestra suerte cuando vemos desgracias ajenas… así nos va de cargadito de ira y envidia entre unos y otros este “primer mundo”, mientras todo nos va bien a todos pero algunos desean la suerte de otros.

Con este texto no quiero hablar de ayudar a esas personas que viven situaciones alarmantes, no quiero hablar de solidaridad, sino de coherencia con nuestra propia vida. Es obvio que vamos a sentir rabia, tristeza, impotencia o dolor ante según qué situaciones, ya que nuestro contexto es el que es y estamos habituados a la vida a este estilo, pero no deberíamos dejar pasar un día en el que no nos sintamos afortunados por más de un motivo. O sin que no sean esos motivos suficientes como para sentir fortuna. En especial esos días de mierda que todos pasamos alguna vez. Podemos vestirnos y comer, estudiar y elegir trabajos, pegarnos fiestas, viajes y placeres, amar a quien queramos, expresarnos con bastante libertad… Cosas que consideramos normales pero que pueden no serlo tanto para otras personas, ni mejores ni peores que nosotros. Entonces, creo que debemos aprender a calibrar lo más objetivamente posible nuestra fortuna si tratamos de conseguir nuestro supuesto objetivo: sentir felicidad. Porque repito: algunos no se creen la suerte que tienen… pero es que otros la consideran un derecho tan básico, innato e indiscutible que ni creen tenerla.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Inconformismo

En los tiempos que corren lo queremos todo (bueno, bonito y barato). No sé si es una cuestión generacional, de sociedades que han crecido con algunas comodidades, de egoísmo, de ritmo de vida o de todo a la vez, pero lo queremos todo y en el menor tiempo posible. En el rango entran, desde cosas materiales, hasta estados de ánimo que dependen, en definitiva, de nuestro propio comportamiento. Y bueno, a menudo nos ceñimos a pensar que algo incierto y abstracto (llámale Dios porque hasta el más ateo alguna vez le ha pedido algo) va a venir de la nada y nos lo va a conceder. Y, si no, pues “me cago en la puta” y ya está. Ese ser divino debe de estar partiéndose el culo y montándose fiestas bizarras junto a los Reyes Magos y el Genio de Aladín entre listas interminables de caprichos de los nuestros.

Que si “mucho dinero y fácil por favor, viajes, belleza y alabanzas, churris, churros y vicios…” y la tan ansiada felicidad como estado de Nirvana permanente y objetivo final. Como si nos fuese otorgado sin tener que provocarlo. Algo así como que quien lo alcanza ya no lo pierde y, quien no lo tiene, “míralo, pobre desgraciado”. Nos cuesta aceptar momentos de flaqueza porque parece que aquí solo sobrevive “El rey del mambo”. Postureo, ¿os suena? Los psicólogos están llenos de tarados que quieren o creen abarcarlo todo y no acaban saboreando nada. Actualmente, las posibilidades de conquista de lo que sea son muy amplias y, abasteciéndonos únicamente de efímeras satisfacciones, probablemente no acabamos teniendo casi nada realmente bueno. Y no hablo de suprimir las primeras, sino de pensar también en lo segundo, tan o más importante.

Creo que nos agobia el sacrificio y que no nos concedemos vivir etapas transitorias de conquista. Pero, a la vez, cuando conseguimos algo bueno que nos viene como de la nada, le restamos importancia porque no ha requerido esfuerzo. Nos gusta tener suerte, pero parece no sernos suficiente como para alimentar nuestro ego de ganadores. Sea como sea, a veces creo que no hemos aprendido a cuidar tanto lo bueno como lo caprichoso. Algunas ocasiones, conseguimos algo y ya estamos pensando en lo siguiente, sin conservar su relevancia o intentar añadirle valor. Tendemos a girar la vista y “a otra cosa mariposa”. Quizás deberíamos recordar más a menudo  que, para que un logro sepa realmente bien, fuera de que sea fortuito o trabajado, hacen falta 3 cosas: 1- Saber verlo como un tesoro, 2- Saber merecerlo, 3- Saber seguir ganándolo. Creo que, tras la primera, las dos siguientes van rodadas y hoy quería recordarlo.