No pienses, ¿me oyes? Quien mucho piensa,
poco acaba haciendo y, lo no hecho, poco satisfecho queda. Haz, haz, haz, di y
actúa. Habla impulsos y permite hechos, mejor o peor hechos, pero sin darle
mayores vueltas. Más vale rectificar que estancarse en incoherencias. Haz,
pregunta y no imagines. Las cosas también pueden ser llanas, sin dobles
sentidos, sin intencionalidad alguna más allá de “porque apetece” o por
necesidad. No tengas miedo a necesitar, todos lo hacemos. Necesita, encuentra y ábrete. Búscalo o
pídelo, pero permite que te descubran. Transmite. Siente más y piensa menos y
así puede que todo vaya a ir peor, quién sabe, pero también mucho mejor…
evitando desaprovechar el “mientras tanto” en despropósitos.
martes, 16 de junio de 2015
martes, 9 de junio de 2015
Niños
Dicen que donde hay un niño hay
alegría y parece que es verdad. ¿Quién no ha oído alguna vez, en boca de algún
adulto, eso de “¡Quién pudiese volver a ser un niño!”? Incluso a niños que
justo empiezan a saber lo que significa “responsabilidad” o que han ido
perdiendo su infancia, demasiado deprisa
a veces. Echamos de menos esa felicidad despreocupada y por inercia, esa protección de lo invasivo y esa invasión de atenciones. Lo que está claro es
que los niños suelen llevarse el concepto más surreal de la realidad, pero
también hacen que saquemos nuestra mejor cara. Si no lo creéis, fijaos en quién
se lleva las muecas sonrientes y graciosas entre las caras largas del metro:
los niños y los enamorados. O sea, la gente que enamora, que es la única que
tiene la capacidad de mover y remover.
Durante este curso he sido más
consciente que nunca de ello. Supongo que una de las mayores suertes que se
puede tener es la de trabajar de algo que te gusta y que disfrutas, pero quizás
aun lo es más si cada día sales del trabajo con una sonrisa grapada en la cara.
Siempre he pensado que esa capacidad la tenían, sobre todo, trabajos que te
permitían estar en contacto con otras personas, pero resulta que si trabajas
rodeada de niños eso puede multiplicarse. Malditos niños y sus fantásticas razones... No depende tanto de si tienes un
buen o mal día, sino de aquello que te aporten y seas capaz de aportar. En ese
sentido, me parece alucinante la energía que es capaz de transmitir y de
generar un niño y, a la vez, sorprendente la evolución que van haciendo a medida que van
creciendo.
Aun no he sido madre pero, siendo maestra, admito que esos que calificaríamos como “niños del diablo” no nacen, sino que se hacen. Ganando en picardía no siempre se gana en inteligencia, si esa inteligencia implica la pérdida de bondad, confianza o motivación. Recordad pues que, el mayor favor que los niños pueden hacernos al resto es el de transmitirnos toda esa energía pura que tienen y los motivos que hay tras ella. A cambio, el mejor favor que podemos hacerles es invertir en su educación emocional para que, aunque vayan madurando, distingan cuánta vida, no solo han sido capaces de dar, sino están dispuestos a seguir dando.
Aun no he sido madre pero, siendo maestra, admito que esos que calificaríamos como “niños del diablo” no nacen, sino que se hacen. Ganando en picardía no siempre se gana en inteligencia, si esa inteligencia implica la pérdida de bondad, confianza o motivación. Recordad pues que, el mayor favor que los niños pueden hacernos al resto es el de transmitirnos toda esa energía pura que tienen y los motivos que hay tras ella. A cambio, el mejor favor que podemos hacerles es invertir en su educación emocional para que, aunque vayan madurando, distingan cuánta vida, no solo han sido capaces de dar, sino están dispuestos a seguir dando.
martes, 2 de junio de 2015
Desnudos ante la sociedad
¿Alguna vez os habéis sentido
incómodos por una de esas pilladas que consideráis garrafales? Esos momentos en
los que desearíais que La Tierra os engullese. Seguramente todos hayamos pasado
por alguna experiencia de ese tipo y haya conseguido sacarnos los colores
aunque no fuese algo necesariamente malo. Pero, ¿y cuando no somos conscientes
de esas pilladas y, sin embargo, se dan? ¿Nos hemos planteado cuántas veces el
vecino de enfrente ha podido vernos desnudos o cantando a través de la ventana,
cuántos mocos nos habremos sacado en público o braguitas acomodado en el culo con
la mirada de alguien encima?
Son solo algunos ejemplos tontos de la infinidad de acciones que llevamos a cabo diariamente en supuesta intimidad. Esos que, por pura casualidad, alguna otra persona ha compartido desde un ventanal, un escondite o un punto muerto que obviamos. Y es que el mundo está lleno de cómplices que observan y callan. En cuestión de una semana, he visto un par de buenos pechos tendiendo la ropa (jamás llegué a verle la cara a esa mujer), cuatro chicos meando, una señora en bragafaja y un streaptease de esos que hacemos cuando llegamos a casa para ponernos fresquitos. Son momentos que no se buscan y que, mientras a algunos les descubre cierto morbo, a otros les provoca rubor hasta el punto de sentirse violentos. Sean como sean, más o menos cómodos, lo que sí que parece es que llaman descaradamente nuestra atención y nos convierten en auténticos voyeurs.
Parece que llevamos media vida disfrazando la realidad y subiendo instantes a la red pero que lo que realmente nos atrapa son esas situaciones que “se quitan la máscara” y que no “hacen ver”; algo que en ese tipo de ocasiones encontramos. A fin de cuentas, lo que más nos sigue atrayendo son esos momentos más íntimos, esas pilladas inesperadas o esas circunstancias que nos permiten, más que recibir información, ser cómplices. Nos cautiva lo furtivo, está claro, pero aun más lo real y lo sincero.
Son solo algunos ejemplos tontos de la infinidad de acciones que llevamos a cabo diariamente en supuesta intimidad. Esos que, por pura casualidad, alguna otra persona ha compartido desde un ventanal, un escondite o un punto muerto que obviamos. Y es que el mundo está lleno de cómplices que observan y callan. En cuestión de una semana, he visto un par de buenos pechos tendiendo la ropa (jamás llegué a verle la cara a esa mujer), cuatro chicos meando, una señora en bragafaja y un streaptease de esos que hacemos cuando llegamos a casa para ponernos fresquitos. Son momentos que no se buscan y que, mientras a algunos les descubre cierto morbo, a otros les provoca rubor hasta el punto de sentirse violentos. Sean como sean, más o menos cómodos, lo que sí que parece es que llaman descaradamente nuestra atención y nos convierten en auténticos voyeurs.
Parece que llevamos media vida disfrazando la realidad y subiendo instantes a la red pero que lo que realmente nos atrapa son esas situaciones que “se quitan la máscara” y que no “hacen ver”; algo que en ese tipo de ocasiones encontramos. A fin de cuentas, lo que más nos sigue atrayendo son esos momentos más íntimos, esas pilladas inesperadas o esas circunstancias que nos permiten, más que recibir información, ser cómplices. Nos cautiva lo furtivo, está claro, pero aun más lo real y lo sincero.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)