Páginas

Translator

domingo, 27 de enero de 2013

Peligro: Lavabo de chicas



Si hay un sitio en el que muchas veces es positiva la separación por géneros, ese es el lavabo, en especial el de los locales nocturnos. Más allá de pensar que si no fuese así podría convertirse (más) en un putiferio, unir el baño de las chicas al de los chicos sería un delito. Con la supresión del lavabo de las chicas estaríamos cargándonos un lugar mítico, lleno de misterio para muchos hombres y “centro de reuniones” para nosotras. Además, creedme chicos, no siempre os gustaría entrar en él…

Sin duda, hay que buscar un buen lugar donde salir de fiesta porque, en función de cómo sea el lugar, así será el lavabo y, por tanto, las compañeras de pis y la clase de comentarios que te rodearán. Pero, en general, hay tres géneros que nunca faltan sea cuál sea la clase de lavabo, desde el más pijo hasta el más underground: belleza y complejos, críticas y pasiones. Apasionante. Si el lavabo de las mujeres hablase, obligarían a poner una chapa en la puerta alertando “Caution, alto voltaje ahí dentro”. Pese a eso, se trata de un sitio que une más que separa. Al final, descubres que hay principios o preocupaciones que casi todas proyectamos y compartimos en un lugar así. Es un lugar de desfase en petit comité a la vez que de comprensión y reflexión. La sala de control desde la que se arregla el mundo, o al menos esa noche. Una especie de confesionario y psicoanalista en el que, a más alcohol de por medio, más acojonante todo.

Belleza y complejos: Desde ropa hasta kilos de más pasan una inspección exhaustiva, considerablemente crítica cuando se habla de una misma y bastante suavizada cuando se consuela a las demás. El fin es que todas salgamos sintiéndonos preciosas y buenorras defendiendo nuestra feminidad a capa y espada. Ahí se ven desde tetas hasta fajas y alguna aprovecha unos minutos para quedarse descalza. Pero, sin lugar a duda, las dos frases estrella son: “Bua, tía, qué pelos llevo.” y “¿Tienes ralla? ¡Pásamela!” Y entonces el lápiz negro contornea media docena de ojos en cuestión de segundos.

Críticas: Lo siento, pero aquí no se libra nadie. A todas nos ha divertido alguna vez criticar la actitud prepotente de algunas, las formas de ligar de otros, la silicona de la camarera o lo pequeño que es ese lavabo y lo difícil que es hacer corrillo en su pasillo. Cualquier tontería. La diferencia entre la que lo hace puntualmente y la asídua es la mirada. Si miras al espejo y encuentras unos ojos penetrando en ti de esos que si la mirada matase serías mujer muerta, estás pasando por el filtro de crítica de una asídua, de lo más imbécil que te puedes echar a la cara. A esa mirada suele contestársele con cara de asco y, en ese momento, o se aparta la mirada o se declara la guerra.

Pasiones: Absolutamente emocionante la de sentimiento, perrerismo, ternura o estrategia que llega a concentrarse, resumirse y arreglarse en ese lugar, con tiempo limitado. A parte, si la noche está tierna, pueden llegar a haber hasta lágrimas de por medio, sin embargo, si está perra, las mujeres lo alimentamos más poniéndolo en común, pellizcándonos el culo, tocando alguna teta o coreografiando bailecitos burlesque frente al espejo. Eso sí, la recomendación más sabia  que puede hacérsele a una mujer cuando va al lavabo es que en ningún momento, se le pase lo que se le pase por la cabeza, saque el móvil del bolso. A todas se nos ha ido la cabeza a través de un mensaje de texto alguna vez.

La meadita en sí, puede ser larga, corta, en compañía, sola, pasando papel por debajo de la puerta, intercambiando tampax, comparando rajitas, enseñando tus nuevas braguitas, escuchando el chorrito de la de al lado, leyendo los escritos de la puerta, escribiendo, cantando, mirando al suelo haciéndolo de pie o asquerosa e incomprensiblemente hacerlo sentado. Pero el momento más importante es el del corrillo frente al espejo, donde caen más risas, se toman más decisiones o se comenta alguna jugada…

Pero a todo esto… “Chicas, ¿a qué habíamos venido al lavabo? Ah, sí, ¡a hacer pipí! Va tía, pues entra rápido que los tíos estarán esperando. Les decimos que había mucha cola.” Y sí, chicos, en el lavabo de las tías a menudo hay una cola descomunal y por eso a veces nos colamos al vuestro…. pero descomunal no es infinita, los siguientes diez minutos hacemos esas cosas de chicas. Aunque bien pensado, ya os va bien a vosotros también que vayamos juntas al lavabo y nos tomemos “nuestro ratito” mientras fijáis objetivos o comentáis vuestras batallitas… El lavabo nos hace un poco distintos.

miércoles, 23 de enero de 2013

Huele-te/lo/me/nos

Todo huele o puede hacerlo. La manera de percibirlo varía; suele pasar.

El olor a tierra mojada, a alcantarillado, a gasolina, a mandarina, a bodega de vino, a sexo, a menta, a humedad, a cemento recién puesto… Cada uno de los que diferenciamos despierta sensaciones en nosotros y, los que no diferenciamos, pueden llegar a hacerlo. Podemos diferenciar entre buenos y malos olores; olores frescos, sensuales, dulces, fuertes… adjetivos que nos dan pistas y que podríamos atribuir a comportamientos o percepciones. Y es que, el olor también nos define como sentido que es, así que he aquí uno no menos importante.

Para gustos, los olores, y lo que a uno tienta a otro espanta y a la inversa. Bajo mi punto de vista, el mejor olor es  el humano en todos sus desdoblamientos por todo lo que ello conlleva. El que no haya olido a cochinillo alguna vez, miente, o lo ocultaba con un perfume que quizás lo empeoraba. Pero una persona aseada, con su olor personal como carta de presentación, puede ser desde lo más repelente hasta lo más atractivo del mundo, y eso es bastante interesante.

El olor personal varía incluso para uno mismo dependiendo del momento, de la atención, de la sensibilidad… o de los resfriados, claro. A veces nos cuesta diferenciar algo tan constante como nuestro propio olor, hasta el punto de llegar a parecernos inodoro. Vaya tontería, ¡inodoro! ¿Inodoro para quién?  Incluso nuestra casa, la que a veces no parece tener un olor característico, huele a algo cuando abrimos la puerta al regresar de unas largas vacaciones.  Y es que no es que no estemos familiarizados con ese tipo de olores, sino que eso mismo, la costumbre, hace que ya no llame la atención de nuestro sentido del olfato. A veces lo más próximo, como lo que más apreciamos o queremos, es lo que mejor nos huele pero llega a pasarnos desapercibido. Hay que prestarle atención o descubrir el momento en el que sí que puedes percibirlo.

Cada cosa y cada persona tiene su olor característico o puede llegar a tenerlo. Quizás hemos llegado a convencionalizar algunos olores, pero la verdad es que no llegaremos a saber si los demás huelen lo que nos rodea del mismo modo que nosotros, ni  si nos huelen a nosotros igual que a lo que nosotros creemos oler. Por eso creo que es importante prestarle atención a nuestro  olfato ya que seguramente sea único con sus peculiaridades y preferencias. A partir de él, de manera más o menos consciente, nos sentimos atraídos, aceptamos o repudiamos desde comidas o cosas hasta personas. Así que, en cierto modo, el olfato puede separarnos, pero también unirnos. Qué adorable.

viernes, 18 de enero de 2013

Míralo-tócalo



Si estamos compuestos de cuerpo y alma y el cuerpo es nuestro escaparate, el alma debería encargarse, entre muchas otras cosas, de prepararlo para lo que le espera,  de cuidarlo y disfrutar de él. Comemos más o menos bien, nos mantenemos más o menos en forma, nos lavamos, afeitamos o arreglamos, pero… ¿Nos observamos y nos tocamos lo suficiente? Y esta vez no hablo (solo) desde la mente perversa.

Si hay algo que tenemos a mano a la hora de conocernos, eso es nuestro propio cuerpo y es un descubrimiento constante. Hablo tanto de sus limitaciones, longitudes, alergias o colores, como de su relieve, sensibilidad, temperatura, gustos o reacciones. La importancia de, por qué no, ponernos por un rato delante de un espejo y poder observarlo sin pudor ni indiferencia, o la de tocar cualquier miembro como quien agarra una mano, toca un dedo o acaricia la palma. Incluso la de olerlo si se puede o la de probarlo para los menos escrupulosos.

Observándonos, podemos aprender, por ejemplo, desde a  sacarnos partido y hasta a reírnos de nuestros propios complejos. Tocándonos podemos descubrir nuestras partes más sensibles, prevenir enfermedades o saber cómo y dónde nos gusta que nos toquen los demás. Cosas realmente importantes, sin duda. Porque, entre otros: Dime lo que te gusta y te daré lo que tú buscas.

miércoles, 16 de enero de 2013

Obrero, usted sí que está bueno

Dicen que, muchas veces, la mirada dice lo que la boca no se atreve. La mirada, pues, puede ser más peligrosa que las palabras mismas. En cualquier caso, toda mirada y toda palabra tienen una intención, más allá de mirar, hablar o no hacerlo, y la intención con la que se lanza aporta información esencial sobre lo que pretende conseguirse con ello.

A todos nos gusta sentirnos guapos, atractivos y por qué no, deseados, pero a las mujeres más aun. Para atrapar a una mujer, es esencial hacerla sentir deseada, para alegrarle el día puede ser tan fácil como piropearla. Sobre eso, hay un sector masculino que domina  diariamente ese arte de arrancar sonrisas camufladas a las féminas, a veces de formas de lo más creativas y creando escuela: los obreros. 

Las mujeres (incluso las de los mismos obreros) ¡tenemos mucho que agradecerle a esos hombres! La de miradas clavadas en el suelo que habrán conseguido levantar con un simple “Morena, mira que estás buena.”, las inseguridades que habrán paliado con un simple “Hay que ver qué guapa, niña.” o los buenos humores que habrán desatado por frases como “Por la sombra, mujé, ¡que por el sol los bombones se derriten!”.

Más allá de razas, idiomas, edades o zonas, creo que todos sabemos distinguir cuándo las intenciones son bondadosas o cuándo lascivas y, mientras no sean las segundas, las mujeres debemos serles agradecidas. La crítica hipócrita y generalizada hacia los obreros que piropean con gracia me parece que está fuera de lugar. Seguramente, muchas de vuestras mujeres vuelvan con sobredosis de ánimo a casa después de haber recibido uno de esos piropos callejeros y, seguramente también, a muchos de vuestros maridos obreros debéis mimarlos bien porque tienen idea de cómo cuidar a las mujeres, sin que las intenciones vayan más allá de ahí.

Así es como, por tradición, vocación, entretenimiento o buena intención, a modo de homenaje, alabo a esos obreros que, con buen gusto, alguna vez han subido el ego de mujeres anónimas en algún momento acertado. Del mismo modo también animo a que, todas las que los recibáis, cambiéis esa cara de mendrugo que disimuláis mal y respondáis, al menos, con una sonrisa que, al igual que esos piropos, son gratuitas, sanas ¡y pueden amenizar la jornada mujer!


http://www.piropos.org/de/frases_de_obreros

http://www.sektores.com/foro/showthread.php?t=8507
http://dvdenlared.com/foro/index.php?topic=26907.0

viernes, 11 de enero de 2013

Había una vez una cita



"¿Cómo era? ¿Gustaré? ¿Me gustará? ¿Qué ponerme? ¿Dónde me llevará?" ¡Al carajo tanta inseguridad! Si tienes una cita se debe a que la respuesta a esas preguntas es más fácil de lo que parece unas horas antes del encuentro. Pero… ¡una cosa, una cosa! “¿Te importa que le llame "cita"? ¡Yo lo llamo así!”

El tema es delicado, asusta, y cuando arriesgas, a veces va en ello firmarle el contrato a la soltería a largo plazo. A menudo tratamos de esquivar el poner etiquetas a asuntos sentimentales pero, en la práctica, todos tenemos un punto más retro, y llamar por su nombre a ciertas cosas, para nadie resulta ser necesario pero a veces a todos nos transmite cierta seguridad. Llamémoslo etiquetas, pies de página, acotaciones o paréntesis. Llamémoslo comunicación. No consiste en ponerle un nombre exacto y determinante a nada, ni marcar su absoluta y definitiva permanencia. Consiste en no perder el hilo conductor de algo que, por independientes que seamos y pretendamos seguir siendo, no nos engañemos, no depende únicamente de las sensaciones e intenciones de uno mismo, así que deberíamos tenerlo en cuenta. Y resulta que empezamos confundidos y lo que confuso empieza, turbio acaba. 

¿Cuándo fue tu última cita? Mucha gente me comenta “aquella vez que quedó con X persona” (utilizando palabras ambiguas) y aquel/lla chico/a con el que tuvo algo (por mucho que ese “algo” mereciese ser calificado como algo más). Nos alejamos de la claridad cada vez más y es así como, con frecuencia, cuando alguien nos es claro, paradójicamente lo agradecemos pero huimos. Nos sentimos invadidos o pensamos que nos hemos desacostumbrado a comportarnos de esa manera y nos asustamos. Creemos que no podemos corresponder a esa claridad porque ni siquiera nos habíamos parado a pensar en ello ni esperábamos que fuesen a hacerlo. A menudo preferimos desaparecer del mapa porque el hecho de dedicar un momento a destapar sentimientos nos hace pensar que mostramos debilidad o que estamos dándole demasiada importancia al amor… y  todos venimos dañados. Las nuevas ilusiones deben afrontarse con experiencia y no con escudos, es decir, con prevención pero no a la defensiva. ¿Qué problema hay en querer conocernos un poco... más? ¡Ni que fuese algo infrenable! Estamos perdiendo la buena costumbre de comunicarnos siendo claros, de entrada, por tres razones: actuamos defendiéndonos ya de un daño que aun no nos han hecho, pretendemos tener el poder sobre territorio libre temiendo perder libertad o, aunque nos apetezca, descartamos apostar por algo firme aferrándonos a abarcar con todo aunque sea caminando solo. Así no hay quien toque la patata… ni para mal, ¡ni para bien!

Cuestionándonos si lo aparentemente menos invasivo es lo más fiel a nuestros sentimientos, creo que podríamos perder el miedo a algunas palabras, a algunas propuestas o a la propia sinceridad. El ponerle nombre a todo, entonces, no hay que tomárselo demasiado a pecho (como nada), pero quizás no va tan mal a la hora de hablar con propiedad, entendernos mejor, sincronizar intenciones y sentir seguridad hablándonos claro. Evitar dar pie a confusiones. Al final, el problema más gordo no es si fue una cita, una quedada o un meeting to have dinner, el problema es que, por no hablar claro, quizás ni lleguemos al encuentro. Y si llegamos, nos protegemos con esa coraza antinatural que igualmente nos dejará heridos si así tiene que ser o, lo que es peor, intentamos proteger al contrario entorpeciendo que nos conozca. Es absurdo.

Todo eso que a veces intentamos ocultar, es gran parte de lo que somos y lo que nos hace más humanos. Ni débil, ni tenaz; probablemente todos desearíamos poder actuar de forma natural y hablar claro no es tan arriesgado como sincero. Si queremos conocernos y planeamos, por ejemplo, una cita, intentemos conocernos abiertamente, con respeto y propiedad pero sin tabúes, pudiendo empezar por algo tan tonto como llamar a esto “cita”.

jueves, 10 de enero de 2013

Intramundo de amistades de letras


Existen esas amistades que se crearon y escribieron algún día por casualidad y que nutren dos personas a través de una pantalla o de un papel. Son amistades escritas que llegan a ser tan importantes como algunas que se dicen “hola” mientras se saludan con la mano, o que pueden llegar a conocerse más que algunas que se miran a los ojos.

Este texto va por todas las amistades de letras a través de pantallas, de cartas o de mensajes secretos que alguna vez he compartido, escrito o leído. Por las que no han salido al exterior y se quedaron en “Cuando encuentre un rato te escribo.”, diciendo mucho antes de perderse, y sabiendo que, aun con la pista perdida, el contenido estaba a salvo. También por las que un día decidieron ponerle voz a las letras, salieron a conocerse y han escrito bonitas historias con cinco sentidos. O por las que siguen siendo amistades de letras bien temporales, asiduas o casuales pero que, por ahora, siguen siendo. Este texto va por la capacidad de confiar de una persona al compartir con otra desconocida cuando se expresan sin miedo a ser heridas. Como quien le habla a su diario en la página en blanco de un día nuevo pero con respuesta, muchas veces, gratificante.

Hay amistades escritas incomprendidas y amistades escritas que algún día debieron o deberían darse un abrazo y compartir algo más que lecturas tomando “un café”. Hay amistades escritas de las que salen grandes historias. Algunas emocionan, otras decepcionan y otras pueden llegar a enamorar. Hay algunas por las que incluso llegas a hacer locuras y algunas, quizás, por las que tendrías que haberlas hecho. Pero al final, lo que importa, es que hay o ha habido amistades.

martes, 8 de enero de 2013

Hombre detallista gana la conquista


Dicen que, en general, las mujeres somos bastante más detallistas que los hombres. Lo cierto es que tampoco todas las mujeres saben descifrar algunos de los que sí tienen. No me refiero a detalles materiales, donde perderíamos a un porcentaje de mujeres que ponen el ojo en el bolsillo, sino a detalles racionales que requieren atención y, sobre todo, comprensión de la mujer. Los que realmente nos ganan.

Más de un hombre me ha asegurado alguna vez que las mujeres somos complejas y nunca me he atrevido a contradecirlo, solo a debatirles que ellos sean tan simples como fardan ser. ¿Quizás entonces, una importante diferencia que nos une o nos separa en cuanto a complejidad es la capacidad detallista de unos y otros?

Emocionalmente hablando, las mujeres hacemos el amor las 24 horas del día, y eso los hombres deberían tenerlo en cuenta a la hora de tratar con nosotras. Ya dicen que escuchemos lo que dice la voz de la experiencia y, hablando con parejas que llevan una vida juntos y aun se soportan y entienden, descubres que, mayoritariamente, la mujer lleva la relación y el hombre alimenta la actitud con la que se lleva. Sin duda, eso significa un papel primordial con una responsabilidad, no tan compleja como constante, de la que se debe ser consciente.

Si el día va mal, duelen los ovarios, el estrés nos come, el cabreo se apodera de nosotras o engordamos cuatro kilos de más, el hombre puede hacer que el, aparentemente, catastrófico final acabe en armonía  obteniendo incluso una más que buena recompensa. Porque somos conscientes de las intenciones, y la intención cuenta. Las mujeres no somos tan complejas, solo requerimos algo de atención, comprensión y claridad, independientemente de si el fin es conquistarnos o llevarnos a la cama, entre otros. El problema, claro, es que, más que los perfiles distintos, como a ellos, a nosotras nos diferencian más los pequeños detalles, y eso requiere un mínimo interés por conocernos un mínimo a cada una. Y parece que no todos están dispuestos a currárselo tanto ni, por consecuencia, dispuestos a encantarse por nuestra complejidad. Porque sí, un hombre, al final, por mucho que se hipnotice por un físico, se encanta de un interior, y algunas somos encantadoras (modestia aparte). Pero vamos, en eso hay poca distinción ya que, a menudo, ese interior aparentemente tan complejo es lo que luego nos apasiona. Así que, en cualquier caso, recompensa investigar, ya sea bien para juzgarnos menos y conocernos más los unos a otros como para encontrar personas que sintonicen bien en nuestra armonía.

El hombre que muestre interés por posicionarse un poco en la mente de la mujer más allá de lo que expresen sus palabras, tiene el cielo ganado y el calor asegurado. No hay nada que seduzca más a una mujer que un hombre firme por fuera y detallista por dentro. Miradnos a los ojos y seamos claros, eso es todo.

(Si eres hombre y discrepas en algunas cosas, quizás sea porque no he puesto nada acerca de lo que vosotros pensáis y necesitáis, que también son muchas cosas... pero eso mejor escribirlo vosotros. Seguramente, muchas estemos equivocadas o confusas en millones de cosas. ¡Las mujeres también necesitamos conoceros más! Para eso necesitamos trataros, escucharos o leeros a vosotros también.)