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viernes, 28 de junio de 2013

El gatillazo

El enemigo más temido por el hombre, ese al que suele ser contraproducente intentar combatir, ese fantasma que conspira en las noches salvajes y que placa el orgullo varonil: el gatillazo. Las mujeres, en eso, jugamos con cierta ventaja. Sin embargo, para ellos, en general se convierte en una de las grandes preocupaciones por su efecto-impotencia. “No dar la talla” supone un atentado contra la virilidad personal y un revolcón insatisfecho. Pero ¿es así de verdad?

Comparémoslo con un caracol por extraño que parezca. Un caracol saca el cuerpo por su concha, alarga al máximo sus cuernos dando los buenos días y, sin embrago, cuando interpones algo a su paso, de nuevo se esconde deprisa y le cuesta volver a salir. Para un hombre, eso podría ser similar. A veces, el temor, el cansancio, las preocupaciones o un día torcido, pueden bastar para provocar, más que un “coitus interruptus”, un "preliminares infinitos" aparentemente poco exitoso. Pero la verdad es que no tiene por qué significar precisamente desmotivación o desgana, es algo más común de lo que pueda pensarse. Digamos que es más preocupante de lo que a algunos parece preocuparle, si es demasiado frecuente, y mucho menos catastrófico de lo que otros piensan si un día, por lo que sea, no acaba de mantenerse la cosa tiesa.

¿Qué le hace falta al caracol para que salga de nuevo? Un poco de tiempo, decisión y que llueva otra vez. Pues parecido en el otro caso. Supongo que  lo que hace falta, a parte de comprensión, es disposición y ganas de, más que abandonar, posponer el juego. No temáis hombres, el gatillazo esporádico se supera no temiéndolo ni juzgándolo, sino retándolo a una partida nueva.

martes, 25 de junio de 2013

A la consulta de un hombre

Las chicas y su temor, vergüenza y pudor de ir al ginecólogo por primera vez no son un mito. Es verdad, te planteas que alguien va a tocar tu almejita, a veces incluso antes que cualquier otra persona ajena a ti lo haya hecho, y es horrible, una imagen que atenta contra tu intimidad de una forma bastante fría y bruta. Se alarga, se alarga y se alarga pero llega ese día en que, ya bien por recomendación o por necesidad, decides pedir cita. De una forma de lo más discreta (no vaya a enterarse alguien y piense que me follo a todo quisqui o que estoy embarazada) acudes a esa cita. Pero, espera, espera… doctor ¿qué? ¡¿Has dicho “doctor”?! Y saltan todas las alarmas: "¡Es un hombre!" Síndrome de la chica que rehuye del ginecólogo varón prefiriendo, por una vez (o no) que atienda a su vagina otra mujer.

Personalmente, mi primera vez fue en la consulta de un hombre. ¡Eh! Me refiero a mi primera experiencia ginecológica. En principio la situación me pareció violenta, pero acudí igualmente. Me habían hablado muy bien de él y creí que debía cerrar los ojos y darle una oportunidad. El hombre en sí, digamos que no era Brad Pitt y que bien podía ser su padre por edad. De camino a la consulta forzaba un paso seguro y la mirada al frente como quien va a comprar el pan, con la excusa ya preparada por si acaso: "Mmmm... ¿Qué dónde voy? Ah, nada, aquí, a visitar a mis abuelos un rato". Meec, tú cara pálida indica que mientes. 

Una vez allí, quería salir corriendo. Solo pensaba en huir de aquella sala de espera y solicitar a la doctora… González? Capdevila? Xouxou? ¡Me daba igual! ¡¿Hay alguna mujer en esta sala?! Sí, la enfermera. La misma que, tras la ronda de preguntas privadas y atrevidas más que indiscretas y osadas, me pidió que fuese quitándome la ropa de cintura para abajo. ¿Te puedes sentir más indefensa? Sí. Me quité la ropa tras la cortina (hace falta?) para un minuto después estar abierta de piernas frente a una cara de hombre. Te haces la sueca (aunque seas morena y él vaya a descubrirlo), la “no me importa, miraré la bonita lámpara con fluorescentes de ahorro energético que tenéis en el techo y…”... ¡y acaba ya coño! Y nunca mejor dicho.

Digamos que todo eso transcurre durante los primeros tres y eternos minutos de inspección a fondo. De pronto, compruebas que el trato es tan o más delicado que el que cualquier otro hombre vaya a darle a esa zona, que la manipulación es totalmente profesional, que no… no te pones perraca (oh gracias señor), que ese hombre sabe más de mujeres que tú misma y que sus consejos son los mejores que te han podido dar en los últimos seis meses (que es probablemente cuando solicitaste la visita). Por eso, animo a todas las chicas a que visiten al ginecólogo (sea mujer, hombre o mezcla) tantas veces como lo crean necesario. Más vale prevenir que curar y preguntar que ser ignorante. No voy a decir que sea la cita más placentera del mundo, pero la sensación de tranquilidad con la que sueles salir de esa consulta, lo vale. A fin de cuentas, entras a la consulta tensa y nerviosa y sales satisfecha y relajada… ¡no todos consiguen eso!

domingo, 23 de junio de 2013

Noches misti-mágicas

Hay días que vienen marcados en el calendario. Días destacados de fiesta, compañía, júbilo, gozo… días que quizás ni celebras y días que a veces celebras casi sin saber qué día es. Hay días que son relevantes por sus noches, es curioso. Quizás media docena de noches al año son especiales como la de hoy porque, más allá de la luna llena que vaya a haber o del santo al que conmemoren, les damos un significado místico. ¿Cuántos San Juanes haciendo planes y olvidando felicitar a nuestro amigo Juan? Pues eso. Para mí, noches como la de hoy, si se celebran, son más místicas que mágicas. Por mucho que las pócimas huelan básicamente a alcohol. Porque, ¿cuáles son vuestras noches mágicas?

Creo que las noches místicas podemos compartirlas, tenerlas en común y cada uno hacerlas suyas dependiendo de lo que le transmitan, el plan que tenga, los deseos que pida, escriba o queme, o según la compañía  o el lugar. Las noches mágicas, sin embargo…¿Cuántas noches mágicas recuerdas?¿Cuántas noches mágicas algo ha hecho que tu mente se elevase al limbo y realmente pareciese arte de magia? Probablemente no compartamos ni una. Porque... ¿estaba yo en esa noche? Si lo estaba, “Hola, espero que lo disfrutases”, si no lo estaba, quizás se deba a que un momento mágico lo designamos a algo más privado. Es un título asignado, por cada persona en particular, a una experiencia más concreta. A las noches mágicas, parte de la magia se la aportas tú, a diferencia del misticismo, el cual, en gran parte, ya viene dado. Lo mágico lo creas, lo místico lo personalizas… y eso es lo que hará, por ejemplo hoy, cada uno con esta noche de San Juan.

Pues eso, que, aquellos que lo celebréis y podáis, hagáis un combi y mezcléis el tan atractivo misticismo de noches como esta con la magia personal que podáis aportarle. Y, los que tengáis que conformaros con una de las dos... cuidado con el misticismo que es un aliciente de cebo para los lobos en noches de luna llena, y fuego para petardos.

lunes, 17 de junio de 2013

Normalizar diferencias o diferenciar lo normal

Hace ya un año de aquel fatídico día en el que un mazazo me hizo replantear algunas cosas acerca de la muerte, empezando por asimilar que no es, hablar de muerte, lo que da mal fario. Me convencí de que el orgullo es un comportamiento detestable y reafirmé la importancia de mostrar cariño en vida a aquellas personas que lo merecen o a aquellos a quienes se lo tenemos. Aunque sea demostrándolo por nada en concreto y porque sí en general. Es más, sobre todo por eso. Esa época, más que cambiar algo en mí, hizo que reflexionase y que, eso mismo, fuese calmando tristezas. Hasta el punto de llegar a conseguir que, lejos de que ahora mismo sea un mero recuerdo, llegue a significar un empujón en algunos momentos. Una de esas reflexiones quiero compartirla hoy con aquellos que me leáis y se trata de la importancia de normalizar algunas diferencias.

Suele decirse que lo diferente al resto es lo que hace que algo sea especial y, que lo especial, marca. Eso mismo, aplicado a las personas, a veces no es que no sea verdad, sino que puede llegar a no ser tan divertido dependiendo de las consecuencias. En momentos débiles, de ser curioso a sentirte el perro verde, hay un paso. Y todos tenemos momentos débiles. Cuando eso que te hace especial supone un hándicap más que algo curioso, es importante que la gente que te rodea aprenda a convivir con ello pero, sobre todo, que transmita ganas de hacerlo. Es imprescindible que, aquello que todos saben que es complicado, se haga parecer más simple. Quizás no es una solución, pero sí pequeñas dosis de motivación… y la motivación nos impulsa a seguir.

En esta historia y, en ese sentido, hacerlo fácil no fue la solución pero estoy segura de que sí reconfortante. Ir por la calle saltando baldosas del mismo color o poner cara de monstruo al mirarse en un espejo, era divertido para los que no estábamos acostumbrados a hacerlo y un alivio en forma de ayuda para quien lo estaba demasiado. Quizás nadie era tan consciente como espontáneo al hacerlo pero, si algo constaba luego, era la sensación de “uno para todos y todos para uno”, posterior. Normalizar una diferencia, pues, puede ayudar a que, tanto unos como otros, comprendamos que lo normal y lo anormal y loco está en la mente de quien lo vive. Que no es más sensato pensar que alguien lo es sin aceptar  que todos en algún sentido lo somos o podemos llegar a serlo. Es más, que siéndolo, a veces podemos incluso hacer y hacernos un favor.

Hace un año que “el Balsa” murió dejando muchas huellas. En su momento le escribí que los grandes nunca morían del todo y, como grande que era, sigue estando presente. Cuando hablo de amigos sigue apareciendo su nombre y, en un principio, me entra cierta tristeza pero, en cuestión de segundos, llego a sonreír e incluso a reír. Porque juntos nos reímos de muchas cosas y yo me reí de él casi tanto como él de mí. Porque juntos, en su día, conseguimos hacer que reírse de uno mismo fuese normal teniendo, todos, motivos para poder hacerlo. Y porque, si él me viese llorar ahora, se reiría de mí, haciéndome reír. Que un lamento llegue a darnos fuerza porque, más que maldecir los hechos, nos centremos en retener la energía acumulada antes de ellos.

martes, 11 de junio de 2013

Cierra los ojos y abre… la mente

La imaginación es una de las capacidades más poderosas que tenemos, si no la que más. Con imaginación nos ilusionamos, nos arriesgamos y, también con imaginación, sentimos placer. Si algo nos permite imaginar, es moldear los pensamientos haciéndolos nuestros y distorsionar la realidad según nos convenga. Es esa la primera muestra de que, todos alguna vez, somos tan ilusos como inteligentes al utilizar algo así para satisfacernos. Desde luego, si de algo no pueden privarnos es de imaginar. Más de una noche en vela ha matado pero más de varias de ellas ha hecho gozar.  

En ocasiones los sentidos nos traicionan siendo la vista el que a más prejuicios nos ata… y, en según qué momentos, lo que más ansiamos es sentirnos desatados, simplemente sentirnos y sentir. Fantasía por excelencia, cerrar o que nos cierren los ojos nos hace tan vulnerables como deseosos. Vendados, cubiertos, de cara al suelo, luz apagada…  sea en persona o en pensamiento, si nos los tapa la persona adecuada podemos llegar a ver más allá de lo que la propia mirada ve. ¿Quién no va a aprovechar algo así?

Cuando nuestros ojos desaparecen tras la propia mente, nuestra habilidad para traspasar cada fantasía y hacerla casi tan real, como que así lo parezca, es increíble. Así, con la mirada puesta en la mente, podemos provocar que, de repente, cada palabra pueda llegar a agitarnos o que cada roce se multiplique en intensidad. Lo que puede parecer un instante de auténtico relax, llega a convertirse en escalofriante; una sensación cargada de excitación. Con imaginación podemos alcanzar aquello que ansiamos, que nos apetece probar y que callamos (o no), con aquellos con quienes podemos o no compartirlo en nuestro día a día visible.

Sobran esquemas en la cabeza, tan solo dejarse llevar y no anticiparse al siguiente pensamiento que nos invada o se nos ocurra. De esta manera, la imaginación saldrá directamente del deseo para, de un modo u otro, realizar nuestras fantasías. ¡Podemos ser tan autosuficientes y generosos a la vez con una libre y amplia imaginación…! De hecho, nada tenemos tan libre y amplio.

domingo, 9 de junio de 2013

Lo que la rabia esconde

Cuando nos enamoramos o simplemente nos gusta alguien, podemos ser desde muy tiernos hasta extremadamente imbéciles. ‘Nuevo amor, nueva ilusión’, hasta ahí todo correcto pero, ¿acaso hace falta infravalorar épocas pasadas para darle importancia a una nueva compañía sentimental? A eso me refería con lo de “imbéciles”. Y es que algunas personas parecen ver, en las nuevas relaciones, una manera de crecerse un tanto extraña, procurando demostrar a sus relaciones anteriores que nunca antes fueron tan felices, ni nada fue ni más ni tan especial. Desde luego, un comportamiento bastante falso, vengativo e inmaduro para justificar, innecesariamente, un nuevo bienestar.

La verdad es que me parece triste que alguien pueda sentirse bien intentando incordiar, e incluso llegando a hacer sentir mal, a alguien con quien ha compartido buenos momentos de amor, pasión o ambos.  Decir que ahora te dan más y mejor, cuando en su momento nada pareció ser tan malo, está fuera de lugar. Igual que manifestar no haberse sentido tan pleno nunca antes o asegurar haber encontrado, por fin, la mujer/el hombre de tu vida, cuando no se sabe cómo de desencantado se puede acabar o qué puede llegar a suceder. Menospreciar a otras personas que han jugado alguna baza en tu terreno sentimental para demostrar que una relación va bien y que te sientes a gusto es bastante ruin. Y mucho más si llega a intentarse ridiculizar, porque más ridículo es pretender hacerlo. 

Sinceramente, me da la sensación de que alguien que se comporta así lo hace porque tiene dudas y siente rabia; y esa rabia solamente es fruto de alguna frustración no sanada. Quizás únicamente pretende autoconvencerse de que aquella otra persona es menos importante ya de lo que en realidad aun siente. Quizás intenta ponerse una especie de escudo que le proteja de levantar sospechas y, sobre todo, de preguntas al respecto. Quizás su nueva pareja tan solo hace la función de clavo que intenta sacar otro clavo, por cruel que pueda sonar.

Por eso, soy de las partidarias de que, si nos hablan de relaciones anteriores, más vale fiarse de alguien que, hable bien o mal basándose en su experiencia, hable sin rencor de ellas. En primer lugar porque puede ser una pesadilla (un insoportable coñazo) y, en segundo, porque puede ser que ese/a de quien hablan mal, acabes siendo tú algún día. Por último, creo que debemos respetar más y exigir más respeto por las personas que nos han querido o que nos han satisfecho, en algún sentido, por mucho que ahora podamos sentirnos bien en otra situación, sin ellas o ellas sin nosotros.

domingo, 2 de junio de 2013

Caer como niños

Cumplimos años, desarrollamos actitudes, aprendemos en base a experiencias y, supuestamente, estamos cada vez más preparados para ser independientes. Pero, en la práctica, la realidad es que, emocionalmente hablando, mucha gente depende en excesivo de otras personas. La sociedad va perdiendo calidez en conjunto, vive rápido y se centra en historias, más o menos fugaces, pero historias sin contrato vitalicio. En un contexto así, depender emocionalmente de lo que te aporten los demás, ya no solo en calidad sino también en cantidad, es inmolarse.

Como cuando un niño pequeño cae al suelo y por inercia empieza a llorar asegurando haberse hecho daño, algunas personas, también por inercia, tiran del victimismo buscando esa figura protectora que no son capaces de encontrar en sí mismos. Mi pregunta, entonces, es: ¿Crecen o decrecen? ¿Viven o desviven? No voy a extenderme mucho más porque es un flash que me ha venido hoy viendo caer un niño al suelo y automáticamente fingiendo dolor para llamar la atención, pero hay actitudes que no pueden mantenerse de por vida esperando, a cambio, el aprobado y cobijo eternos.

Está claro que podemos pedir consejo, dejarnos guiar y apoyarnos en otros en un momento dado. Quizás es incluso necesario. Sin embargo, lo que no podemos hacer es lamentarnos infinitamente cada vez que tropezamos con una piedra y dejar caer nuestro peso encima de otro para amortiguar el golpe, una vez tras otra. Es absurdo pensar que alguien vaya a poder salvarte cuando tú mismo generas el peligro. Nadie va a poder solucionarnos la vida más que nosotros mismos, ni nosotros vamos a llamar la atención de nadie si nuestro objetivo es encontrar, más que personas, colchones donde caer parezca más blando.