El enemigo más temido por el hombre, ese al que suele ser
contraproducente intentar combatir, ese fantasma que conspira en las noches
salvajes y que placa el orgullo varonil: el gatillazo. Las mujeres, en eso,
jugamos con cierta ventaja. Sin embargo, para ellos, en general se convierte en
una de las grandes preocupaciones por su efecto-impotencia. “No dar la talla”
supone un atentado contra la virilidad personal y un revolcón insatisfecho.
Pero ¿es así de verdad?
Comparémoslo con un caracol por extraño que parezca. Un
caracol saca el cuerpo por su concha, alarga al máximo sus cuernos dando los
buenos días y, sin embrago, cuando interpones algo a su paso, de nuevo se
esconde deprisa y le cuesta volver a salir. Para un hombre, eso podría ser
similar. A veces, el temor, el cansancio, las preocupaciones o un día torcido,
pueden bastar para provocar, más que un “coitus interruptus”, un "preliminares infinitos" aparentemente poco exitoso. Pero la verdad es que no tiene por qué significar
precisamente desmotivación o desgana, es algo más común de lo que pueda pensarse. Digamos que es más
preocupante de lo que a algunos parece preocuparle, si es demasiado frecuente,
y mucho menos catastrófico de lo que otros piensan si un día, por lo que sea,
no acaba de mantenerse la cosa tiesa.
¿Qué le hace falta al caracol para que salga de nuevo? Un
poco de tiempo, decisión y que llueva otra vez. Pues parecido en el otro caso.
Supongo que lo que hace falta, a parte de comprensión, es disposición y ganas de, más que abandonar, posponer el juego. No
temáis hombres, el gatillazo esporádico se supera no temiéndolo ni juzgándolo,
sino retándolo a una partida nueva.