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martes, 30 de julio de 2013

Tener a mano el placer

Permitirse caprichos es algo a lo que nos acostumbramos como vía de escape de alguna sensación mejorable en el momento en el que decidimos dárnoslo. Más que una necesidad es, al final, algo que hemos hecho necesario. Un capricho significa concedernos algo novedoso, algo a lo que no estábamos acostumbrados y que nos gusta. El problema, a veces, es que hay demasiados caprichos que van grapados a un precio. Cuando la economía no está para florituras, más que nunca hay que saber sacarle partido a los placeres que tenemos más a mano que “a bolsillo”. Esto vale para cualquier ámbito de la vida y, este del que voy a hablar, tan solo es un ejemplo más.

Hablemos de la industria del sexo, ya que ha ido perdiendo tabúes con el tiempo y ha ido innovando a pasos de gigante ofreciendo un catálogo más y más amplio de artículos. Todos hemos visto alguno, unos cuantos los han probado y, otros, ya no pueden pasar sin ellos, los quieren todos. Cuando algo nos provoca placer, es difícil renunciar a ello por voluntad propia pero, cuando la necesidad aprieta y la guita escasea, es imprescindible pensar en qué podemos obtener aprovechando aquello que nos rodea. Y la verdad es que constamos de una gran variedad de alternativas, según gustos y preferencias. En este caso concreto, hay recursos ya míticos como lo del plátano y el pepino, el chocholata, el chocolate o la nata. Otros más típicos pero efectivos como la saliva y la mano y algunos, más callados, como el pico de la mesa o la lavadora en centrifugado. Que seamos más o menos guarros no dependerá de cómo nos las ingeniemos sino, una vez más, de la higiene y el cuidado que le pongamos. Así que, que nadie se sienta sucio por ello.

La idea es que hay rutinas que no deseamos cambiar porque, tal y como son, ya nos satisfacen. Pero, si queremos hacerlo, si nos apetece probar algo de lo que hasta ahora no disponíamos, hay caprichos que, más que eso, son creatividad y parten de la curiosidad. Con pareja o sin ella, creo que introducir cambios y prácticas depende más de imaginación que de dinero o de soledad. Porque, en este caso, el sexo tiene tanto y más de psicológico que de físico y porque, lo tradicional, es una alternativa segura que nunca estará mal. Sea como sea, con dinero o sin dinero, que nada nos prive del placer casero.

domingo, 28 de julio de 2013

Chico o chica, ¿diferente conquista?

Si hay que hablar de sexos, hablemos claro. Si hay que hablar de sentimientos, también. Si hay que debatir diferencias, ¿por qué no? Empecemos por admitir que, en una relación entre dos personas del sexo opuesto, ya no se trata tan solo de quién siente más o quién menos, de qué manera se diga, se demuestre o se calle, sino de cómo es interpretado. Un sentimiento de amor, transmitido, en principio es existente y positivo de raíz. El mismo sentimiento, mal interpretado, es dañino e impide crear vínculos. Pero, en cuestión de sexos, ¿hay algún tipo de diferencia a la hora de quién sea el que se interese por el otro? Pues en base a la observación, quizás podríamos extraer alguna regla general. Me refiero, principalmente, a casos en los que el amor no está definido desde un inicio y en que el interés que se va mostrando es, quizás mutuo, pero progresivo, con sus fases y su tiempo para acabar asentándose o distanciándose.

No me gusta generalizar y quizás no estáis de acuerdo, pero me apetece hacer esta reflexión. ¿Juega, el sexo de una persona, algún papel importante a la hora de establecer una relación? ¿Hay alguna diferencia en la declaración de intenciones de unos y otros? A menudo se apunta a que las mujeres solemos ser más psíquicas que los hombres, los cuales parece que se dejan llevar más por instintos físicos (no únicamente, sino más, aparentemente). Quizás eso tenga algo que ver y juegue un papel importante en esta teoría. Y es que creo que, si una mujer se muestra interesada por un hombre y lo demuestra, desde un punto de vista externo y del propio hombre, se interpreta como una reacción un tanto precipitada o incluso ansiosa. Sin embargo, si es un varón quien se muestra interesado por una mujer, se le atribuye un rol más guerrero, atento o centrado.

En los casos en los que esto se da (he especificado cuándo al final del primer párrafo), puede que se deba a cierto miedo a que la mujer pueda llegar a establecer sentimientos de amor, y ya no de atracción, de una manera más rápida que el hombre, y que eso parezca precipitado.  Puede que también influya, en cierto modo, la idea que aún se conserva de alguna manera de que el hombre es conquistador por naturaleza y la mujer la que se deja conquistar y coquetea, él el cazador y ella la enamoradiza. Una mujer conquistadora (fuera ya del romanticismo que muestre) quizás asusta por su valentía y confianza. Eso debería ser una característica positiva pero, en ocasiones, es un rol que el hombre prefiere desempeñar, sintiendo más dominio y entereza, alejándose de mostrarse excesivamente sentimental, evitando mostrar ciertas debilidades. Quizás se espera de nosotras, ya no que no conquistemos (a un chico también le resulta cómodo y placentero sentirse deseado), sino que seamos más sutiles a la hora de hacerlo en comparación a las formas que ellos tienen, puede que porque les cueste más procesar los sentimientos y aceptarlos como tal. Supongo que, a fin de cuentas, si nos andamos con tonterías, mientras descubrimos la mejor manera para conquistar al otro, nos distanciamos de la naturalidad y, lo que acaba alejándose, por consecuencia, es la oportunidad de que surja algo sincero y con sentido de todo eso. Como con todo. 

Así es como, en las ocasiones de las que hablo, llega un momento de colapso en la conquista en el que no se deja que esta fluya. No se da pie a aceptar, de forma natural, que puedan expresarse intenciones y emociones, positivas o negativas, tal cual surgen, lleguen estas a ser mayores o menores. Los descompases emocionales nos horrorizan y desmotivan. Ante esto, a veces la conquista se convierte en un juego de estrategias que se centra más de lo que debería en la atención del adversario y no tanto en nuestras propias voluntades. Y cuando, en una relación o periodo de conquista, los actos dejan de ser espontáneos para convertirse en una constante estrategia, todo se va al traste. Ni es cierto que las mujeres seamos absolutamente emocionales, ni que los hombres carezcan de sentimientos, ni el hecho de sentirse atraído por alguien significa no saber vivir fuera de los márgenes de esa persona. Es más, a veces, eso mismo juega algún papel en la atracción que hemos sentido inicialmente por la otra persona y, por miedo y con mal ojo, tratamos de cambiar cosas durante en proceso que no nos favorecen. ¿A quién tratamos de engañar entonces?

miércoles, 24 de julio de 2013

Promesas que no valen nada (no somos infinitos)

Subí en el tren y decidí pillar asiento. Los dos amigos que estaban sentados delante de mí conversaban; yo saqué papel y boli. Intentaba escribir sobre algo, pero no me pareció menos interesante aquello que le decía el uno al otro: “Es que yo siento que quiero casarme con él, estar bien e incluso tener hijos… Pero no ahora, ¿sabes? No querría haberlo conocido ahora, sino más adelante. Ahora quiero hacer mi vida, estar a mi bola durante esta etapa y, de aquí a un tiempo, hacerla ya junto a él. Sería genial.” No era la primera vez que escuchaba algo así ni la primera que tenía la sensación de que la persona que lo decía iba a perder, al menos en ese momento, una buena historia. Pero está claro que, en cuestión de sentimientos, ya podemos estar dándonos de bruces contra el suelo que, el que tiene la última palabra es el caprichoso corazón o la tentación desmoderada. ¿Y a quién no le han jugado una mala pasada alguna vez esos osados? ¿Quién no había pensado alguna vez eso de “Vuelve dentro de unos años y nos amamos porque ahora mi cabeza está en otro lugar”? A veces los amores no son imposibles, sino a destiempo.

Era inevitable seguir escuchando la conversación y me pareció que la chica se daba cuenta de que, ese error temporal entre dos personas en terreno sentimental, probablemente iba a pasarle factura, sin poder ir en contra de su voluntad en cualquier caso. Fue entonces cuando le recordó a su amigo otra de esas típicas frases que se sueltan cuando se ve la vida muy larga y más tiempo por delante del que disponemos en realidad: “Bueno, tú y yo llegamos a un acuerdo, ¿recuerdas? Si a los 30 no hemos encontrado pareja, nos casamos. De aquí a los 30, entonces, aprovecha el tiempo y a ver cómo nos va”. Pensé que, seguramente, si fuesen a cumplir esa promesa, estaba sentada delante de un futuro matrimonio. Porque ellos no estaban tan lejos de los 30 como parecía que creían y,  lo que hacía unos años era “vitalicio”, en este momento era “imprevisto”. El tener o no tener pareja, ya bien fuese en la actualidad, de aquí a los 30, a los 40 o a los 60, no aseguraba que, en algún momento de esos largos años que ella preveía, fuesen a tener que echar mano de la promesa ya bien por ruptura, por amores des-sincronizados a los que no acababa reuniendo el destino o por exceso de soledad.

A veces, bromeamos con promesas que no pensamos cumplir y quizás algún día las cumplimos porque no todo salió como quisimos. Confiamos más en nuestra suerte y destino que en el poder de tomar decisiones que están en nuestra mano durante el camino. En ocasiones queremos todo cuándo y cómo nosotros deseamos, estando demasiado seguros de que así será, como si fuésemos exclusivos e infinitos. Así es como, sentada y escribiendo aquellas frases que estaba escuchando, preví que dentro de unos años aquella chica no habría llegado a mucho con ese amor y, sin pareja, ni críos, ni rastro ya de aquellos tentadores pepinos en los que pensaba mientras tomaba decisiones de más joven, de nuevo iba a recordar la propuesta hecha a su amigo años atrás y a pretenderla alargar por echársele el tiempo encima.  Satisfecha por una parte por haber cumplido su mayor afán, "vivir su vida", y perseguida en cierto modo por el fantasma del “qué hubiera pasado si”, algo que debemos intentar aparcar constantemente, en cualquier caso.

A veces, nos encaprichamos con placeres que nos complacen más a la corta que a la larga porque nos nutrimos de muchos objetivos, repartidos en breves instantes, en forma de pequeños placeres. Somos instantáneos y, en general, vivimos más al día que pensando en el resto de los días; y tampoco digo que hagamos mal. ¿Lo malo? Somos conscientes de que tomar o no tomar decisiones conlleva ganar una oportunidad perdiendo otras opciones a su vez. No podemos vivirlo todo. ¿Lo bueno? Aprendemos a recibir consecuencias por ello pero aceptando que somos más humanos que consecuentes; escogiendo y errando pero, de lo ganado y lo perdido, experimentando y, en algún sentido, aprendiendo. ¿Un consejo? Ganad o perded, conseguid tras ello o quedaos por el camino, seguid con vuestras formas o cambiad de estrategia, pero que todo ello se base en objetivos personales. Jamás os comparéis o, tanto ahora como a los 30, hayáis hecho lo que hayáis hecho, seréis unos frustrados. Y eso es de lo que hay que huir, no de que las cosas nos vayan mejor o peor en base a lo que esperábamos.

martes, 23 de julio de 2013

Se te ve el pelo

El verano ya está aquí y con él, a menudo, una mayor exigencia a nuestro físico. Unos llegan tarde a la operación bikini, otros lucen tipo por cualquier garito, algunos se empeñan en ser los primeros en ponerse morenos y, el moreno de otros, con suerte llega a ser a lo pan integral. Lo que está claro es que enseñamos más carne, pero también lo que no es carne y es, por ejemplo, pelo.

Ni es algo nuevo, ni algo que no se haya advertido antes: nos autotorturamos en excesivo de cara al escaparate. Nos gusta cuidarnos, ser coquetos y, a la vez, repudiamos a aquellos que no se cuidan un mínimo. Pero ¿acaso tener pelo significa descuidarse? Podría decirse que sí según algunos cánones de belleza que hemos ido estableciendo pero, objetivamente hablando, no lo es. No se trata de no depilarse, sino de cambiar el rango de exigencia, especialmente en las mujeres. En los hombres, dejarse pelo, algunas veces es hipster, otras de macho man, otras es simplemente natural… Pero ¿en las mujeres qué? ¿Acaso nosotras somos de naturaleza rasurada? Pues no, y menos las de los países cálidos.

Una cosa es ser una alfombra y otra tener algún pelo o estar a medio depilar. ¿Alguno de vosotros no tiene pelos en ninguna parte? Vamos, hombre, hasta en la lengua como suele decirse… Somos así, descendientes del mono, ¿recuerdas? Entonces, no llego a comprender cómo seguimos criticando unas piernas mal depiladas o una docena de pelos cortos en las axilas, por poner algún ejemplo. Somos idiotas. ¿Alguien no tiene claro que, para poder depilar algo, antes hay que dejar que crezca un mínimo?

Pues eso, que “ni tanto ni tan calvo” como diría mi abuela. Que donde hay pelo no sé si hay alegría pero lo que sí que tengo claro es que no tiene por qué haber guarrería o dejadez. Eso no lo denota el pelo, sino la roña. Así que, algunos, menos depilarse y más lavarse.  Creo que es algo sobre lo que los chicos deben mentalizarse pero, especialmente esas chicas que son, a veces, las primeras que critican y las primeras que tendrían que callar. Dicho esto, ¡todos a la playa haya hoy pelo o no haya!

martes, 16 de julio de 2013

Lo que fuiste, no se volverá a repetir

Dicen que no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes. ¿A quién no le ha pasado alguna vez? En algunas vidas, de hecho, parece ser algo corriente. Tanto que, a veces, se tiene la sensación de haberse llegado a acostumbrar, aunque a la hora de la verdad sea algo a lo que nunca nos habituemos. Y, ¿sabes qué creo? Que lo mejor es no conformarse con algo así aunque suponga vivir en guerra. Buscar que nos valoren desde la primera vez, que nos recompensen como primera opción, es algo por lo que merece la pena luchar.

Suele pasar. Media vida deseando tener un romance con alguien para que esa persona vaya tras de ti cuando encuentras otro acompañante o cuando, simplemente, conseguiste cerrar esa historia y sentirte bien. ¿Ley de Murphy? No lo creo, esta vez dejemos al maldito Murphy y culpémonos a nosotros mismos. Nos atrae lo difícil. Lo alcanzable, a menudo, nos resulta aburrido e incluso pesado… Somos insoportables porque de lo mismo que hacemos, nos quejamos cuando quienes sufrimos las consecuencias somos nosotros. Nos atrae lo extraño hasta que vemos que, lo que estábamos acostumbrados a tener de alguna manera, se va. Y eso, tarde o temprano acaba pasando, acaba yéndose, porque no hay quien aguante cien años dando cariño sin recibir. Echamos de menos aquello que un día no buscamos, que nos vino dado y que, en algún sentido, nos hizo más bien que mal. Porque es normal, al final, lo que buscamos es la calma y alguien que nos haga sentirnos, entre muchas otras cosas, sobre todo así.

Hay gente que se regocija en orgullo y siente pura satisfacción al encontrarse ante esa situación en que, alguien que abandonó el nido en su momento, vuelve pidiendo recuperar un lugar privilegiado tras pasarlo mal o pensarlo mejor. Realmente, ríe porque quien ríe el último ríe mejor, pero no porque tenga motivos. ¿Hasta qué punto compensa que busquen su sitio cuando uno ya ha dado carpetazo? Nos exponemos a algo, o muy bueno y esperado, o que reabre heridas, habiendo sido anteriormente rechazados. Eso merece ser bien pensado. De entrada podríamos pensar en cerrarle la puerta en los morros a esa persona por la que en su momento no lo pasamos bien. Algunos asegurarían que es la mejor opción. Pero también creo que, el orgullo, por ambas partes, mata oportunidades y quema deseos y que lo mejor es, una vez más, hacer lo que se siente sin mirar atrás, pensando en presente pero hablando más claro que nunca. Quizás las oportunidades vienen cuando mejor cabida tienen.

Sí, es absolutamente jodido aceptar que hubo un tiempo en el que estuvisteis descompasados y que ahora, sin buscarlo, llega tan fácilmente. Pero, cuando algo así pasa, pensar en eso es absurdo, tanto como vivir empapados de recuerdos hirientes. Mira adelante, decide, pero jamás puedas llegar a sentirte peor de lo que en su momento hiciste. Si es así, cierra ciclo. Si decides abrirlo... reabrirlo junto a esa persona, aprende a seguir comportándote en tu línea, sintiendo y expresándolo. Si tiene que ser será. Porque esta vez tengo que decirte que el problema, si ponen trabas, no lo tienes tú, sino quienes esconden sentimientos. Porque tengo que decirte que no soy quién para juzgar lo que un día no sintieron por ti pero sí para enterrar o celebrar que hayan llegado a hacerlo y puedas sentirte, hoy, menos arrastrado que ilusionado, más primordial y deseado.

jueves, 11 de julio de 2013

No importa dónde sino con quién

Mentira. ¡Claro que importa dónde! El dónde define el punto de partida, la estética, la intuición y el humor con el que nos embarcamos en el viaje. Aun así, lo cierto es que eso ocupa un porcentaje mínimo de importancia cuando nos disponemos a estar una temporada, larga o corta, en otro lugar al que estamos acostumbrados a ocupar. Si echamos la vista a alguno de los viajes que hayamos hecho, nos damos cuenta de que fuese lo esperado o no, te alucinase más o menos, lo que nuestra memoria más retiene y lo que hace que un viaje sea fabuloso son las experiencias que vivimos a lo largo de él. Gran parte de ello no lo genera ni  el paisaje, ni el tiempo, ni la arquitectura que envuelve el regalo, sino la gente con quien lo compartimos, aquellos con quiénes nos cruzamos, las costumbres y lo dispuestos que estemos a adaptarnos a cualquier situación que se nos presente, sea esta premeditada o imprevista.

Vamos al plan. Planear un viaje. Planear, planear, planear… algo saldrá mal. Te pasas medio mes planeando para que luego cualquier motivo lo haga imprevisible; lo que es lo verdaderamente excitante. Si algo tiene que ser un viaje es excitante. Planear el lugar es algo comprensible, informarse previamente, aconsejable, hacer una escaleta al minuto, nada recomendable. Desde luego, planearlo todo supone limitar las sorpresas, y eso es lo primero que sale mal, claro. Además, planear, a veces supone esperar  y, esperar, conlleva fácilmente a la decepción. El viaje lo provoca lo de dentro, tú, y en gran parte lo genera lo de fuera, lo demás, los demás.

Sea como sea, viaja y ensancha el alma. Debería ser un placer más concedido que ansiado. Viaja y odia no tener más dinero para hacerlo. Sea como sea, viaja y no quieras volver, vuelve y quiere esperar volver a volar. Viaja y cruza fronteras, las de tu mente las primeras. Viaja, descubre, reflexiona y que de alguna forma deje huella. Vuelve del viaje y siente ese abismo de querer más, de nunca tener suficiente y la plenitud de sentirte un poco más lleno. Viaja y conoce y date cuenta de cuántas cosas llegas a no conocer. Desea llegar a hacerlo e inventa el plan para ello sin necesidad de milimetrar cada paso que vayas a dar. Viaja a dónde puedas o quieras, pero empapándote de quienes te complementen, aporten o debas. Viaja y vive sintiéndote vivo. Viaja o vente a soñar conmigo.


Berlín'13 imprevisible y excitante. Sorprendente en cuanto al dónde y fabuloso por el con quién.

martes, 2 de julio de 2013

Barcelona cultural, con rima rápida y fácil de usar

Cosmopolita por excelencia y cultural por vocación, Barcelona es bella y en mi causa devoción. Con carácter Mediterráneo, mar, montaña y diversidad, no importa cuántas veces la recorra ni si en compañía o soledad. Ya quiera fiesta o mayor tranquilidad, si tengo algún plan o bien lo quiero encontrar… siempre habrá algo que hacer en esta singular ciudad. "Ciudad condal", no me deja de sorprender, mucho menos de encantar. Barcelona es magenta, amarillo, cyan y de todos los colores; contiene, acoge y suscita cantidad de estilos, marca tendencia y despierta sensaciones. Infinidad de rincones, y espíritu de libertad, son los que tientan a descubrir palmo a palmo la increíble ciudad.

Pero si para mí hay algo que refleja el espíritu de Barcelona y que la hace aun más grande de lo que por si podría ser, es la reunión y explosión de culturas que se mezclan y que se pueden conocer. Si hay algo esencial para entender de convivencia y vida es abrir el coco, estar dispuesto a respetar ideas e intentar empaparte de todo un poco. La cultura es aprendizaje, es afición, placer y acción. Es pedacitos de mundos, mentes, lugares y corrientes y libertad de expresión. Si Barcelona estéticamente me cautiva por todo lo que acoge y transmite, a nivel cultural me gana el corazón. Mezcla de culturas, un sinfín de opciones, conexiones, oportunidades, propuestas u ocasiones, idas y venidas y, como diría la canción, “Barcelona tiene poder” y hace que sienta mucho y que en ella me sienta bien. La ciudad alrededor, la ciudad bajo mis pies, y día tras día miles de cosas por recordar, recorrer, disfrutar y hacer. ¿Y qué más voy a responder? Que me siento afortunada por, a Barcelona, pertenecer.