Páginas

Translator

lunes, 30 de marzo de 2015

Grandes hazañas

A veces las tenemos a tiro de piedra, frente a nuestras narices y, sin embargo, no las vemos. ¿Ceguera? ¿Despiste? ¿Irresponsabilidad? ¿Miedo? Nuestro compromiso personal es intentar sentirnos felices y satisfechos el mayor tiempo posible, teniendo en cuenta que no somos inmortales y que, de las infinitas opciones, hagamos lo que hagamos viviremos una. Seguramente por eso, lo más importante que podemos hacer es apostar por aquellas cosas que creemos que pueden hacernos sentir bien. Nos equivocaremos o no, pero ¿nos arrepentiremos? Cuando era pequeña, mi abuelo solía jugar a la lotería. Yo siempre rechazaba que lo hiciese porque le veía más pérdida que ganancia. En este caso, nunca le tocó y dejó de hacerlo cuando vio que no le compensaba, pero lo cierto es que arriesgó durante tiempo por aquello que creyó que podía hacerle rico. Estaba despistado.

La ilusión podría entenderse como la antesala o el inicio de la felicidad. Los sentimientos insatisfechos siempre invierten en ilusión esperando que detrás llegue el sentimiento feliz. Para alcanzarlo, hay personas que apuestan. Apuestan mucho y, a veces, tantas cosas materiales que se quedan solo con su corazón, algo desilusionado. Hay que saber desatarse, como mi abuelo, cuando la apuesta no compensa. Hay gente que gana y gente que pierde fortunas en sus apuestas, y el tipo de apuesta depende del tipo de riqueza que se desee encontrar. Hay apuestas en las que, con lo que se puede ganar, no hay tanto que perder. Pasa, sobre todo, cuando te centras en la riqueza inmaterial. Hay personas que, por ejemplo, invierten sus mayores ilusiones en otras personas. Apuestan por menos valor, pero no con menos valor. Tan o más arriesgados, invierten en experiencias y momentos. A veces, algunas personas suponen una ruina pero, otras, sin duda pueden convertirse en nuestras grandes hazañas. ¿Qué te apuestas?

lunes, 16 de marzo de 2015

25

Tras los 24 fantásticos, llegan los 25 soles, siendo la mitad de las sombras de Grey. Porque lo grande en este caso no es cumplir 25, lo grande es el momento en el que los cumplo. Hasta aquí ha pasado de todo, bueno y malo y mejor, pero os prometo que con las ganas que ahora mismo tengo, lo que puede quedar por pasar a partir de ahora, me tiene entusiasmada. Tras unos años de desequilibrio entre mi energía y algunos sucesos, por fin ha llegado una época en la que puedo decir que me siento realmente bien. Y, sinceramente, creo que lo merezco.

Para algunos soy una sonrisa andante, pero para mi habitación no siempre lo he sido. Admito que tropecé con  un periodo de saturación, probablemente necesario,  en el que llegué a sentir bastante desilusión en general. Algunos asuntos hicieron que mi alrededor pasase de ser una motivación a presentarse algo lineal. Mi carácter se acomodó en el pasotismo como protección. Lo nunca visto. Es cierto, eso hace que las cosas te afecten menos, pero a la vez hace que te sientas menos vivo de lo que te gustaría. Prioricé un cambio urgente; pensé en motivos y busqué errores. Tras tantos momentos sociables como en soledad, empecé pensando en lo de fuera y acabé detectando la solución adentro. Os recomiendo que os miréis el ombligo de vez en cuando, no para creer que es ese el centro del mundo, pero sí quizás el centro de algunos de vuestros problemas y la respuesta a la mayoría de sus soluciones y estados de ánimo. Vivir intenso es una elección y siempre tiene consecuencias, positivas y negativas, pero son precisamente esas las que hacen que reflexionemos y valoremos prioridades y placeres, uno de los favores más grandes que podemos hacernos.

Tras haber asimilado lo que para bien o para mal ha supuesto ese periodo, hoy puedo explicar esto sin hermetizarlo. Tengo ilusiones y preocupaciones, cosas en camino y algunas con las que quiero seguir caminando, más seguridad y menos miedo... me siento activa, pero en calma. No sé si casualidad o consecuencia, pero esta está siendo una época bonita de oportunidades, recompensas, sorpresas, retos y, como intuí en la primera entrada de este año, de cosas que van estabilizándose a mi alrededor, pero sobre todo en mi cabeza. Qué queréis que os diga, yo a los 18 era genial pero un flan todavía en muchos sentidos. Es ahora cuando me siento igual que entonces pero una mujer más fuerte y con energía renovada para compartir con quien quiera… pero, sobre todo, con energía para rato.

jueves, 12 de marzo de 2015

La sexualidad vista desde unos años después

Supongo que fui de las que empecé el instituto sin tener claro de qué trataba eso del sexo. En mi casa jamás me ocultaron nada al respecto, pero simplemente aun no había sentido ni la curiosidad ni la necesidad de descubrir según qué cosas. Fue un poco más tarde. Pero tampoco había necesidad de correr, ni tenía ordenador para que me saltase spam en Internet, ni encontraba en mis dibujos animados y series favoritas connotaciones eróticas tan evidentes. Bendita inocencia. Pero, con el tiempo, las hormonas fueron despertando mi curiosidad y justo en el instituto me llevaron de excursión a aprender a cómo poner condones. Esa es la gran educación sexual que recibí fuera de casa así que, en una época en la que comentar según qué cosas daba vergüenza, nos informábamos entre amigos. Mientras nos lo tomábamos a risa ampliando vocabulario que nos sonaba completamente basto y burdo, creíamos que, contándonos nuestras batallitas y lo que habíamos escuchado, éramos todos unos sabelotodo.

Fui de las tardías gracias a aquellas cosas de las que sí me habían hablado y aconsejado en casa: “hazlo cuando te apetezca y porque así lo sientes”, no tanto a la presión social. Siempre que quise pude sacar el tema en casa y me sentí libre y cómoda de poder hablarlo en la calle con cualquiera. Para mí era y es un tema más, algo no menos normal e importante en la vida como ya sabéis los que me habéis leído o conocido alguna vez. Lo que pasa es que me encontré con que nuestra generación estaba siendo educada sexualmente desde una doble vía moral: por un lado la de “no hagas eso, puta” y por otro la de “libérate mujer y que te quiten lo bailao”. Yo estoy agradecida al entorno habitual en el que he vivido pero, aun así, no debo de ser la única que se habrá sentido reprimida en algún sentido ni la única que se habrá visto juzgada en más de una ocasión. Del mismo modo y por suerte, tampoco debí de ser la única que supo ver que el problema radicaba en esa contradicción totalmente inconnexa e incapaz de educar a alguien sexualmente de manera correcta, al menos no con la seguridad y la confianza que un adolescente necesita.

Y habiendo llegado sana y salva hasta aquí, entre el bien y el mal (y, eso sí, dando la gracias por tener una idea de cómo se ponen condones –ai, perdón, preservativos- al menos en el dedo), te das cuenta de que, en aquel entonces, no sabías de misa la mitad y que cada uno ha hecho su descubierta en base a su suerte, a su curiosidad y a lo inculcado. Solo cuando sobrepasas cierta barrera de prejuicios y crees en tu capacidad de crítica y autocrítica, se abren nuevos debates: ¿Qué me gusta y me satisface? ¿De qué maneras dar y recibir puede ser compatible con disfrutar? ¿Me conozco lo suficiente como para darme a conocer? Y ves que la controversia solo acababa de empezar… Que la que hay cosas que aun no se ha planteado es una “sosa” (la Virgen Maria personificada) y, la que dice, pide, pretende experimentar o sigue cuestionándose cosas es, como mínimo, rara (si no volvemos a caer en lo de puta). Así, a veces, cuesta llegar a saber lo que queremos y lo que no, algo por lo que preocuparse.

Unos años después de descubrir que existía el sexo, la conclusión a la que llego es que, por un lado, debemos educar en la libertad de poder escoger. Desde luego, hay mucha gente no preparada para ello y que, sin embargo, pretende opinar e influir en exceso (presiento que porque quieren hacer extensa su propia frustración y así sentirse menos desamparados y desafortunados). Por otro lado, debemos educar con la capacidad de cuestionar, de darle al placer el significado que merece y evitando establecer tabúes. Por último, quizás es importante que utilicemos las palabras exactas y existentes que el tema precise, indiferentemente de la edad o de las tendencias. Si alguien quiere hablar del tema es porque un mínimo de curiosidad le despierta (y hoy en día son pocos los secretos).  Me refiero a que dar normalidad a algo, aunque sea algo en que se preserve cierta privacidad como en este caso, normaliza también su existencia. Eso permite que las personas sean más capaces de respetar, tolerar, pedir información y lo que quieran sin sentirse juzgadas o con excesivo pudor. Nos quejamos del postureo social pero anda que el sexual, para bien y para mal, aun es poco…