Una de las
cosas más apasionantes de la vida (junto a viajar) es conversar. Al menos a
mí me lo parece. Podemos encontrar paja por el camino (de hecho debemos) pero,
al final, siempre topamos con alguna conversación apasionante. Informar,
enseñar, reconfortar, ayudar o compartir... Sea cual sea la finalidad, hay palabras
que adquieren un peso importante por la forma y por el contenido pero, sobre todo,
por lo que expresan. La expresión… Eso es algo que cada uno percibimos de
manera distinta y que, incluso, se ve influido por la situación personal en la que
nos encontremos. Es lícito que lo apasionante para una persona no sea lo mismo
para otra y que, la probabilidad de serlo, resida en aquello que nos interese
individualmente. Posiblemente, también en aquello que pueda despertar nuestro
interés de repente. Eso es una verdadera habilidad (que los
argentinos tienen bastante desarrollada, dicen) porque, suscitar interés, no
siempre es sencillo.
De todas
formas, el foco del interés probablemente no reside tanto en quiénes somos, en cuál
es nuestra posición o en la temática de la conversación en sí, sino en saber
tratar el tema desde diferentes perspectivas o plantearse nuevos horizontes. Acatarlos
o no, llevarlos a la práctica en nuestra vida o no... pero reconocerlos como realidades
o como posibilidades. Eso es lo realmente interesante. A veces somos como
burros a los que ponen anteojos y no vemos más allá de la línea recta que
nos marcan (que nos marcamos). “Tú, por aquí. Será más o menos duro, será más o menos aburrido,
pero será más fácil y, lo más importante: será socialmente mejor aceptado. Lo
vas a hacer muy bien.” Ser una persona de primera, no arriesgar a equivocarnos
ni en la práctica ni en pensamientos, claro que sí... Así seguro que
aprendemos, así seguro que acabamos amando nuestra vida… (y deseando que algún
día adquiera sentido, claro).
No se trata de ser rebeldes, se trata de permitir que la expresión y la opinión sean derechos mínimos de verdad, sin someternos a una dictadura mental establecida. Somos una cantidad de personas descomunal con una cantidad desorbitante de ideas, de creatividad, de pensamientos y de imaginación. Sin embargo, en algunos aspectos no cubrimos nuestras necesidades e inquietudes y ocultamos nuestros verdaderos pareceres tras la falsedad social, la trastienda de lo que sentimos. Seguramente todos nosotros hemos echado de menos en algún momento de nuestra vida la figura de una persona anónima, desconocida, discreta, imparcial y desinteresada a quién poder contar alguna batalla sin sentirnos condicionados por nada. Hay aspectos que ni instituciones, ni familia, ni algunas amistades están preparadas para escuchar de la forma más clara y pura posible, directamente sacada del sentimiento o de la emoción que lo genera. A la vez, otras veces, simplemente no estamos dispuestos a mostrarlo, como técnica de autoprotección. Distinguir qué conversaciones podemos tener los unos con los otros y quiénes, directamente, no están preparados para conversar, es nuestra responsabilidad.
Todos sabemos que, siendo aquellos con los que la sociedad está preparada para tratar, no seremos ni la mitad de buenos de lo que podemos llegar a ser. Todos formamos parte de esos marcos estipulados entre los que ninguno queremos estar pero a los que todos nos sometemos de alguna manera. Nadie aspira a ser un reprimido, sin embargo, pensadlo, todos en alguna vez lo somos o lo hemos sido. No nos engañemos, nadie va a cambiar eso a nivel global… así que sigamos comportándonos como guste con aquellas “personas de primera” y sin juicio alguno por bandera y, apasionando, a tantos como nos demuestren merecerlo. Es algo que he ido aprendiendo y que una buena conversación, de buena mañana, me ha recordado. Aun quedan muchos prejuicios por eliminar, tabúes y estereotipos que cubrir, bocas que tapar y mentes por abrir.
No se trata de ser rebeldes, se trata de permitir que la expresión y la opinión sean derechos mínimos de verdad, sin someternos a una dictadura mental establecida. Somos una cantidad de personas descomunal con una cantidad desorbitante de ideas, de creatividad, de pensamientos y de imaginación. Sin embargo, en algunos aspectos no cubrimos nuestras necesidades e inquietudes y ocultamos nuestros verdaderos pareceres tras la falsedad social, la trastienda de lo que sentimos. Seguramente todos nosotros hemos echado de menos en algún momento de nuestra vida la figura de una persona anónima, desconocida, discreta, imparcial y desinteresada a quién poder contar alguna batalla sin sentirnos condicionados por nada. Hay aspectos que ni instituciones, ni familia, ni algunas amistades están preparadas para escuchar de la forma más clara y pura posible, directamente sacada del sentimiento o de la emoción que lo genera. A la vez, otras veces, simplemente no estamos dispuestos a mostrarlo, como técnica de autoprotección. Distinguir qué conversaciones podemos tener los unos con los otros y quiénes, directamente, no están preparados para conversar, es nuestra responsabilidad.
Todos sabemos que, siendo aquellos con los que la sociedad está preparada para tratar, no seremos ni la mitad de buenos de lo que podemos llegar a ser. Todos formamos parte de esos marcos estipulados entre los que ninguno queremos estar pero a los que todos nos sometemos de alguna manera. Nadie aspira a ser un reprimido, sin embargo, pensadlo, todos en alguna vez lo somos o lo hemos sido. No nos engañemos, nadie va a cambiar eso a nivel global… así que sigamos comportándonos como guste con aquellas “personas de primera” y sin juicio alguno por bandera y, apasionando, a tantos como nos demuestren merecerlo. Es algo que he ido aprendiendo y que una buena conversación, de buena mañana, me ha recordado. Aun quedan muchos prejuicios por eliminar, tabúes y estereotipos que cubrir, bocas que tapar y mentes por abrir.