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martes, 25 de febrero de 2014

Sociología invertida, es la sometida. Conversa y atiende.

Una de las cosas más apasionantes de la vida (junto a viajar) es conversar. Al menos a mí me lo parece. Podemos encontrar paja por el camino (de hecho debemos) pero, al final, siempre topamos con alguna conversación apasionante. Informar, enseñar, reconfortar, ayudar o compartir... Sea cual sea la finalidad, hay palabras que adquieren un peso importante por la forma y por el contenido pero, sobre todo, por lo que expresan. La expresión… Eso es algo que cada uno percibimos de manera distinta y que, incluso, se ve influido por la situación personal en la que nos encontremos. Es lícito que lo apasionante para una persona no sea lo mismo para otra y que, la probabilidad de serlo, resida en aquello que nos interese individualmente. Posiblemente, también en aquello que pueda despertar nuestro interés de repente. Eso es una verdadera habilidad (que los argentinos tienen bastante desarrollada, dicen) porque, suscitar interés, no siempre es sencillo.
De todas formas, el foco del interés probablemente no reside tanto en quiénes somos, en cuál es nuestra posición o en la temática de la conversación en sí, sino en saber tratar el tema desde diferentes perspectivas o plantearse nuevos horizontes. Acatarlos o no, llevarlos a la práctica en nuestra vida o no... pero reconocerlos como realidades o como posibilidades. Eso es lo realmente interesante. A veces somos como burros a los que ponen anteojos y no vemos más allá de la línea recta que nos marcan (que nos marcamos). “Tú, por aquí. Será más o menos duro, será más o menos aburrido, pero será más fácil y, lo más importante: será socialmente mejor aceptado. Lo vas a hacer muy bien.” Ser una persona de primera, no arriesgar a equivocarnos ni en la práctica ni en pensamientos, claro que sí... Así seguro que aprendemos, así seguro que acabamos amando nuestra vida… (y deseando que algún día adquiera sentido, claro). 

No se trata de ser rebeldes, se trata de permitir que la expresión y la opinión sean derechos mínimos de verdad, sin someternos a una dictadura mental establecida. Somos una cantidad de personas descomunal con una cantidad desorbitante de ideas, de creatividad, de pensamientos y de imaginación. Sin embargo, en algunos aspectos no cubrimos nuestras necesidades e inquietudes y ocultamos nuestros verdaderos pareceres tras la falsedad social, la trastienda de lo que sentimos. Seguramente todos nosotros hemos echado de menos en algún momento de nuestra vida la figura de una persona anónima, desconocida, discreta, imparcial y desinteresada a quién poder contar alguna batalla sin sentirnos condicionados por nada. Hay aspectos que ni instituciones, ni familia, ni algunas amistades están preparadas para escuchar de la forma más clara y pura posible, directamente sacada del sentimiento o de la emoción que lo genera. A la vez, otras veces, simplemente no estamos dispuestos a mostrarlo, como técnica de autoprotección. Distinguir qué conversaciones podemos tener los unos con los otros y quiénes, directamente, no están preparados para conversar, es nuestra responsabilidad. 

Todos sabemos que, siendo aquellos con los que la sociedad está preparada para tratar, no seremos ni la mitad de buenos de lo que podemos llegar a ser. Todos formamos parte de esos marcos estipulados entre los que ninguno queremos estar pero a los que todos nos sometemos de alguna manera. Nadie aspira a ser un reprimido, sin embargo, pensadlo, todos en alguna vez lo somos o lo hemos sido. No nos engañemos, nadie va a cambiar eso a nivel global… así que sigamos comportándonos como guste con aquellas “personas de primera” y sin juicio alguno por bandera y, apasionando, a tantos como nos demuestren merecerlo. Es algo que he ido aprendiendo y que una buena conversación, de buena mañana, me ha recordado. Aun quedan muchos prejuicios por eliminar, tabúes y estereotipos que cubrir, bocas que tapar y mentes por abrir.

jueves, 20 de febrero de 2014

La distancia no se mide en metros

La distancia es relativa. Os voy a contar la historia de cuándo fui realmente consciente de ello. Corría el año 2008 y me dieron una beca para ir a estudiar unas semanas a New York. Fui sin conocer a nadie y me planté en el aeropuerto de Madrid un buen rato antes de que saliese mi vuelo. La historia y el cómo ahora es lo de menos, pero conocí a Pablo, un gallego que iba a ser uno de mis compañeros de viaje durante esos días. Casualidad o no, la primera persona que conocí en ese viaje, fue la persona de la que tan apenas me separé las siguientes 3 semanas. Como suele decirse: “Como culo y caca” o “Como uña y carne”. A veces conectas con la gente y, otras, conectas mucho. Ambos supimos darnos cuenta de ello. ¿Problema? El viaje llegó a su fin antes de que cualquiera de nosotros hubiésemos querido y justo cuando más lazos habíamos estrechado entre todos. Éramos como una pequeña familia de casi-desconocidos que nos conocíamos y congeniábamos ya, incluso más, que con personas con las que tratábamos a diario en nuestras respectivas ciudades de origen. Podéis imaginaros la de lágrimas que eché ese día de despedida, y algunos otros, por poner tierra de por medio con los compañeros de ese viaje que tanto me marcó. Entre ellos, que mi amigo Pablo viviese en Galicia, se me hacía un mundo. Pensé que nunca más iba a verlo y eso me ponía triste. Galicia, por aquel entonces me parecía inalcanzable, lejana y un trayecto caro teniendo en cuenta que vivía en Barcelona. Pero la amistad es la amistad y hay energías humanas realmente poderosas.
No, Pablo no vino a vivir a Barcelona ni se quedó si quiera en Galicia. Como buen culo inquieto, viajero y emprendedor en aquello que anhela, el curso siguiente fue a estudiar a Estados Unidos. En aquel momento, Galicia dejó de ser para mí Finisterre (literal) y me pareció estar a tiro de piedra… cuando parecía que ya era tarde para darse cuenta de ello. En aquel momento USA me pareció mucho más inalcanzable que Galicia en cualquier sentido, claro, sin embargo ya no imposible… la barrera, en mi mente, ya no era tan grande y se me abrían las puertas del mundo por momentos. Así fue como, lo primero que hice cuando Pablo volvió a Galicia fue ir a verlo, con mi misma economía y la misma distancia terrenal de por medio. Me di cuenta de que tampoco estaba tan lejos y, lo más importante de todo: que me merecía la pena. La distancia pues, quizás solo depende de eso, de cuánto nos merezca la pena, por la razón que sea, recorrer esas distancias. Pablo volvió a marcharse, a Alemania esta vez, y allá que fui. El pasado año se desplazó a otra ciudad, a Berlín y, ¿qué acabé haciendo? Cogí la maleta y en verano volví a ese país a verlo. Con una economía mejorable, sin un trabajo estable, pero con muchas ganas de sentirme viva, sabía que lo que iba a aportarme esa escapada iba a compensar eso indudablemente. 

Pues bien, lo que quiero expresaros con esta historia es que, ahora, la distancia para mí tiene una perspectiva muy distinta de la que tenía antes de ella. Ahora entiendo que, cualquier barrera que nos frena a la hora de hacer algo que deseamos, es una realidad distorsionada por un cúmulo de emociones que nos bloquean. Que la distancia por motivos económicos, por ejemplo, a veces debe esperar, pero otras la establecemos nosotros mismos. Nuestras necesidades personales, la conexión con según qué personas, qué problemas, qué valores, qué culturas o qué inquietudes, hacen que unas distancias nos parezcan demasiado largas y, según qué cercanías prefiramos alargarlas. A veces, ni eso, sino que simplemente se trata de prioridades y, con el tiempo, estrechamos distancias o alejamos lo que anteriormente nos era cercano, por motivos X. ¿Qué motivos tenía yo de perseguir a una persona allá donde fuese que estuviese? Pues ese ya es otro tema del que puedo hablar otro día, pero os puedo asegurar que por ningún otro ciudadano berlinés y, ni siquiera por algunos barceloneses, hubiese recorrido la mitad del trayecto. Así que supongo que la conclusión de todo esto es que la distancia se hace corta en función de la motivación personal y se alarga en función de nuestros miedos y límites. A fin de cuentas, aunque con diferentes costumbres, todos rondamos por algún lugar del mismo globo terráqueo.
Y ya puestos a hablar de distancias, podríamos extrapolar el tema al cotidiano mundo de las redes sociales sin abandonar el mismo hilo argumental. Por un lado, el tema de estar o no conectado a alguien a través de una red social que usamos frecuentemente, está sobrevalorado para según qué chorradas pero creo que nos parece una chorrada en según qué aspectos importantes. ¿De cuántas personas sabemos un mínimo de cosas que no sabríamos si no fuese por tenerlas como contactos? Y, ¿a caso si dentro de un tiempo, no podemos estar estrechando distancias con cualquiera de esas personas por H o por B? El campo de "conocidos conectados" se ha ampliado y, como en la vida real, los contactos de las redes sociales están, virtualmente, tan cerca o lejos de nosotros como queramos. Lo poco o mucho que nos podamos conocer a través de ellas, es lo que nos acaba uniendo más u olvidando. 

Por otro lado, os aseguro que Pablo y yo podríamos tener mucha más comunicación. De hecho casi nos hemos escrito más cartas que mensajes a la bandeja de entrada y probablemente hemos compartido más abrazos que “holas” electrónicos. Supongo que todo responde a necesidades personales. Por eso se suele decir que, si realmente se quiere quedar con alguien, el tiempo y la distancia no son el verdadero impedimento, tan solo hay que sentir "la excusa". Sin embargo, el medio de comunicación en el que estemos conectados también influye. Puede ser que con algunas personas estrechemos distancias en las redes sociales y eso nos sea suficiente y que, con otras que lleguemos incluso a detestarlas por esos medios, pudiésemos pasarnos ratos y más ratos a su lado. Es decir, la distancia en estos medios no solo debe valorarse como algo no necesariamente negativo, sino que también debe gestionarse. Antes que echar de más, es preferible que echemos de menos en su justa medida y, antes de comunicarnos porque sí, es preferible percibir el sentido. Al final, la distancia más jodida es la que existe cuando estamos emocionalmente lejos de alguien a quien deseamos tener cerca. De ahí que la distancia, realmente, no se mida tanto en metros como en sentimiento ni sea tan física como emocional.

miércoles, 5 de febrero de 2014

La copa menstrual

Cuando recibí el pedido por correo sentí esa emoción que tiene un niño cuando estrena zapatos nuevos. No muchas personas me habían hablado de ella y tan apenas hacía medio año que sabía de su existencia, pero tenía referencias suficientes e información convincente como para hacer el cambio, comprarla y probar… ¡y llegó justo a tiempo! Hablo de la copa menstrual. De algo que puede dar un poco de grima a algunos pero que no deja de ser algo útil y normal para la vida diaria de las mujeres. Algunos os estaréis preguntando de qué narices trata y por eso escribo sobre ella, para que sepáis qué es, para qué sirve y en qué consiste. Y, si alguna chica también se atreve a hacer el cambio, estupendo, porque creo que es una auténtica ventaja para nosotras en esos días en los que tenemos la menstruación.
Es un recipiente de silicona que tiene forma de copa/campana. Es de uso interno pero a diferencia del tampón, no absorbe la sangre, sino que va quedando depositada en el recipiente, lo que me gustó ya que se expulsa y no queda concentrado. Para introducirla hay que doblarla y acomodarla hasta que haya entrado entera y sobresalga, un poco, un manguito que tiene para poder luego extraerla. Una vez dentro, queda de tal manera que se acomoda a las paredes para que no haya pérdidas y todo el flujo quede en el interior. Para sacarla, debe estirarse del manguito a la vez que ayudar haciendo un poco fuerza con los músculos. Como con un tampón, vamos. Una vez fuera, el líquido puede verterse en el váter y la copa debe lavarse antes de volver a introducirla. Si estamos en un baño público, esto puede ser complicado a veces, entonces puede limpiarse con papel higiénico simplemente y, una vez en casa, ya se limpia mejor. No es recomendable llevarla más de 12 horas seguidas, aunque la frecuencia con la que se cambie también dependerá de la cantidad de menstruación que se tenga. Difícilmente se llenará enseguida. Después de utilizarla por última vez tras cada periodo, debe hervirse durante 5 minutos aproximadamente para esterilizarla de nuevo.
Ventajas: Es muy cómoda, no produce picores y ni la notas. Se puede dormir con ella sin ningún tipo de problema y puede hacerse vida normal. No hace daño ni produce molestias. Ahorras mucho dinero en compresas y tampones ya que, en un principio, el artículo en sí es más caro (yo lo conseguí por 20€ por Internet), pero a la larga sale mucho más económico ya que es reutilizable y puede durar hasta 10 años. Es higiénico y supone menos deshechos para el medio ambiente (a diferencia también de la compresa o el tampón).
Desventajas: No hay que ser escrupuloso (al fin y al cabo lo que va a parar dentro de la copa es nuestra propia sangre). Las primeras veces es aconsejable ponerse un salva-slip por si acaso la colocamos mal hasta que le cojamos el tranquillo. Y, como siempre, cuidado para los que puedan ser alérgicos al material del que está hecha.
Como una de las chicas que a mí me la recomendó, me dijo: “Es uno de los inventos revolucionarios del siglo XXI para las mujeres”. Por eso, yo os animo a que probéis ya que le veo muchas más ventajas que inconvenientes. Ante el desconocimiento, a veces nos cuesta dar el paso y cambiar, pero os quería informar porque creo que vale la pena. Podéis buscar información y otras opiniones por Internet porque cada día se está conociendo más y la utilizan más mujeres. Ya me contaréis las que la probéis.

PD: Gracias a Alba y a Ruth que fueron las que a mí me la recomendaron.

domingo, 2 de febrero de 2014

Actuaciones que se basan en carencias

Hay mujeres que, cuando alguien les gusta, se entregan. Mucho, fácilmente y al 100%. No desde el principio pero sí desde ese momento en el que perciben un buen trato y que las valoran como querrían y merecen… Es decir, rectifico, se comportan así desde el principio porque justamente es el inicio el período en el que más pueden percibir ese tipo de cosas. Creen que quizás no es para siempre pero que pueden intentarlo. Y acaban intentándolo solamente ellas cuando, tras los tres primeros polvos o primer mes de citas, algo siempre ocurre: algo siempre falla (supuestamente ella) y algo siempre huye (él). Suele achacarse, en cierto modo, a la “fácil” entrega de ella que no llega a satisfacer el “afán” de conquistador de él. No sé ciertamente si es ese el motivo principal porque yo, a veces, he adquirido ese papel y me reconozco habiendo sido una más de ellas en alguna ocasión, pero sí que estoy casi convencida. Creo que tanto ellas como ellos, deberían reflexionar acerca de situaciones así y cambiar o adaptarse. Pero ambos. Porque no se trata de buscar culpables cuando no los hay… tan solo hay circunstancias (que deben descubrirse). Por eso, si hay circunstancias que sabemos que deben cambiar, hay que buscar la clave del cambio y afrontar las nuevas oportunidades que surjan para hacerlo bien, o mejor. Llegar al kit de la cuestión.
El otro día, una conversación me hizo llegar, al fin, a lo que creo que debe de ser el fondo del problema y la causa de una actuación así, de entrega “demasiado precipitada y ciega”. Al menos, desde entonces, me siento más segura y aliviada, como si hubiese descubierto La isla del tesoro

Por un lado, creer en la bondad de las personas debería de ser instintivo: “No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti”. Partiendo de ahí, nadie debería aprovecharse de nosotros, prometer en falso, crear expectativas exageradas o engañarnos. Menos aun alguien que nos tiene cariño. Pongámonos en la mente de una mujer que piense eso. Quizás esas mujeres tan solo buscan protección... cariño y protección masculina. Hay hombres que marcan un referente o que simbolizan una figura importante en la vida de una mujer. Es una protección inconsciente pero constante que perciben las mujeres y que ellas no pueden aportarse de igual manera (desde el lado femenino) a sí mismas. Quizás quien la tiene la obvia y quien no la tiene la necesita. Por poner un ejemplo, un padre podría ocupar ese tipo de protección afectiva. Pero hay mujeres que carecen o que han carecido de esa figura masculina referente y, lo que en un principio parece haber sido prescindible sin problema, puede que en el fondo se convierta en una carencia que se necesita suplir, llegándose así a proyectar en el terreno amoroso. Como quien lo hace por inseguridades o exclusión. No se es más débil por vivirlo sino más fuerte por encontrar la solución. 

Todos somos imperfectos. Es algo sobre lo que hay que trabajar con esfuerzo, primero dándonos cuenta del problema y, después, buscando otras alternativas que puedan cubrirlo. Quizás el mero hecho de darnos cuenta de ello ya es una gran ayuda y por eso he decidido escribir sobre esto, por si a su vez puede ayudar a alguien a recapacitar sobre sus actuaciones.
Creo que llegar a hacer reflexiones como esta puede suponer, por una parte, un paso importante para fortalecer el individualismo de algunas chicas y, por otra parte, una explicación para chicos que buscaban, muchas veces, un por qué ante algún tipo de reclamo afectivo que (aun) no sentían. Creo que empezar a trabajar eso de manera más consciente, e incluso en pareja, puede suponer un cambio importante y positivo, tanto en la propia mente como en el enfoque sentimental que se dé a partir de ese momento. Incluso puede servir para hacerse valorar más, o valorar más, a esas personas ya que, a fin de cuentas, es lo que así de primeras necesitan. Y, al final, triunfará o no el amor porque eso ya es cosa de dos, pero estarán, seguro, más cerca de ello.

PD: De nuevo hablo desde el lado femenino porque es el que me toca más directamente y desconozco si en los hombres se muestra de igual manera, aunque supongo que sí.
Gracias Lu. (Y gracias Max y Nat por vuestra sinceridad también.)