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martes, 6 de octubre de 2015

Lo del dicho de los malotes

Lo del dicho de las chicas y los chicos malos ya pasó a dichos mejores. Cosas de la edad o vete a saber tú qué. Ya sabéis, lo de “los chicos buenos van al cielo y los malos a todas partes”… podemos suponer qué tipo de personajillo lo inventó. Bien, es posible que durante esos “duros” años de adolescencia, en las que nuestras hormonas y neuronas entran en una fase de esquizofrenia compulsiva, hacerle la revolución al mundo y ser un heartbreaker entre incluso dentro de la legalidad humana y, que te hagan la revolución, es “lloros para hoy, aprendizaje para mañana”. Por eso, ya pasó, ¿no?

Ya son ganas las de ir con una careta o con una coraza entera por la vida, las de estar haciendo el panoli por sentir poder (de atracción, de control, de destrucción). Ya son ganas (o temores) las del nene bueno o la nena mona las de colgarse, a fin de cuentas, de alguien un tanto desequilibrado que hace que su inseguridad alimente probables carencias del otro. Creo que las relaciones en las que hay un malote son tóxicas, a la vez que los malotes con corazón de cordero no son malotes, sino postureo, y a esos solo hay que darles tiempo, algún abrazo y confianza. (Sí, hay gente que jode por convicción pero también gente que jode, que está jodida, y que reclama ayuda a través de sus actos. Aunque fastidie pensar que perdimos el tiempo y fuerzas intentando rescatar a alguno de ellos.)

Sin embargo, cuando ciertas experiencias quedan ya a la espalda, solemos huir de comportamientos que nos generen intranquilidad, de esos nervios que el malote o la malota nos hacía sentir en el instituto con su personalidad arrolladora y que nos hacían confundir atracción por infravaloración. (Qué peligroso es idealizar a cualquier ser viviente.) Ahora, el malote ha hecho historia pero aburren solo de pensarlos y, es el tipo bueno, con quien quieres compartir tus diversiones. Eso es porque, cuando tenemos más claro qué sensaciones nos han sido contraproducentes y cuáles las que queremos seguir sintiendo, solemos acabar buscando la calma personal como trasfondo a todo; y eso pueden aportárnoslo personas sin tanto miedo de exponerse como con ganas de aparentar. (Eso sí, picardía aparte y bienvenida.) 

¿Quizás, a medida que te alejas de esos años adolesmonstruosos (y mira que fueron buenos), parece que la línea entre los “tarados” y los “cuerdos” queda un poco más definida? Espero no tener que volver a escribir dentro de un tiempo negando esa pregunta.