Páginas

Translator

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Vergonzoso es, según lo que nos avergüence

¿Por qué, a veces, las personas nos avergonzamos ante lo corriente, lo bello o lo puro? Actuaciones bonitas, decisiones bondadosas, derechos dignos… Como cuando nos pedían salir en el instituto. Como nuestro primer beso en público o al enseñar nuestro cuerpo “como Dios nos trajo al mundo”. Como ir con un ramo de flores por la calle, cantar se haga bien o mal o bailar dejándose llevar, liberando tensiones. Como reconocer una enfermedad, una discapacidad o un desconocimiento sobre algo que se esperaba que supiésemos. Como admitir que nos cuidamos haciendo dieta, que tenemos diarrea, que tenemos un día de perros porque nos duele el corazón y no dolor de regla. Como preguntar a alguien desconocido o no acercarnos a darle la enhorabuena a alguien que ha conseguido emocionarnos. Como ayudarnnos por la calle, mostrar nuestros defectos o ir a pedir perdón. Como admitir que rezamos, que nosotras no somos recatadas en el sexo o que vosotros no sois tan p_tas máquinas. Como reconocer que nos pusimos celosos porque nos superó el miedo. Como reconocer miedo, tristeza y necesidad de alguien. Como hacer una declaración en toda regla o simplemente decir te quiero.

¿Por qué, sin embargo, nos crecemos ante actos mediocres y acciones rebeldes  o atribuimos heroicidad a hazañas villanas? Como “salir, beber, el rollo de siempre”, fumar en público o pasarnos el porrillo. Como tener mucho dinero y tirar de tarjeta de credito “Tranqui, “’t a to’ pagao, estoy to’ forrao y me lo dejo to’ en ropa y alcohol chavales”. O como cuando “fui y le metí un par de ostias a ese pringado”. Como cuando nos colarnos en el metro, somos antisistema, anarquistas y pasamos de las Navidades. Como cuando no participamos porque “son cosas infantiles”, nos hacemos una bañera “porque no la pago yo”, robamos alegando que “no les va de esto”. Cuando decimos 10 palabrotas por frase hablada, nos reímos del débil en grupo o cuando criticamos lo mismo que nosotros hicimos ayer, o aquello que nos hubiese apetecido, intentando convencer de lo mismo. Como cuando intentamos convencer, tratar como ciudadanos de segunda, hablar de clases, de líderes y de terceros mundos. Cuando decimos que nuestra abuela nos cuenta paranoias o que nuestros padres nos comen la oreja. O “Es que yo paso de la familia, ya sabes tío”. Como cuando repudiamos las frases filosóficas e imitamos has la saciedad la burrada más grande que hemos convertido en “moda” o algo “molón”. Y como cuando, tras todo eso, nos atrevemos a llamar “moñas” a algo del párrafo anterior.

A veces estamos fatal, os lo digo de verdad. A veces parece que nos avergüence ser todo lo humanos que somos como si el resto no lo fuese. Como si nos avergonzase más sentir que pensar. ¿Nos sentimos más identificados con lo que creemos que con lo que sentimos? ¿Nos cuesta más reafirmarnos en nuestras emociones que en nuestros razonamientos? Creo que lo que pasa es que nos avergüenza ser juzgados. Uno de los puntos de flaqueza de la sociedad en conjunto es la capacidad de hacer juicios ajenos, más allá de simples opiniones. De considerar “lo que está bien” y “lo que está mal”. Y eso lo creemos siempre en base a lo que somos nosotros mismos y vamos clasificándolo en base a la actuación más generalizada. Nos volvemos intolerantes hacia lo poco común y, como consecuencia, inventamos palabras como “raro”. Y así, poco a poco, nos cargamos la esencia de las personas, disfrazando lo que realmente somos y tal cual nos sentimos o actuaríamos, por lo que se espera de nosotros o es más “correcto” o creemos más coherente en el contexto en el que nos encontramos. Pero os voy a recordar que “hacerse un selfie”, hace unos años era vergonzante, el sin amigos, y ahora es moda y molón.

sábado, 14 de noviembre de 2015

Humano se nace, y luego ¿qué se hace?

Nacemos humanos. En un contexto adecuado o bien un tanto oscuro, pero nacemos en blanco, con la mente liberada, sin la idea de ir siempre tras hazañas que se lleven por delante lo que sea. Nacemos sin la rabia de quien condena por rencor, por poder o sin razón y, si lo hacemos con alguna predisposición, es la del bienestar. Pero nos vamos haciendo… y no lo hacemos del todo bien, a veces de hecho mal, fatal. La venganza se adueña día a día de corazones demasiado influenciados que han dejado de ser libres, aunque crean que atemorizando lo son más. De personas que expresan inconformismo y frustraciones destruyendo a inocentes para dañar a líderes. Decidme que no es retorcido.

Nos apropiamos de territorios, como si fuesen nuestros, llamamos a todo “mi” y haciendo que, compartir, en algún momento se convirtiese en un gesto de generosidad, en vez de en algo común. Nos disponemos a cubrir nuestras propias espaldas y a contaminar poco a poco el verdadero sentido de la palabra “valor”. Lo confundimos con dinero, con postureo o con religión, cosas que, al fin y al cabo, no son naturales, sino que nos hemos ido inventando. Es verdaderamente lamentable. Está visto que la humanidad en conjunto es un fracaso. A veces intentamos imponer nuestro parecer sin llegar a conseguir ni ser la mitad del mejor parecer que esperábamos de nosotros mismos. La rabia está a la orden del día y eso se traduce en seres insensibles, inflexibles, intolerantes y, sin duda, incoherentes. ¿Podría considerarse ya epidemia la “deshumanización”?

Somos estúpidos y decepcionantes cuando atribuimos mayor sentido a nuestras propias invenciones que a investigar más en la propia gestión emocional, que es realmente lo que en tantas ocasiones puede salvarnos. No nos engañemos ni vayamos de invencibles, las armas pueden eliminar a la palabra en cuestión de un segundo. La hemos cagado distrayéndonos con todo eso que hemos confundido que podía ayudar y suponer un avance para el mundo, dejando muchas veces de lado todo aquello que realmente podía ser un avance personal que influyese en conjunto. Nos ha distraído y poseído también la ambición de poder. Y ahora, ¿cómo lo arreglamos?

Abandonar las ambiciones planetarias y apostar por las relaciones básicas de tú a tú... Sin duda esas son las únicas que pueden trascender, a diario y emocionalmente, con mayor incidencia y consecuencia. Puede ser que eso no vaya a evitar la barbarie de muchos, pero sí a valorar de lo realmente importante de aquellos que apuestan por la comunicación y la paz. Podrán matarnos por causas injustificables, pero sabremos justificar con argumentos más coherentes y satisfechos nuestra elección. Quizás no hacemos historia, porque “hacer historia” también forma parte de un gran bulo, pero podemos hacer de nuestra historia, la que sentimos como verdad, algo más sencillo para conseguir por lo que realmente deberíamos luchar: la tranquilidad.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Dejárselo al destino

Hoy me gustaría saber… ¿Qué hacéis vosotros para sentiros mejor en un momento de agobio agotador? ¿Tenéis algún truco? ¿Alguna vía de escape que os alivie a través de la cual encontréis la calma? Os amparáis en otras personas, os escondéis bajo las sábanas unas cuantas horas, buscáis una escapada furtiva fugaz, rezáis a todos los santos, meditáis, lloráis hasta que sale el diablo por las lágrimas, coméis tabletas de chocolate hasta tener una razón más grande por la que sentirse mal, escribís en un blog, rompéis el reloj? Sé que eso de confiarle nuestro destino al destino puede sonar raro, e ingenuo. Eso del destino puede parecer algo absurdo, algo cobarde… una especie de excusa perfecta para eximir responsabilidades. Pero, una vez toda la carne ha estado y está en el asador, churrascada y preparada para que alguien le hinque el diente o para que se desintegre en mil pedazos, ¿no acabáis por desearle toda la suerte del mundo al destino más allá de vuestras prácticas habituales?


Como si algo externo a nosotros tuviese mayor influencia que nuestros propios actos. Y es que posiblemente no estamos preparados ni para creernos tan afortunados ni tan cenizos cuando algo inesperado nos ocurre y, por supuesto, nos parece la mar de sensato atribuirle la gracia o la culpa a algo ajeno. Lo hayamos hecho bien, mal o fatal, ponemos nuestra esperanza en el destino como si realmente “él” tuviese una justa decisión esperándonos o el poder último de salvarnos. Y es que el destino puede no ser más que una utopía que, paradójicamente, sentimos que ha llegado cuando se da algún tipo de consecuencia a nuestros actos. Y, aun intentando creer que podemos saber qué va a ocurrir tras cada uno de nuestros pasos, cuando algo distinto nos sorprende exclamamos: ¡Cosas del destino!, y nos quedamos más anchos que largos.


Pero es que, ¿veis? Es exactamente eso lo que andamos buscando a menudo, ¿no? Quedarnos más anchos que largos ante algo, especialmente ante un motivo de agobio que intenta boicotear nuestro buen momento. Eso del destino nos permite poder atribuirle un sentido más o menos convincente a algo aparentemente incomprensible y, como si ninguna otra cosa hubiese podido suceder, nos hace asumir, sentirnos más calmados.  Por eso, lo de estar agobiado y dejar de darle mil vueltas a un mismo tema, decidiendo que sea el destino el que así lo ha querido, no me parece un plan tan malo si eso nos hace sentir más relajados. Al fin y al cabo, aunque seamos nosotros mismos quienes lo provoquemos, vamos a hacerlo sin esa presión añadida que a veces nos impide creer tanto en nosotros. Podemos llamarle fe, podemos llamarle destino, podemos llamarle energía o Dios del vino, pero no deja de darnos una oportunidad para practicar en eso de gestionar los infortunios y aprender a agradecer la fortuna, aunque sea algo abstracto, que a veces nos cuesta menos.

martes, 6 de octubre de 2015

Lo del dicho de los malotes

Lo del dicho de las chicas y los chicos malos ya pasó a dichos mejores. Cosas de la edad o vete a saber tú qué. Ya sabéis, lo de “los chicos buenos van al cielo y los malos a todas partes”… podemos suponer qué tipo de personajillo lo inventó. Bien, es posible que durante esos “duros” años de adolescencia, en las que nuestras hormonas y neuronas entran en una fase de esquizofrenia compulsiva, hacerle la revolución al mundo y ser un heartbreaker entre incluso dentro de la legalidad humana y, que te hagan la revolución, es “lloros para hoy, aprendizaje para mañana”. Por eso, ya pasó, ¿no?

Ya son ganas las de ir con una careta o con una coraza entera por la vida, las de estar haciendo el panoli por sentir poder (de atracción, de control, de destrucción). Ya son ganas (o temores) las del nene bueno o la nena mona las de colgarse, a fin de cuentas, de alguien un tanto desequilibrado que hace que su inseguridad alimente probables carencias del otro. Creo que las relaciones en las que hay un malote son tóxicas, a la vez que los malotes con corazón de cordero no son malotes, sino postureo, y a esos solo hay que darles tiempo, algún abrazo y confianza. (Sí, hay gente que jode por convicción pero también gente que jode, que está jodida, y que reclama ayuda a través de sus actos. Aunque fastidie pensar que perdimos el tiempo y fuerzas intentando rescatar a alguno de ellos.)

Sin embargo, cuando ciertas experiencias quedan ya a la espalda, solemos huir de comportamientos que nos generen intranquilidad, de esos nervios que el malote o la malota nos hacía sentir en el instituto con su personalidad arrolladora y que nos hacían confundir atracción por infravaloración. (Qué peligroso es idealizar a cualquier ser viviente.) Ahora, el malote ha hecho historia pero aburren solo de pensarlos y, es el tipo bueno, con quien quieres compartir tus diversiones. Eso es porque, cuando tenemos más claro qué sensaciones nos han sido contraproducentes y cuáles las que queremos seguir sintiendo, solemos acabar buscando la calma personal como trasfondo a todo; y eso pueden aportárnoslo personas sin tanto miedo de exponerse como con ganas de aparentar. (Eso sí, picardía aparte y bienvenida.) 

¿Quizás, a medida que te alejas de esos años adolesmonstruosos (y mira que fueron buenos), parece que la línea entre los “tarados” y los “cuerdos” queda un poco más definida? Espero no tener que volver a escribir dentro de un tiempo negando esa pregunta.

martes, 22 de septiembre de 2015

Ser camaleón

Ser ese camaleón que se adapta y que raramente refunfuña, que decide y que a la vez se amolda… esa es, probablemente, una de las identidades que más nos pueden a favorecer. No se trata de ser conformista ni sumiso, sino de estar dispuestos a abrir nuevos horizontes y, con ello, prever posibles ventajas en algo que no se ajustaba exactamente a lo que habíamos planeado. Y es que a veces encanta… encanta planear como si fuese algo irreplanteable, como si aquella fuese la decisión tomada más válida y la única entusiasta, como si amoldarnos al plan de otro fuese a significar arrebatarnos la razón o perder parte de nuestra personalidad. Sinceramente, qué manera menos amplia de aprovechar la vida.

Bien al contrario, creo que no hay personalidad más beneficiosa que la de ignorar esas ideas y probar planes que quizás nunca se nos hubiesen ocurrido por iniciativa propia pero que permiten escoger, para otra vez, entre más opciones. Por ello me dan pena las personas autoritarias, las que se cierran en banda ante un plan o un capricho (y recalco lo de “capricho") pensando que se hacen algún tipo de favor. Salirse con la suya puede parecer placentero a nivel de liderazgo pero, las personas sensatas, lejos de creer en la figura del líder absoluto, son personas flexibles. Ese “hoy por ti y mañana por mí” que, a menudo, acaba significando un “hoy y mañana por ambos”. Solo aquellos que saben sacarle provecho a un contratiempo, a una situación imprevista o a aquellas actitudes que les rodean, pueden enriquecerse y evolucionar.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

El buzón como caja de sorpresas


No seré la única a la que le fascina cuando el buzón se convierte, en vez de en un depósito de facturas y propaganda, en una caja de sorpresas. Admito que, cuando descubrí esta carta al abrir el buzón, se me escaparon unas cuantas carcajadas que reflejaban incredulidad, inquietud y alegría… Así que me voy a dirigir a ti, al remitente en blanco,  al atento lector y al anónimo escritor:

Sé quién eres. Vale, no, mentira, pero si he conseguido inquietarte por un segundo, me doy por satisfecha. Reconozco que me has sorprendido (ahora se te ha escapado una sonrisa, seguro)  y que mereces, tanto saberlo, como una respuesta. No tengo claro que nos conozcamos ya que, ni mi melena es negra, ni cambio constantemente de portada pero, por otra parte, espero que sí nos hayamos conocido en algún momento porque no sé de dónde carajo podrías haber sacado mi dirección, a no ser que deba sentirme perseguida hasta la puerta de mi casa. (Acosadores no, gracias, deben dejarnos hacer.) Por tu letra pareces alguien seguro. También jovial al decir “face”, pero maduro, modernillo o no tan joven al ponerlo entrecomillado, al escribir con “estilográfica” y al seguir un orden coherente. Bien, eso último no tengo claro que ni la gente madura lo haga. 

Te comiste acentos y te sobraste al firmar, pero aquí está la contestación, por donde me indicaste, al tan atrevido como cobarde acto, a la tan intrigante como original iniciativa. No me importa que me escribas, sabes bien que me gustó, aunque advierto que no quiero convertir esto en un juego a través del blog o la red social y que los juegos con autor anónimo tienen gracia solo por un tiempo. Por eso quizás estaría bien desvelar el entramado, ¿no? Gracias por leerme, por la sorpresa y por tu futura respuesta, ¡seguro! 



PD: Con buen pie… y buena letra.

martes, 18 de agosto de 2015

Impúlsate

Cuando ves clara una cosa, hazla. Como dice la canción, "solo se vive una vez". Te arrepentirás o no, saldrá como esperaste o no, te hará sentir mejor o no... pero, no haciéndola, dejas de ser tu, acorde a lo que sientes, y actúas condicionado. Algunos pensarán que es una locura, otros una simple anécdota y, solo aquellos que lo hayan vivido en primera persona, lo entenderán.
Cuando te das cuenta de que has perdido más oportunidades con tus indecisiones que en tus momentos impulsivos, te replanteas si quizás no es que tomases decisiones equivocadas, sino si debiste lanzarte más veces sin pensar en consecuencias, solo en causas.

jueves, 30 de julio de 2015

"Y creo que muero, si no siento el roce de tu cuerpo"

Cuánto miedo, o bien vergüenza, nos ha dado a veces observar nuestro cuerpo y aun más mostrarlo o tocarlo, ¿no? Pero, ¿podemos llegar a valorarlo y amarlo si no lo hacemos? A veces, por pudor, otras por complejos y, otras, por lo que puedan decir de nosotros, pasamos por alto la exploración del cuerpo humano, algo que, nos parezca más o menos bello, no deja de ser una muestra de naturaleza extraordinaria. Pero, para disfrutarlo lo máximo posible, creo que antes de todo debemos reflexionar sobre algo imprescindible: la negativización  de aspectos corrientes.

Términos como “celulitis”, “granos”, “verrugas”, “cicatrices”, “michelines”, “pelos sin depilar”, “manchas”, “arrugas” o incluso alguna deformidad,  han llegado a sernos percibidos de manera negativa y no como realmente debería considerarse: parte de la más absoluta normalidad. Somos nosotros mismos los responsables de fomentar esa percepción que sigue generando más de algún quebradero de cabeza, cargándose alguna autoestima y egocentralizando algunas otras. Eso sí que me parece de tarados porque, si no es una cosa, será otra y, si no es en la cara, será en la panza o en el culo… pero es triste que veamos como aspectos horribles algunas características que, lejos de ser excepcionales, son comunes entre nosotros.

Saber apreciar cuerpos no es una idea tan descabellada como antesala a lo que pueda haber tras él. La comparación con los demás debería transformarse en un ensalzamiento a la belleza de las diferencias. La exploración de nosotros mismos debería ayudarnos a respetarnos más y descubrir placer en el sinfín de sensaciones que nos ofrece. Y, el descubrimiento de otros ajenos quizás nos haga, a veces más animales, pero también mejores personas y más conscientes de que poseemos y nos rodeamos de más belleza de la que pensamos. Lejos de ser algo repugnante o perverso, el descubrimiento del cuerpo humano es algo básico e incluso placentero si nos lo proponemos.

Sea el nuestro o el de otros, cuando llegas a ver belleza o cariño incluso en aquellos puntos que querríamos cambiar, o en los que podríamos considerar imperfectos, aprendemos a apreciar lo que sí tenemos, como lo tenemos y la forma en la que podemos utilizarlo. Y lo que es tan o más importante, aprendemos a ver aquellos que nos rodean sin tanta competitividad y crítica, sino con particularidades y normalidad, una opción más sana. Así que, está bien que nos cuidemos e intentemos mejorarnos pero, por nuestro bien, más vale que normalicemos y disfrutemos por igual de esos detalles que no nos hacen ni más guapos ni más feos, sino igual de humanos a todos.

miércoles, 15 de julio de 2015

¿Dar o recibir?

No sé si alguna vez os lo habéis planteado, pero el otro día nos lanzaron la pregunta: Qué creéis que da más felicidad , ¿dar o recibir? (Y dejad de pensar solo en connotaciones sexuales, marranos). Probablemente lo primero que viene a la cabeza es que un mix es la combinación perfecta; que “no lo uno sin lo otro”, ¿no? Pero, si se ciñe a tener que escoger entre una u otra acción, ¿cuál creéis que objetivamente hablando aporta mayor satisfacción?

Para algunos, elegir “dar” como respuesta podría sonar demasiado sumiso, de tontos de los que se aprovechan y, otros, podrían preguntarse: ¿quiere decir eso que “dar” tiene una base egoísta si provoca autosatisfacción? ¿Se da siempre con un interés implícito? Seguramente a veces sí, se espera recibir un reconocimiento como mínimo. Pero también espero que, la mayoría de ocasiones, eso sea una consecuencia a que, la motivación principal de dar, lo provoque el placer de tener delante a alguien que lo inspira.  ¿Es posible que haya alguien que se limite a “recibir” sin “dar” en algún momento? Creo que no. Creo que simplemente son impresiones que causan las personas cuando no somos nosotros, o el entorno que conocemos, quienes lo recibimos. En una relación de dos personas, sea esta del tipo que sea, si solo una de esas personas da y la otra se limita a recibir, probablemente la relación tenga todos los puntos para ir en declive. Y no quiere eso decir que esa persona no sepa dar sino que, aunque suene duro, dará a alguien por quien sienta (más) interés, seguro.

Dar a alguien que exige, hace que sintamos desdén y rabia. Dar a alguien de manera voluntaria provoca bienestar porque, durante el tiempo en el que se idea, se hace y se lleva a cabo eso que das, uno se siente coherente con lo que siente. De ahí que, después, esperemos recibir, más que por lo que puedan aportarnos, para percibir que los sentimientos de la otra persona se correspondan a los nuestros. De esa manera, dando, ambos salen ganando. Por eso, si  volvemos a la pregunta inicial, quizás la fórmula perfecta se acerque más a que las dos personas estén dispuestas y motivadas a “dar”. Porque si ambos dan, ambos en algún momento reciben, y solo así puede generarse una relación sana y positiva. “Recibir”, pues, puede simbolizar un reconocimiento hacia nuestra persona pero, “dar”, seguramente sea una necesidad humana de alguien que siente. Y, más allá de por quién o cómo, todos sentimos.

viernes, 3 de julio de 2015

Lo que podría haber escrito mañana

Ama hoy y no mañana. Porque, mañana, es inalcanzable hoy y quién sabe, ya sabes. Si eso, mañana ya volverás a amar hoy. Y así con cualquier verbo. ¡Buen fin de semana!

martes, 16 de junio de 2015

No pienses

No pienses, ¿me oyes? Quien mucho piensa, poco acaba haciendo y, lo no hecho, poco satisfecho queda. Haz, haz, haz, di y actúa. Habla impulsos y permite hechos, mejor o peor hechos, pero sin darle mayores vueltas. Más vale rectificar que estancarse en incoherencias. Haz, pregunta y no imagines. Las cosas también pueden ser llanas, sin dobles sentidos, sin intencionalidad alguna más allá de “porque apetece” o por necesidad. No tengas miedo a necesitar, todos lo hacemos. Necesita, encuentra y ábrete. Búscalo o pídelo, pero permite que te descubran. Transmite. Siente más y piensa menos y así puede que todo vaya a ir peor, quién sabe, pero también mucho mejor… evitando desaprovechar el “mientras tanto” en despropósitos.

martes, 9 de junio de 2015

Niños

Dicen que donde hay un niño hay alegría y parece que es verdad. ¿Quién no ha oído alguna vez, en boca de algún adulto, eso de “¡Quién pudiese volver a ser un niño!”? Incluso a niños que justo empiezan a saber lo que significa “responsabilidad” o que han ido perdiendo su infancia, demasiado deprisa  a veces. Echamos de menos esa felicidad despreocupada y por inercia, esa protección de lo invasivo y esa invasión de atenciones. Lo que está claro es que los niños suelen llevarse el concepto más surreal de la realidad, pero también hacen que saquemos nuestra mejor cara. Si no lo creéis, fijaos en quién se lleva las muecas sonrientes y graciosas entre las caras largas del metro: los niños y los enamorados. O sea, la gente que enamora, que es la única que tiene la capacidad de mover y remover.

Durante este curso he sido más consciente que nunca de ello. Supongo que una de las mayores suertes que se puede tener es la de trabajar de algo que te gusta y que disfrutas, pero quizás aun lo es más si cada día sales del trabajo con una sonrisa grapada en la cara. Siempre he pensado que esa capacidad la tenían, sobre todo, trabajos que te permitían estar en contacto con otras personas, pero resulta que si trabajas rodeada de niños eso puede multiplicarse. Malditos niños y sus fantásticas razones... No depende tanto de si tienes un buen o mal día, sino de aquello que te aporten y seas capaz de aportar. En ese sentido, me parece alucinante la energía que es capaz de transmitir y de generar un niño y, a la vez, sorprendente la evolución que van haciendo a medida que van creciendo. 

Aun no he sido madre pero, siendo maestra, admito que esos que calificaríamos como “niños del diablo” no nacen, sino que se hacen. Ganando en picardía no siempre se gana en inteligencia, si esa inteligencia implica la pérdida de bondad, confianza o motivación. Recordad pues que, el mayor favor que los niños pueden hacernos al resto es el de transmitirnos toda esa energía pura que tienen y los motivos que hay tras ella. A cambio, el mejor favor que podemos hacerles es invertir en su educación emocional para que, aunque vayan madurando, distingan cuánta vida, no solo han sido capaces de dar, sino están dispuestos a seguir dando.

martes, 2 de junio de 2015

Desnudos ante la sociedad

¿Alguna vez os habéis sentido incómodos por una de esas pilladas que consideráis garrafales? Esos momentos en los que desearíais que La Tierra os engullese. Seguramente todos hayamos pasado por alguna experiencia de ese tipo y haya conseguido sacarnos los colores aunque no fuese algo necesariamente malo. Pero, ¿y cuando no somos conscientes de esas pilladas y, sin embargo, se dan? ¿Nos hemos planteado cuántas veces el vecino de enfrente ha podido vernos desnudos o cantando a través de la ventana, cuántos mocos nos habremos sacado en público o braguitas acomodado en el culo con la mirada de alguien encima? 

Son solo algunos ejemplos tontos de la infinidad de acciones que llevamos a cabo diariamente en supuesta intimidad. Esos que, por pura casualidad, alguna otra persona ha compartido desde un ventanal, un escondite o un punto muerto que obviamos. Y es que el mundo está lleno de cómplices que observan y callan. En cuestión de una semana, he visto un par de buenos pechos tendiendo la ropa (jamás llegué a verle la cara a esa mujer), cuatro chicos meando, una señora en bragafaja y un streaptease de esos que hacemos cuando llegamos a casa para ponernos fresquitos. Son momentos que no se buscan y que, mientras a algunos les descubre cierto morbo, a otros les provoca rubor hasta el punto de sentirse violentos. Sean como sean, más o menos cómodos, lo que sí que parece es que llaman descaradamente nuestra atención y nos convierten en auténticos voyeurs

Parece que llevamos media vida disfrazando la realidad y subiendo instantes a la red  pero que lo que realmente nos atrapa son esas situaciones que “se quitan la máscara” y que no “hacen ver”; algo que en ese tipo de ocasiones encontramos. A fin de cuentas, lo que más nos sigue atrayendo son esos momentos más íntimos, esas pilladas inesperadas o esas circunstancias que nos permiten, más que recibir información, ser cómplices. Nos cautiva lo furtivo, está claro, pero aun más lo real y lo sincero.

miércoles, 20 de mayo de 2015

La madre del topo

Y esto no para, por muchos escritos que empieces en los que no encuentres la manera exacta de cómo gritar sobre el papel el bullicio de emociones que de pronto te asaltan. Por muchos momentos en los que necesites sentarte a suspirar por ese asunto, por esa persona o por la madre del topo, esto no para. Lo llevas ahí y no hace falta que fuerces su ida porque, a más lo haces, más viene. Deja que vaya contigo y que por ello mismo se transforme. Solo asegúrate de que lo que consigue que te frenes en cada momento sea aquello que te quite todavía, de nuevo o una vez más, el hipo. Asuste más o menos, si algo debes sacar en claro una y otra vez es que, si se tiene el impulso, para bien y para mal siempre fue mejor lanzarse. Ni por la ventana, ni a por el bote de Nocilla comida con cucharilla… ¡al frente! Justo hacia eso que, veas o no veas ahora , llevas en tu cabeza o entre ceja y ceja. Es lo más coherente que puedes hacer para salir reforzado de tus puntos de inflexión. El destino es sabio y, sea o no esa corazonada/cabezonada la misma hoy que mañana, pone las cosas en su sitio aunque solo sea porque no vayas a conocer otro y pretendas aprovechar el tuyo. Tras la fase de lloros y la de rabia, se comenta que tienes varias opciones: la de darte al alcohol, al victimismo y al eterno lamento o la de reafirmación, liberación y darle tiempo al tiempo. (Y, si al final nada sale bien recuerda, como comodín, decirles a todos que fue 'la topa madre de todo' quien tuvo la culpa. Es lo que peor se nos da ante los fracasos, asignar culpables).

xx

Reza porque no me cruce contigo porque, si me miras, voy, digo, vas, a tener que besarme. O morderme el labio tan fuerte que haga daño. Lo del masoquismo a veces se me ha dado dpm. Tengo un nudo atando el estómago todo eso que querría vomitar y una flecha atravesada en el pecho que ahoga, mientras apunta en esa dirección que por inercia sigo. Necesito gritarle a la vida que a veces parece puta. Necesito pedirle al destino que, si hoy no estás conmigo, tampoco vayas muy lejos de mí. Que permita superar todos esos aspectos que, ahora entiendo, fueron mejorables. Que si no estoy contigo, me lleve junto a esa clase de persona con la que ahora tengo claro que quiero compartir días y noches. Perdona si estás cansado de rondar tanto por mi cabeza, te aguantas. Me matas de rabia y de amor a partes iguales y, te querría tan aquí, que tenerte a medio camino no me sabe ni a batalla medio ganada. Y te prometo que en esto con concibo el conformismo. Caminas al revés y yo corro hacia delante con un imán en la espalda. ¿Qué mierdas está pasando? Yo ya no solía apostar por nadie y ahora… tú y tus causas, yo y mis razones. Fue tan placer que yo acertase contigo como que tú te equivocases conmigo.

miércoles, 6 de mayo de 2015

A las sonrisas por el pasillo

Hoy me he enterado de otro de esos sucesos que te dejan mirando al infinito, incrédula, y que te enredan un nudo en el pecho en cuestión de segundos: la muerte inesperada de alguien. De alguien joven, de tu edad. Esta vez, parece incluso un extracto de humor negro el hecho de que, hace tan solo unos días, él mismo estuviese escribiendo que aun iba a seguir vivo por mucho tiempo. Seguro que, en el recuerdo de muchos a los que nos transmitió esa paz y esa energía a la vez, sí. De todos modos, ¡qué inconsciencia la nuestra eh! Parecemos obviar, por momentos, que estamos expuestos a la muerte desde que nacemos. A veces parece que nos creemos inmortales dando por hecho que mañana o dentro de un rato habrá una nueva oportunidad. Claro que, ¿qué debemos pensar? Somos demasiado vulnerables como para creernos tan invencibles pero, seguramente, también insensatos para lo que podremos aprovechar. Y es que, ni las personas que parecen estar tan llenas de vida que parecen eternas, lo son. Hace casi exactamente tres años que una muerte hizo que mi pensamiento cambiase en cuanto a este tema y, con ello, también un poco mi vida, pero eso no quiere decir que deje de impactarme.

lunes, 4 de mayo de 2015

Muy, mucho, ¿suficiente?

Cuando todo es muy y mucho pero, a la vez, nada suficiente, todo se percibe estupendo en la vida... al menos adecuado como para sentirse bien y permanentemente hambriento. Pero parece que eso no tiene la misma reacción cuando se traslada al amor, ¿no os parece? El amor no es conformista, es caprichoso. Es una concentración de coincidencias que parece exigir que todo sea tanto "muy", como "mucho" como "suficiente" la mayor parte posible del tiempo. Requiere de un equilibrio entre esas tres variables que, empujando desde dos fuerzas distintas, se dirijan hacia un centro en común. Si el lugar de encuentro no llega a ese "suficiente" o cruza la línea de "lo excesivo", el amor se cuela por la rendija que dista una fuerza de la otra, por no haber invertido la energía necesaria. Si la rendija es grande, se colará más rápido, si la rendija es pequeña, se colará más lento... pero se colará y no calará, que es la única forma de que penetre y crezca. Quizás cuando se encuentra un punto que, lejos del conformismo, pueda parecernos suficiente, el muy y el mucho aparecen más fácilmente.

"No tenemos suficiente con la felicidad, exigimos euforia."

martes, 21 de abril de 2015

¿El enemigo en todas partes?

¿Hay algo más terrorífico que ver un enemigo en alguien que intenta hacer de ti una mejor y más competente persona? En alguien que trata, más que enseñarte a cómo enfrentarte al mundo, a poder vivir en él lo más amplia y tranquilamente posible? Más que egoísta o paranoico, me parece atroz. ¿Estamos creando y convirtiéndonos en monstruos? ¿Estamos dejando que la presión que supone la sociedad como concepto, pase por encima de nuestra identidad como personas y el peso que ello debería conllevar? ¿Es que nos da igual uno más que uno menos, que uno feliz y otro más jodido? El egocentrismo, la ambición y ese sentimiento de frustración cada vez más común, ¿nos estarán deshumanizando?

Posiblemente más que nunca debamos centrarnos en la importancia de la educación. Pero sobre todo de la educación en valores, de la educación emocional como base de cualquier sistema. Nos está abrumando la competitividad, el querer ser los mejores en todo, estar en el poder de la razón y actuar por nuestro orgullo y bajo nuestras leyes (las que obviamente consideramos más válidas que las de cualquiera). Como si todo ello nos hiciese mejores y más respetables. Como si todo ello, en vez de consumirnos, fuese a sernos más útil para llegar más lejos. Pero, ¿qué destino buscamos si todo corre más deprisa que nosotros? Todos estamos cansados y seguimos en esa corriente que nos hace, de todo, menos vivir en calma, que es lo que seguramente deseamos. Por favor, paremos de vez en cuando a conservar nuestra humanidad y reconstruyamos los valores que nunca debimos ir devaluando por el camino.

Estamos perdiendo el norte viendo enemigos en todas partes, detestando cada gesto generoso o placentero mientras cultivamos envidia y rabia, mostrando nuestra peor cara, de brazos cruzados, ante cualquier logro ajeno. ¿De qué vamos? Como una vez leí, a este paso vamos en camino de tener que avergonzarnos o peor, de tener que acojonarnos, al expresar cualquier muestra de ilusión o felicidad porque eso nos haga responsables indirectos de la desilusión e infelicidad de otros. El enemigo, pues, ¿en todas partes o en nosotros mismos? El significado de amistad y enemistad empieza en nuestra propia mente y, algunas, probablemente deberían cambiar el chip ahora que aun no es implantado. Demasiado tenemos como para que nos busquemos nuestra propia ruina. Si todos nos esmerásemos en proteger algunas simplicidades más útiles tanto como nos esmeramos en otras imbecilidades, probablemente no nos sentiríamos ni tan desgraciados, ni tan frustrados, ni tan solos y olvidados tan a menudo.

lunes, 30 de marzo de 2015

Grandes hazañas

A veces las tenemos a tiro de piedra, frente a nuestras narices y, sin embargo, no las vemos. ¿Ceguera? ¿Despiste? ¿Irresponsabilidad? ¿Miedo? Nuestro compromiso personal es intentar sentirnos felices y satisfechos el mayor tiempo posible, teniendo en cuenta que no somos inmortales y que, de las infinitas opciones, hagamos lo que hagamos viviremos una. Seguramente por eso, lo más importante que podemos hacer es apostar por aquellas cosas que creemos que pueden hacernos sentir bien. Nos equivocaremos o no, pero ¿nos arrepentiremos? Cuando era pequeña, mi abuelo solía jugar a la lotería. Yo siempre rechazaba que lo hiciese porque le veía más pérdida que ganancia. En este caso, nunca le tocó y dejó de hacerlo cuando vio que no le compensaba, pero lo cierto es que arriesgó durante tiempo por aquello que creyó que podía hacerle rico. Estaba despistado.

La ilusión podría entenderse como la antesala o el inicio de la felicidad. Los sentimientos insatisfechos siempre invierten en ilusión esperando que detrás llegue el sentimiento feliz. Para alcanzarlo, hay personas que apuestan. Apuestan mucho y, a veces, tantas cosas materiales que se quedan solo con su corazón, algo desilusionado. Hay que saber desatarse, como mi abuelo, cuando la apuesta no compensa. Hay gente que gana y gente que pierde fortunas en sus apuestas, y el tipo de apuesta depende del tipo de riqueza que se desee encontrar. Hay apuestas en las que, con lo que se puede ganar, no hay tanto que perder. Pasa, sobre todo, cuando te centras en la riqueza inmaterial. Hay personas que, por ejemplo, invierten sus mayores ilusiones en otras personas. Apuestan por menos valor, pero no con menos valor. Tan o más arriesgados, invierten en experiencias y momentos. A veces, algunas personas suponen una ruina pero, otras, sin duda pueden convertirse en nuestras grandes hazañas. ¿Qué te apuestas?

lunes, 16 de marzo de 2015

25

Tras los 24 fantásticos, llegan los 25 soles, siendo la mitad de las sombras de Grey. Porque lo grande en este caso no es cumplir 25, lo grande es el momento en el que los cumplo. Hasta aquí ha pasado de todo, bueno y malo y mejor, pero os prometo que con las ganas que ahora mismo tengo, lo que puede quedar por pasar a partir de ahora, me tiene entusiasmada. Tras unos años de desequilibrio entre mi energía y algunos sucesos, por fin ha llegado una época en la que puedo decir que me siento realmente bien. Y, sinceramente, creo que lo merezco.

Para algunos soy una sonrisa andante, pero para mi habitación no siempre lo he sido. Admito que tropecé con  un periodo de saturación, probablemente necesario,  en el que llegué a sentir bastante desilusión en general. Algunos asuntos hicieron que mi alrededor pasase de ser una motivación a presentarse algo lineal. Mi carácter se acomodó en el pasotismo como protección. Lo nunca visto. Es cierto, eso hace que las cosas te afecten menos, pero a la vez hace que te sientas menos vivo de lo que te gustaría. Prioricé un cambio urgente; pensé en motivos y busqué errores. Tras tantos momentos sociables como en soledad, empecé pensando en lo de fuera y acabé detectando la solución adentro. Os recomiendo que os miréis el ombligo de vez en cuando, no para creer que es ese el centro del mundo, pero sí quizás el centro de algunos de vuestros problemas y la respuesta a la mayoría de sus soluciones y estados de ánimo. Vivir intenso es una elección y siempre tiene consecuencias, positivas y negativas, pero son precisamente esas las que hacen que reflexionemos y valoremos prioridades y placeres, uno de los favores más grandes que podemos hacernos.

Tras haber asimilado lo que para bien o para mal ha supuesto ese periodo, hoy puedo explicar esto sin hermetizarlo. Tengo ilusiones y preocupaciones, cosas en camino y algunas con las que quiero seguir caminando, más seguridad y menos miedo... me siento activa, pero en calma. No sé si casualidad o consecuencia, pero esta está siendo una época bonita de oportunidades, recompensas, sorpresas, retos y, como intuí en la primera entrada de este año, de cosas que van estabilizándose a mi alrededor, pero sobre todo en mi cabeza. Qué queréis que os diga, yo a los 18 era genial pero un flan todavía en muchos sentidos. Es ahora cuando me siento igual que entonces pero una mujer más fuerte y con energía renovada para compartir con quien quiera… pero, sobre todo, con energía para rato.

jueves, 12 de marzo de 2015

La sexualidad vista desde unos años después

Supongo que fui de las que empecé el instituto sin tener claro de qué trataba eso del sexo. En mi casa jamás me ocultaron nada al respecto, pero simplemente aun no había sentido ni la curiosidad ni la necesidad de descubrir según qué cosas. Fue un poco más tarde. Pero tampoco había necesidad de correr, ni tenía ordenador para que me saltase spam en Internet, ni encontraba en mis dibujos animados y series favoritas connotaciones eróticas tan evidentes. Bendita inocencia. Pero, con el tiempo, las hormonas fueron despertando mi curiosidad y justo en el instituto me llevaron de excursión a aprender a cómo poner condones. Esa es la gran educación sexual que recibí fuera de casa así que, en una época en la que comentar según qué cosas daba vergüenza, nos informábamos entre amigos. Mientras nos lo tomábamos a risa ampliando vocabulario que nos sonaba completamente basto y burdo, creíamos que, contándonos nuestras batallitas y lo que habíamos escuchado, éramos todos unos sabelotodo.

Fui de las tardías gracias a aquellas cosas de las que sí me habían hablado y aconsejado en casa: “hazlo cuando te apetezca y porque así lo sientes”, no tanto a la presión social. Siempre que quise pude sacar el tema en casa y me sentí libre y cómoda de poder hablarlo en la calle con cualquiera. Para mí era y es un tema más, algo no menos normal e importante en la vida como ya sabéis los que me habéis leído o conocido alguna vez. Lo que pasa es que me encontré con que nuestra generación estaba siendo educada sexualmente desde una doble vía moral: por un lado la de “no hagas eso, puta” y por otro la de “libérate mujer y que te quiten lo bailao”. Yo estoy agradecida al entorno habitual en el que he vivido pero, aun así, no debo de ser la única que se habrá sentido reprimida en algún sentido ni la única que se habrá visto juzgada en más de una ocasión. Del mismo modo y por suerte, tampoco debí de ser la única que supo ver que el problema radicaba en esa contradicción totalmente inconnexa e incapaz de educar a alguien sexualmente de manera correcta, al menos no con la seguridad y la confianza que un adolescente necesita.

Y habiendo llegado sana y salva hasta aquí, entre el bien y el mal (y, eso sí, dando la gracias por tener una idea de cómo se ponen condones –ai, perdón, preservativos- al menos en el dedo), te das cuenta de que, en aquel entonces, no sabías de misa la mitad y que cada uno ha hecho su descubierta en base a su suerte, a su curiosidad y a lo inculcado. Solo cuando sobrepasas cierta barrera de prejuicios y crees en tu capacidad de crítica y autocrítica, se abren nuevos debates: ¿Qué me gusta y me satisface? ¿De qué maneras dar y recibir puede ser compatible con disfrutar? ¿Me conozco lo suficiente como para darme a conocer? Y ves que la controversia solo acababa de empezar… Que la que hay cosas que aun no se ha planteado es una “sosa” (la Virgen Maria personificada) y, la que dice, pide, pretende experimentar o sigue cuestionándose cosas es, como mínimo, rara (si no volvemos a caer en lo de puta). Así, a veces, cuesta llegar a saber lo que queremos y lo que no, algo por lo que preocuparse.

Unos años después de descubrir que existía el sexo, la conclusión a la que llego es que, por un lado, debemos educar en la libertad de poder escoger. Desde luego, hay mucha gente no preparada para ello y que, sin embargo, pretende opinar e influir en exceso (presiento que porque quieren hacer extensa su propia frustración y así sentirse menos desamparados y desafortunados). Por otro lado, debemos educar con la capacidad de cuestionar, de darle al placer el significado que merece y evitando establecer tabúes. Por último, quizás es importante que utilicemos las palabras exactas y existentes que el tema precise, indiferentemente de la edad o de las tendencias. Si alguien quiere hablar del tema es porque un mínimo de curiosidad le despierta (y hoy en día son pocos los secretos).  Me refiero a que dar normalidad a algo, aunque sea algo en que se preserve cierta privacidad como en este caso, normaliza también su existencia. Eso permite que las personas sean más capaces de respetar, tolerar, pedir información y lo que quieran sin sentirse juzgadas o con excesivo pudor. Nos quejamos del postureo social pero anda que el sexual, para bien y para mal, aun es poco…

martes, 24 de febrero de 2015

Comunicado al xurri (o llámalo X) de mi amiga

“- ¿Qué ha pasado?
- Nah… que ahora dice que deberíamos limitarnos a quedar una vez a la semana porque me está cogiendo cariño y que le apetece hacer más cosas conmigo… y que eso no puede ser.”

Detesto a esos hombres que rehuyen del amor como si fuese una maldita enfermedad. Hoy te detesto a ti chico J. Primero porque creo que esa emoción que se siente cuando dos personas se gustan, y que puede acabar siendo amor, puede ser jodidamente genial. Al menos, mejor que el desamor o que tengas ganas reprimidas. Segundo, porque eres un cobarde. ¿A qué tienes miedo? ¿A enamorarte? ¿A enamorarla? ¡Vamos ya, hombre! Ya no estamos para aguantar tonterías. Aquí se trata de ir conociéndose, de tener ganas de compartir con la otra persona y de sentirse a gusto y bien. Una vez una chica me dijo: “A un chico o le gustas o no le gustas, lo demás son excusas.” Si en este caso mi amiga te gusta, ¿cuál es el problema? Suelta el pasado y tu miedo al fracaso y será la única forma de la que puedas ganar algo bueno.

A ti que podrías ser tantos otros, quiero decirte más cosas. Nosotras ya no creemos en príncipes azules inhumanos y ni siquiera los esperamos. A mi amiga, a mí y a bastantes más mujeres, nos gustáis los hombres imperfectos. Es más, nos encanta encandilarnos de vuestras genialidades, pero también poder cogerle cariño a vuestros puntos débiles y deciros que los tenéis, porque a la vez nos emboba vuestra cara de indignados cuando acaba en beso. De la misma manera nos gusta ir sintiendo cómo vosotros perdéis la cabeza por nuestros detalles, a base de ir descubriéndonos y valorándonos.  Enloquecemos con cada respuesta vuestra que nos haga sentir el orgullo que sentís de que seamos nosotras, esa, vuestra chica, la mejor. Nos ilusionamos, sí, ¿acaso vosotros no? Las mejores historias de tu vida habrán empezado por una ilusión. Nos ilusionáis cuando os hacemos sentir afortunados, cuando os lo curráis por hacernos sentir lo mismo y cuando queréis compartir con nosotras vuestro mundo de hombres mientras nos hacéis sentir realmente mujeres.

Sabemos que os encanta hacernos sentir mujeres, pero también, y aunque a todos nos asuste, sentir que vuestra chica está enamorada de vosotros, si la historia llega a un punto en el que sigue yendo bien. Pero claro, enamorarse es un proceso y es ahí donde flaqueáis, donde perdéis el norte y no sabéis para dónde tirar o si echar marcha atrás… donde creéis que nosotras vamos a enamorarnos antes que vosotros porque somos más emocionales y porque vemos arcoíris y mariposas por todos lados. Pues tengo que decirte, J., que, llegados a cierto momento en la vida, una chica no se enamora sola, sino que para llegar a hacer que se sienta enamorada, o más enamorada que desconfiada, hay que hacer cosas para enamorarla. ¿Cómo va a enamorarse alguien si no hacen nada para enamorarle? Y eso, si se da, va saliendo solo, sin tener que pensarlo mucho y sin darte apenas cuenta.

Entonces, como conclusión, el mensaje que realmente quería enviar desde el principio y, en especial hoy a ti ‘xurri’ (o como prefieras que te llame) de mi amiga: Creo que el primer dilema viene cuando sentís que incluso nosotras estamos más capacitadas a veces para enamoraros a vosotros, porque nos acobardamos menos. No quieres pasarlo mal, no quieres hacérselo pasar mal, etc… Y lo sabe, ella tampoco lo quiere y por eso respetará tu decisión. Me alivia pensar que hay chicos que entienden, como justamente me hizo saber uno estupendo hace poco. Espero que mañana ella pueda explicarme lo mismo.  Quien no arriesga no gana, ¿no? Y el que avisa no es traidor. Quizás estés dejando escapar a una tía dpm (y en este caso lo corroboro) porque, si no, no creas que va a seguir durando mucho más tu ‘kiki’ semanal, porque hay algo mejor detrás. Por eso hoy, chico J., si te tuviese delante te aconsejaría que dejases de rehuir de tu presente por conspiraciones de futuro. Incluso que te lo curres con ella, pero más que por ella, por ti, porque tú también mereces amor aunque la simple palabra así de primeras te asuste. Tu problema es pensar que todas las mujeres somos esas (con las que quizás te hayas topado alguna vez) acaparadoras, controladoras y que van a privarte de tu libertad. Algunas queremos hombres libres y, si nos valéis la pena, os queremos libres pero con nosotras, dispuestas a sumar. 

viernes, 6 de febrero de 2015

Caca, culo, pedo, pis

“¡Oh! ¡Pero qué marrana! ¿De qué vas hablando así en el blog?” Y digo yo… ¿Acaso no son todas esas palabras entradas de diccionario? ¿No te son palabras familiares e imágenes habituales? Las princesas también cagamos y podemos, incluso, hablar de ello. Y ahora, borra esa desagradable imagen de tu cabeza porque lo que no he dicho es que, como todo el mundo sabe, cagamos purpurina y cantamos de alegría mientras lo hacemos. Tonterías aparte, prefieras llamarle eructo, "rot", "cuesco", pedito o flatulencia, es algo que a ti y a mí nos une (aunque el tuyo huela peor, claro…). Dicho lo dicho, tras esa sensación de cercanía y complicidad que pese a todo genera, y porque un amigo no es realmente un amigo hasta que después de una cerveza no ha eructado y ha dicho un tímido “lo siento” o un descarado “toma ya”, caga, eructa y pede. Hazlo donde quieras menos cerca de otra cara, evita ser descarado (como este texto) pero tómate con naturalidad la jugada y a reír mientras se pueda respirar. Te llamarán “guarro, basto o cerdo”, calificativos que entrarán en contradicción con lo que piensa tu cuerpo. De todas formas, si eres de esa especie de seres extraterrestres que creen poder controlarlo o de esos a los que “no les van esas mediocridades”, tranquilo… Opta por vomitarlo, que parece que está socialmente más aceptado aunque la causa a veces dé más pena o guárdatelo y revienta, como suele pasar con toda la mierda mal gestionada en este mundo.


jueves, 29 de enero de 2015

Al carajo las suposiciones

Al carajo las suposiciones. Es algo que aprendí hace ya algún tiempo y una de las mejores medicinas que pueden sanar en el acto. Confabular solo lleva a la desesperación que causa, al fin y al cabo, una fantasía propia. No podemos dar nada por hecho si no se trata de algo que pensamos, sentimos o vivimos en primera persona. Todo lo demás es creado por nuestra imaginación, por nuestros temores o por deducciones que basamos en experiencias pasadas, pero tan solo eso. Cualquier tipo de coincidencia puede ser tan inconsciente como casual. No tenemos el poder de colarnos en mentes ajenas, ni somos adivinos, ni mucho menos futuristas. En ese sentido, nuestra interpretación, muchas veces puede ser nuestro mayor enemigo. Pregunta y entiende mejor, expón y libera.

“No eres culpable de no alcanzar a saber el por qué de una actitud, aparentemente, sin motivos. No te comas mucho más la olla. No vas a resolver nada porque te falta información. Si hay comportamientos que no entiendes, es que hay algo que no sabes y eso se debe, simplemente, a que estás mal informado. Puede aplicarse a todo. Si tienes toda la información, sobre su vida o sobre sus relaciones, puedes llegar a entender el por qué de su comportamiento. Si hay algo que no te cuadra es que hay algo que no sabes.” A raíz de asumir eso, la decisión es tuya. No te esfuerces en intentar descubrir, es inútil y una pérdida de tiempo. Puedes intentar compartir información, abrir tu cajón, pero se trata de un ejercicio de transparencia y proximidad voluntario. No exijas, conquista.

Vive, siente y piensa. Exprésate cuando quieras , en dirección de latido a neurona, y no habrá de qué arrepentirse. Aparta los comportamientos que no van contigo, mantén serena y libre de cargo la conciencia y ganarás en calidad de vida. Hay que estar dispuesto y expuesto a que el mundo explote por donde quiera y que, con él, estallen tantas palabras calladas cuando les apetezca. Preocúpate de que lo que se cuele y cale en tu inconsciente sean tus preocupaciones e ilusiones. Decide pero no te condenes a ir tras el dominio de las decisiones de otros. Siente esa tranquilidad de que no llevas el control de todo. Tómalo o no, pero piensa en lo que necesitas para sentirte a gusto y en calma. Es eso lo primero que una persona debe aportarte para que la importancia atribuida a la causa cobre sentido.

jueves, 22 de enero de 2015

Chicos, no mordemos. ¿O sí?

Hay actitudes de miedo, y nunca mejor dicho. El otro día, en una discoteca, tuve una conversación corta pero interesante y en contexto. No solía ir mucho de discotecas porque se habla poco y se caza mucho, pero la pura diversión como finalidad principal incita a ello de vez en cuando. El caso es que, los chicos discotequeros, ahora también sienten y a veces viven la noche con más sensibilidad que soltura. ¿Por qué? Por temor a nuestros mordiscos. Me explico.

El misterio ya no se plantea tanto en si la chica accederá o no a ser besada al final de todo el ritual de la conquista, sino en cómo puede llegar a responder a lo largo de esa estrategia. Estamos las majas (modestia aparte) que van a divertirse como finalidad principal  y, después, nos encontramos algunas variedades peligrosas. Por un lado está el modelo nº 1: La que accede antes incluso de recibir algún tipo de alago, la que muerde, literalmente, y se tira a la yugular a nada que te descuidas. En un principio, esto podría suponer una facilidad para ellos pero, aunque parezca mentira, a ellos les gusta conquistar y ganarse el trofeo. El otro modelo, el 2, es quizás cada vez más frecuente: El de la arisca. Aquella a la que, tras un piropo responde con un borderío o que rebosa prepotencia tras cada movimiento. Con la cara ligeramente inclinada hacia arriba y seriedad fulminante, aprieta morritos en pose chulesca y mantiene la mirada interesantemente interesada.

Me parece horrible que nos regalen los oídos para conseguir "mandanga", pero igual de feo es el juego de psicología inversa por intentar retener con tu belleza  todo eso que dices detestar, mientras maltratas esas mismas alabanzas con tu carácter. Que la conquista sea como un juego no justifica que todas las formas valgan. Más humor y menos humitos. Sí, nenas, sois las fieras de la pista, por partida doble, pero una decepción para las relaciones humanas. En un contexto heterosexual, si acaban bailando los hombres con los hombres, que no os extrañe.

martes, 13 de enero de 2015

Lista de con-tactos

Esa noche, mientras hablábamos de comunicación y de distancias, T. hizo un comentario de esos que quedan ahí pero que luego recuperas y reflexionas: “Cuantas más facilidades y formas de estar en contacto tenemos, menos parece que nos comunicamos.” No sé si se refería tanto al número de whatsapps, de mensajes o de correos que podemos llegar a escribirnos entre nosotros, como a la calidad o trascendencia de ellos. Sea como sea, en nuestro caso, desde ese día las cervezas compartidas han ido en aumento y las miradas cómplices han dicho bastante más que los emoticonos de corazones.

Cuando T. nos dijo eso me dio por recordar cuando, hace unos años, solo tenía teléfono fijo y correo postal y me las ingeniaba para conseguir que, en una llamada de 15 minutos o en una carta de 4 páginas, aquella otra persona que consideraba importante, me conociese, expresando experiencias, anécdotas, pensamientos o formas de sentir. Me parece genial que ahora tengamos muchos más medios para hacerlo, es una pasada pero, teniendo tantas facilidades, ¿a veces no descuidamos un poco algunas relaciones? Me refiero a que, como “nos tenemos ahí” y “ya te enviaré un whats si necesito algo o ya me dirás algo”, quizás no siempre recordamos lo suficiente que un buen motivo para comunicarnos puede ser el necesitarnos por el simple placer de compartir. De saber yo de ti y tú de mí, de hoy por aquí y mañana a la cara o, hoy en vez de un comentario, un mensaje. Porque me apetece seguir sabiendo quién eres por encima de ser tan “perro”, que es algunas veces el motivo.

Al final tenemos listas de contactos llenas de personas con las que ya ni tenemos contacto, contactos que creemos amigos a los que un día sí que conocimos pero a los que realmente ahora desconocemos y personas con las que querríamos volver a hablar al darnos cuenta de esto. Seguramente, hoy en día el ritmo de vida y la capacidad para conocer gente haga inevitable que acabemos sabiendo de la vida de algunos  a quienes apreciamos a través de redes sociales. Pero, sea con ellas o sin ellas de por medio, saber de la vida de alguien que nos importa o capta nuestro interés, puede que requiera algo más de compromiso que ver cuatro fotos y dar cuatro likes para saber que “estoy ahí” y que “me importas”; sino, lo más interesante de esa vida se nos estará pasando de largo. Se trata de evitar que un “Encantado de conocerte hoy” acabe siendo, en casos que conservaríamos, un “Encantado de desconocerte a partir de este mismo momento.”

miércoles, 7 de enero de 2015

Libertad de expresión

Una de esas cosas que encuentro admirables y cautivadoras en las personas es el saber reírse de uno mismo. Creo que las malas intenciones son condenables, pero también aquellos que buscan excusas para encontrarlas y justificar sus venganzas. Aquellos que son incapaces de hacer autocrítica o que se limitan a ver enemigos sin concebir otras interpretaciones, son probablemente seres cargados de rabia por sus propios complejos y debilidades, por sus propias dudas e impotencias. Los derechos no se tocan y la libertad de expresión debería ser uno de ellos. Tanto como el respeto a la misma, porque solo así podremos hacer respetable la nuestra. No debería confundirse opinión con provocación o humor con burla. Si miráis alrededor en vuestro día a día, ¿no os parece demasiado frecuente ese sentimiento de ataque al que se responde repetidamente con posturas a la defensiva? Qué intranquilidad. Ante diferencias ideológicas, alternativas como la aceptación, girar la cara o demostrar lo contrario, pero basta a las imposiciones, a la manipulación o al "por mis huevos". ¿En qué momento nos da por olvidar sabios consejos como el famoso “Vive y deja vivir”? Jamás será la violencia más poderosa que las palabras, solo más devastadora. La violencia podrá aniquilarlo todo, incluso a la palabra, pero la palabra sin respuesta será totalmente absurda, algo violento en sí mismo, y es con algún tipo de respuesta cuando adquiere valor.