Hoy es
un día mierda. Uno de esos días pastelón pastelón en los que desperdicias unas
cuantas horas de tu vida pero bien. Vamos, eso que me pone de tan mala leche
hacer. Digamos que es un bucle: Te aburres y no estás inspirada, no haces nada,
te enfadas, estás enfadada y te rallas porque no quieres estarlo, y de estar
rallada te enfadas más, y estar enfadada convencida, ya se sabe, potencia el
enfado. Entonces no haces nada, te miras al espejo y te dices con la mirada “Oh,
no pasa nada querida, es solo un día, ¡pero en general tú eres activa y feliz!”
En general, en general, en general… ¡qué palabra tan abstracta! ¿Qué es mi
general? ¿Cuánto abarca? ¿A qué viene este vocabulario tan impreciso típico de
terapias de autoayuda? Cómo me cabrea. Hoy, ¡joder! Y mientras el espejo rebota
palabras optimistas, tu conciencia dice lo contrario y a eso le suma adjetivos
como: “absurda, perdida, perdedora, aburrida, sola” sola sola sola, solitaria,
soledad, invisible... ¡Horror! ¡Huye de tu habitación!
Y entonces vas a la cocina a comer algo. Pero mierda, resulta que hace algunos días se te ocurrió la genial idea de empezar, de nuevo, a cuidar tu cuerpo serrano, ese que esta tarde solo va a restregarse por el pantalón de pijama y la camiseta con propaganda de un bar que llevas puesta. Vaya merchandising de provecho hacen conmigo, oh séh. Te quedas en el comedor entonces, no llegas a pisar la cocina, y mientras bebes mucho agua miras por el balcón que, un día como hoy, los árboles ya están verdes y hay gente ahí fuera relacionándose entre sí. Con un poco de suerte, amor o ganas, algunos de ellos esta noche incluso mojan. Bien, depresión, ¿entiendes? Estoy empezando a detestar hasta mi música preferida de Spotify y a descubrir grupos que todavía no existen.
Porque los días en los que tú decides no hacer nada con tu vida, ya sea porque estás cansada, perezosa o eres una aburrida voluntaria, no están mal de todo, al fin y al cabo tú decides que así sea, pero los días como hoy son una maldita tortura que mandarías a tomar viento y al viento a soplar piiiiii. Y más aun cuando, por el extremo aburrimiento y un poco de autocompasión, empiezan a pasársete por la cabeza imágenes de: Tus amigos emparejados con sus respectivas parejas jugando a médicos o compartiendo un melón. Toda persona que vive a 10 minutos del Passeig Marítim y se lo recorren de arriba abajo y de vuelta de abajo a arriba. Todo aquel que tiene bicicleta propia con la que salir ya de casa y llegar en menos de tres cuartos de hora allá donde te apetece. O alguna tribu africana que está buscando juncos a la orilla del río para hacerse una falda. ¿Por qué tuviste que acabar Sexo en Nueva York hace cosa de un mes? Igual es verdad que no estaría tan mal tener un perro en estos momentos. O un bote de Farmatint con el que poder experimentar y luego arrepentirte. O… ¿una guillotina? No, enserio, para. Hacer afirmaciones de ese tipo merece más de 5 segundos para pensar.
Bueno, tras arrojar mierda sobre el maldito día de hoy, parece que ya he encontrado entretenimiento, arrojarla sobre papel digital. Con un poco de suerte habrá llevado un buen rato. ¿Pero qué rato ni qué niño muerto? La verdad es que no tengo ganas de que se acabe el día. Ningunas ganas. Sé de sobras que en las próximas horas, cuando ya sea demasiado tarde para aprovechar el día, se me ocurrirá una idea brillante. Andá y vete a cagar. La verdad es que tienes cosas (aburridas) que hacer. Eres una maldita vaga quejica. Intenta invertir lo que te queda de día en intentar no perder la noche, porque parece que sí, que todo puede ser peor. Voy a beber más agua, y a darme una ducha, así si me ahogo no será entre penes… ai, digo, entre ¡penas!
Y entonces vas a la cocina a comer algo. Pero mierda, resulta que hace algunos días se te ocurrió la genial idea de empezar, de nuevo, a cuidar tu cuerpo serrano, ese que esta tarde solo va a restregarse por el pantalón de pijama y la camiseta con propaganda de un bar que llevas puesta. Vaya merchandising de provecho hacen conmigo, oh séh. Te quedas en el comedor entonces, no llegas a pisar la cocina, y mientras bebes mucho agua miras por el balcón que, un día como hoy, los árboles ya están verdes y hay gente ahí fuera relacionándose entre sí. Con un poco de suerte, amor o ganas, algunos de ellos esta noche incluso mojan. Bien, depresión, ¿entiendes? Estoy empezando a detestar hasta mi música preferida de Spotify y a descubrir grupos que todavía no existen.
Porque los días en los que tú decides no hacer nada con tu vida, ya sea porque estás cansada, perezosa o eres una aburrida voluntaria, no están mal de todo, al fin y al cabo tú decides que así sea, pero los días como hoy son una maldita tortura que mandarías a tomar viento y al viento a soplar piiiiii. Y más aun cuando, por el extremo aburrimiento y un poco de autocompasión, empiezan a pasársete por la cabeza imágenes de: Tus amigos emparejados con sus respectivas parejas jugando a médicos o compartiendo un melón. Toda persona que vive a 10 minutos del Passeig Marítim y se lo recorren de arriba abajo y de vuelta de abajo a arriba. Todo aquel que tiene bicicleta propia con la que salir ya de casa y llegar en menos de tres cuartos de hora allá donde te apetece. O alguna tribu africana que está buscando juncos a la orilla del río para hacerse una falda. ¿Por qué tuviste que acabar Sexo en Nueva York hace cosa de un mes? Igual es verdad que no estaría tan mal tener un perro en estos momentos. O un bote de Farmatint con el que poder experimentar y luego arrepentirte. O… ¿una guillotina? No, enserio, para. Hacer afirmaciones de ese tipo merece más de 5 segundos para pensar.
Bueno, tras arrojar mierda sobre el maldito día de hoy, parece que ya he encontrado entretenimiento, arrojarla sobre papel digital. Con un poco de suerte habrá llevado un buen rato. ¿Pero qué rato ni qué niño muerto? La verdad es que no tengo ganas de que se acabe el día. Ningunas ganas. Sé de sobras que en las próximas horas, cuando ya sea demasiado tarde para aprovechar el día, se me ocurrirá una idea brillante. Andá y vete a cagar. La verdad es que tienes cosas (aburridas) que hacer. Eres una maldita vaga quejica. Intenta invertir lo que te queda de día en intentar no perder la noche, porque parece que sí, que todo puede ser peor. Voy a beber más agua, y a darme una ducha, así si me ahogo no será entre penes… ai, digo, entre ¡penas!