Cuánto miedo, o bien vergüenza, nos
ha dado a veces observar nuestro cuerpo y aun más mostrarlo o tocarlo, ¿no?
Pero, ¿podemos llegar a valorarlo y amarlo si no lo hacemos? A veces, por
pudor, otras por complejos y, otras, por lo que puedan decir de nosotros,
pasamos por alto la exploración del cuerpo humano, algo que, nos parezca más o
menos bello, no deja de ser una muestra de naturaleza extraordinaria. Pero,
para disfrutarlo lo máximo posible, creo que antes de todo debemos reflexionar
sobre algo imprescindible: la negativización
de aspectos corrientes.
Términos como “celulitis”, “granos”,
“verrugas”, “cicatrices”, “michelines”, “pelos sin depilar”, “manchas”,
“arrugas” o incluso alguna deformidad,
han llegado a sernos percibidos de manera negativa y no como realmente
debería considerarse: parte de la más absoluta normalidad. Somos nosotros
mismos los responsables de fomentar esa percepción que sigue generando más de
algún quebradero de cabeza, cargándose alguna autoestima y egocentralizando
algunas otras. Eso sí que me parece de tarados porque, si no es una cosa, será
otra y, si no es en la cara, será en la panza o en el culo… pero es triste que
veamos como aspectos horribles algunas características que, lejos de ser
excepcionales, son comunes entre nosotros.
Saber apreciar cuerpos no es una
idea tan descabellada como antesala a lo que pueda haber tras él. La
comparación con los demás debería transformarse en un ensalzamiento a la
belleza de las diferencias. La exploración de nosotros mismos debería ayudarnos
a respetarnos más y descubrir placer en el sinfín de sensaciones que nos
ofrece. Y, el descubrimiento de otros ajenos quizás nos haga, a veces más
animales, pero también mejores personas y más conscientes de que poseemos y nos
rodeamos de más belleza de la que pensamos. Lejos de ser algo repugnante o
perverso, el descubrimiento del cuerpo humano es algo básico e incluso
placentero si nos lo proponemos.
Sea
el nuestro o el de otros, cuando llegas a ver belleza o cariño incluso en
aquellos puntos que querríamos cambiar, o en los que podríamos considerar
imperfectos, aprendemos a apreciar lo que sí tenemos, como lo tenemos y la forma
en la que podemos utilizarlo. Y lo que es tan o más importante, aprendemos a
ver aquellos que nos rodean sin tanta competitividad y crítica, sino con particularidades
y normalidad, una opción más sana. Así
que, está bien que nos cuidemos e intentemos mejorarnos pero, por nuestro bien,
más vale que normalicemos y disfrutemos por igual de esos detalles que no nos hacen
ni más guapos ni más feos, sino igual de humanos a todos.