Nacemos humanos. En un contexto adecuado o bien un tanto oscuro, pero nacemos en blanco, con la mente liberada, sin la idea de ir
siempre tras hazañas que se lleven por delante lo que sea. Nacemos sin la rabia
de quien condena por rencor, por poder o sin razón y, si lo hacemos con alguna
predisposición, es la del bienestar. Pero nos vamos haciendo… y no lo hacemos
del todo bien, a veces de hecho mal, fatal. La venganza se adueña día a día de
corazones demasiado influenciados que han dejado de ser libres, aunque crean
que atemorizando lo son más. De personas que expresan inconformismo y
frustraciones destruyendo a inocentes para dañar a líderes. Decidme que no es
retorcido.
Nos apropiamos de territorios, como si fuesen
nuestros, llamamos a todo “mi” y haciendo que, compartir, en algún momento se
convirtiese en un gesto de generosidad, en vez de en algo común. Nos disponemos
a cubrir nuestras propias espaldas y a contaminar poco a poco el verdadero
sentido de la palabra “valor”. Lo confundimos con dinero, con postureo o con
religión, cosas que, al fin y al cabo, no son naturales, sino que nos hemos ido
inventando. Es verdaderamente lamentable. Está visto que la humanidad en
conjunto es un fracaso. A veces intentamos imponer nuestro parecer sin llegar a
conseguir ni ser la mitad del mejor parecer que esperábamos de nosotros mismos.
La rabia está a la orden del día y eso se traduce en seres insensibles,
inflexibles, intolerantes y, sin duda, incoherentes. ¿Podría considerarse ya epidemia
la “deshumanización”?
Somos estúpidos y decepcionantes cuando atribuimos
mayor sentido a nuestras propias invenciones que a investigar más en la propia gestión
emocional, que es realmente lo que en tantas ocasiones puede salvarnos. No nos
engañemos ni vayamos de invencibles, las armas pueden eliminar a la palabra en
cuestión de un segundo. La hemos cagado distrayéndonos con todo eso que hemos
confundido que podía ayudar y suponer un avance para el mundo, dejando muchas
veces de lado todo aquello que realmente podía ser un avance personal que
influyese en conjunto. Nos ha distraído y poseído también la ambición de poder.
Y ahora, ¿cómo lo arreglamos?
Abandonar las ambiciones
planetarias y apostar por las relaciones básicas de tú a tú... Sin duda esas
son las únicas que pueden trascender, a diario y emocionalmente, con mayor
incidencia y consecuencia. Puede ser que eso no vaya a evitar la barbarie de
muchos, pero sí a valorar de lo realmente importante de aquellos que apuestan por
la comunicación y la paz. Podrán matarnos por causas injustificables, pero sabremos
justificar con argumentos más coherentes y satisfechos nuestra elección. Quizás
no hacemos historia, porque “hacer historia” también forma parte de un gran bulo,
pero podemos hacer de nuestra historia, la que sentimos como verdad, algo más
sencillo para conseguir por lo que realmente deberíamos luchar: la
tranquilidad.